Entre la metralla y los cañonazos de la Decena Trágica

Alejandra Hernández Vidal

Desde hace siglos, el personal médico ha resultado indispensable en las guerras, pues brinda servicios sanitarios extraordinarios para auxiliar de todas las formas posibles. En 1847, durante la invasión estadounidense a México, incluso quedó registrada en un daguerrotipo la actuación del doctor Pedro Vander Linden tras amputar parte de la pierna a un herido en batalla. Durante la Revolución, también brillaría la capacidad organizativa de los servidores de la salud para desarrollar los trenes sanitarios y los hospitales de campaña. Sin ellos, los números rojos de la guerra seguramente serían todavía más altos.

 

Cuando el cerco se cerró en torno a la Ciudadela, las cuestiones políticas, diplomáticas, militares y médicas se impactaron entre sí. Dicho de otra manera, las actividades tanto secretas como públicas del embajador estadounidense Henry Lane Wilson, así como de los ministros de España, Bernardo de Cólogan y Cólogan; de Gran Bretaña, Francis W. Stronge, y Alemania, Paul von Hintze, que incluyeron amenazas de levantamientos internos e invasiones extranjeras, así como el acuerdo entre Félix Díaz y Victoriano Huerta, afectaron directamente los aspectos militares para recuperar la Ciudadela de una manera eficaz, sin grandes pérdidas materiales ni humanas.

La versión más difundida sobre los hechos señala que Huerta y sus allegados no combatieron con el objetivo de derrotar al movimiento golpista de Félix Díaz, sino que solo alargaron la lucha dictando órdenes irresponsables, como colocar los cañones de forma que no pudieran bombardear las posiciones de los rebeldes o exponer los puestos de avanzada con el único objetivo de que las tropas leales a Madero fueran eliminadas y, por lo tanto, que su gobierno exhibiera una supuesta incapacidad para mantener el orden y asegurar la vida y bienes de los habitantes de la capital.

Durante el ataque a la Ciudadela se fue desarrollando una crisis en los servicios de socorro y beneficencia, tanto pública como privada, que afectó en primer lugar a camilleros, voluntarios y ambulancias que, con enormes banderas como distintivos, atravesaron calles para recoger heridos. En segundo lugar, a los médicos, enfermeras y practicantes en puestos de socorro y hospitales que se vieron rebasados por la cantidad de heridos en una labor titánica de hacer curaciones. Por último, a los cementerios debido al tratamiento de los muertos para evitar una epidemia, lo cual llevó a que, a partir del 13 de febrero, varios cadáveres empezaran a incinerarse en las calles y posteriormente en el basurero y rastro en Balbuena.

 

Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #161 impresa o digital:

“La cruz y la espada. Historias de la evangelización española en Mesoamérica”. Versión impresa.

“La cruz y la espada. Historias de la evangelización española en Mesoamérica”. Versión digital.

 

Recomendaciones del editor:

Si desea saber más sobre este episodio de la Historia de México, dé clic en nuestra sección “Decena Trágica”.

 

Title Printed: 

Sangre, muerte y caos