Cuando se disipó el olor a pólvora de la guerra revolucionaria, México se hallaba en bancarrota luego de un decenio de fuego y destrucción. La deuda acumulada era de 700 millones de dólares y el presidente Álvaro Obregón tuvo que hacer frente al requerimiento de los banqueros. El secretario de Hacienda, Adolfo de la Huerta, se hizo cargo.
Para febrero de 1913, el régimen maderista ya estaba condenado. Casi no contaba con apoyos y, en diez días, oficiales del ejército le dieron el tiro de gracia. Huerta, Blanquet, Mondragón, Félix Díaz y García Peña, viejos camaradas de colegio militar, fingieron que sus tropas peleaban entre sí, pero sus cañonazos le costaron la vida a cientos de civiles.
El año en que nació se fueron dos grandes. Eran otros tiempos muy distintos y el gobierno y la sociedad mexicanos eran otros también muy diferentes. Por ello quizá para muchos no resultó extraño que ese 1896 surgiera el flamante, baratísimo y novedoso diario El Imparcial y se fueran los antiguos como desgastados y anquilosados El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano.
El 11 de enero ordenó un ataque general. La defensa de Ojinaga se desbarató. Ni Orozco ni Mercado ni nadie pudo evitar la desbandada de la tropa hacia Presidio.
La participación de Frías en la represión del ejército contra los pobladores de Tomochic lo marcaría de por vida, aunque su testimonio sería fundamental para dar a conocer esta cuestionable actuación del gobierno porfirista.
Arropado por una familia chihuahuense, Kingo desempeñó varios trabajos en el Hospital de Ciudad Juárez antes de recibir el nombramiento de enfermero en diciembre de 1910. Un agradecido Madero lo convirtió en jefe de enfermeros en mayo siguiente.
Durante las primeras horas de la Decena Trágica, las calles capitalinas fueron un mar de desconcierto y violencia. Los enfrentamientos entre leales y desleales al presidente Madero fue algo inesperado para los ciudadanos, quienes comenzaban su jornada cotidiana cuando se toparon con el fuego cruzado.
Si bien la Cruz Roja Mexicana, una institución porfiriana, mostró una inmovilidad inaudita en los primeros meses de la revolución contra el régimen de Díaz, durante la Decena Trágica su actuación fue importante desde el primer día de los enfrentamientos militares.
El alzamiento militar de febrero de 1913 llevó a Madero a dejar en manos del general Victoriano Huerta (en la imagen, al lado del presidente) la defensa de la Ciudad de México, cuya traición al final sería determinante para la caída del gobierno.
Desde hace siglos, el personal médico ha resultado indispensable en las guerras, pues brinda servicios sanitarios extraordinarios para auxiliar de todas las formas posibles. En 1847, durante la invasión estadounidense a México, incluso quedó registrada en un daguerrotipo la actuación del doctor Pedro Vander Linden tras amputar parte de la pierna a un herido en batalla. Durante la Revolución, también brillaría la capacidad organizativa de los servidores de la salud para desarrollar los trenes sanitarios y los hospitales de campaña. Sin ellos, los números rojos de la guerra seguramente serían todavía más altos.
Hombre justo y honrado, el general Ángeles ha llamado la atención de los historiadores por su invariable lealtad a los principios democráticos y por su comportamiento ético poco usual en el conflicto revolucionario. Conducido al patíbulo por Carranza, el humanista aceptó con entereza su destino esperanzado en la fraternidad entre los mexicanos.
El general Ángeles era delgado y de buena estatura, más que moreno con la palidez que distingue al mejor tipo de mexicano, de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre. Otros grandes atractivos se encontraban en el encanto de su voz y sus modales. Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades, las de la compasión y la voluntad de entender. Me agradó que no toleraba crueldad ni injusticia alguna de sus soldados. (Recuerdos de Rosa King (1912), dueña del hotel Bella Vista en Cuernavaca, en su obra Tempestad sobre México).