Bajo el signo de Saturno

Espiritismo, clarividencia, astrología y terror cósmico en el arte mexicano

Ricardo Lugo Viñas

En la Ciudad de México, el pasado 14 de mayo por la noche, se inauguró en el antiguo palacio de la Secretaría de Comunicaciones y Obras Públicas –que desde 1982 es sede del Museo Nacional de Arte (Munal)–, en Tacuba número 8, la exposición Bajo el signo de Saturno. Adivinación en el arte. Se trata de una rica muestra conformada por más de 200 piezas de arte, entre pinturas, dibujos, fotografías, grabados, esculturas, libros, documentos, carteles y arte textil, provenientes de diversas colecciones públicas y privadas, como el Museo de Arte Moderno, el Castillo de Chapultepec, el Museo de San Carlos, el Museo Tamayo o el propio Munal.

Las obras, reunidas por el curador e investigador David Cáliz, tienen como hilo conductor las llamadas artes herméticas –la alquimia, el espiritismo, la adivinación, el tarot, la astrología, la quiromancia…–, y entre todas trazan un interesantísimo recorrido visual y reflexivo por la fascinación que el esoterismo, los astros, el misticismo o la adivinación han suscitado en la obra y el pensamiento de varios artistas fundamentales de la plástica mexicana de la primera mitad del siglo XX.

Una generosa donación

Todo comenzó con una donación. En 2021 el arquitecto Carlos Santos donó al acervo del Munal la pieza titulada Carta astral de Jean Schuster, (ca. 1950). Se trata de un dibujo realizado por André Breton, figura tutelar del movimiento artístico denominado surrealismo (que en 2024 cumplió 100 años de su nacimiento oficial). Como sabemos, Breton –que estuvo en nuestro país entre abril y agosto de 1938 y fue recibido por Diego Rivera (ver Relatos e Historias en México, núm. 159)– experimentó con la que se denominó “Escritura automática”, una especie de técnica de estilo libre para propiciar la creación artística, vinculada a lo psíquico, lo espiritual y hasta lo astral, que buscaba alejarse de la camisa de fuerza del racionalismo.

Breton –y los surrealistas en general– se vio fuertemente atraído por el espiritismo, el tarot, la astrología y la magia, pues miraba en el esoterismo una poderosa fuente de creación e inspiración “sin la intervención reguladora de la razón”, como escribiría él mismo en su Manifiesto del surrealismo publicado en 1924. Así, exploró con la astrología, aprendió a diseñar, dibujar e interpretar las cartas astrales y realizó varias de ellas a amigos suyos y a algunos miembros del círculo más cercano de los surrealistas, como Paul Éluard, Louis Aragon o Joan Miró. Llevando más allá de los límites el ejercicio creativo, Breton incluso hizo las cartas astrales de escritores muertos del siglo XIX que él admiraba, como Charles Baudelaire, Arthur Rimbaud o Victor Hugo.

Pues bien, con la llegada de la obra Carta astral de Jean Schuster –poeta y amigo de Breton, y editor de la revista Le Surréalisme– a la colección del Munal, el curador David Cáliz inició una exhaustiva investigación que lo llevó a reunir una lista de casi 300 obras de arte vinculadas al esoterismo y las artes herméticas. Fue así como comenzó a imaginar una exposición que organizara esas piezas en cuatro grandes núcleos temáticos: espiritismo (y nigromancia), clarividencia (que incluye la cartomancia y quiromancia), astrología (que además de las cartas contempla al tarot) y terror cósmico (la incertidumbre y la vastedad del cosmos).

Con esos cuatro ejes temáticos, Cáliz se encaminó en el desarrollo de la exposición que terminaría titulándose Bajo el signo de Saturno. Adivinación en el arte. Ahora, exploremos cada uno de estos núcleos.

Hablar con los muertos

La muestra comienza con “Nigromancia”. Al entrar a la primera sala, dos pinturas destacan por su buena factura y encanto: Las espiritistas (1903) del sevillano Juan Téllez Toledo y Francisco I. Madero (1911) del húngaro Joseph Kleitsch. El óleo de Téllez Toledo fue presentado por primera vez en México en la Escuela Nacional de Bellas Artes (antigua Academia de San Carlos), en el marco del Segundo Congreso Espiritista de México en 1908. A ese congreso asistió un conspicuo personaje que, tres años más tarde, tras una revolución, se convertiría en el presidente de la República: el coahuilense Francisco I. Madero. Por todos era sabido la propensión de Madero hacia el espiritismo, esa doctrina que, entre otras cosas, plantea la posibilidad de comunicarse con el más allá, con los muertos, a través de la intervención de un médium o de otras herramientas como la ouija. De hecho, Madero fue un entusiasta y apasionado lector de las obras del filósofo francés Allan Kardec, el padre del espiritismo.

Aquí cabe recordar que el espiritismo –junto a otras artes herméticas– se popularizó y recobró un nuevo auge a principios del siglo XX, al menos a lo largo y ancho del mundo occidental, sobre todo entre los círculos intelectuales que buscaban alejarse del cientificismo y el positivismo que había permeado el pensamiento de la etapa finisecular del XIX. Justo Sierra, por ejemplo, fue otro personaje que se sintió atraído por el espiritismo; además, desde 1868 el editor Refugio Indalecio González publicó, en Guadalajara, la revista La Ilustración Espírita, germen de la Sociedad Espírita Central de la República Mexicana, fundada en 1872.

Por supuesto, en medio de las pugnas políticas, más de uno aprovechó para mofarse de esa “oscura afición” del líder revolucionario y luego presidente Madero, y las burlas y caricaturas al respecto abundaron. Se dijo de todo, hasta que el mandatario consultaba a don Benito Juárez (que llevaba 40 años muerto) para pedirle consejo. Acaso El Ahuizote fue uno de los más críticos; de hecho, en esta sala de la exposición se presentan algunos ejemplares de ese semanario político, los cuales dejan ver la dura crítica y mordaz sátira hacia Madero.

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