En el teatro de la memoria, muchas mujeres sólo son sombras. Parece increíble que ellas no existan para la Historia –así, con mayúscula–, aunque siempre han sido protagonistas de la vida social y contribuido de mil modos en las épocas de grandes convulsiones políticas. Sabemos poco de doña Francisca de la Gándara, a pesar de que durante años acompañó a Félix María Calleja, comandante general de los ejércitos realistas y luego virrey de Nueva España. Lo mismo podría decirse de la multitud de mujeres anónimas que vivieron y sufrieron los dramas de aquella guerra. Esta semblanza de la virreina, en la época más violenta de la revolución de independencia es, también, una invitación a rescatarlas de esas sombras.
La historiadora francesa Michelle Perrot, pionera de la historia de las mujeres, ha dejado claro que la restitución de la visibilidad de las mujeres, que en el teatro de la memoria sólo son sombras –especialmente las que vivieron en siglos anteriores–, ha sido escrita por medio de los hombres y sus discursos, ya que “ellas son imaginadas, representadas, más que descritas o narradas”. Por ello, para que las mujeres adquirieran cierto protagonismo o para poder existir, tuvieron que ser piadosas o escandalosas en su época. El relato histórico sobre María Francisca de la Gándara, virreina en 1813 (en tanto esposa del general realista Félix María Calleja), ha sido contado como una suerte de anecdotario sujeto a los eventos políticos relacionados con la insurgencia y el contrataque realista, lo que despolitizó a nuestra protagonista. Sin embargo, más allá de eso, y de sus prácticas religiosas, en estos hechos se puede ver cómo ella fue arrastrada a posicionarse políticamente como la esposa de Calleja, pero, ante todo, como criolla.
María Francisca dejó pocas huellas escritas sobre su vida, por lo que se torna complejo reconstruirla y liberarla de la envoltura de mujer piadosa, recatada y fiel a su esposo que el discurso masculino registró. De esa forma, hemos de recurrir al relato de Félix María Calleja y a las narraciones de otros historiadores; el principal de éstos, el ilustrado bibliófilo y diplomático José de Jesús Núñez y Domínguez, quien publicó La virreina mexicana. Doña María Francisca de la Gándara de Calleja, una biografía editada por la UNAM en 1950. Se trata de una lectura obligada por la enorme cantidad de documentos consultados (en archivos mexicanos y de Sevilla) y transcritos en el libro. Además, el autor no escatima en obras de otros historiadores de la Independencia, ni en entrevistas a descendientes de Francisca de la Gándara, en España y México.
Además de ser el de ella un relato de recato y piedad socializado por los potosinos, la historia de la joven María Francisca quedó envuelta en episodios que le dan un cariz político por la asunción de su identidad criolla durante el movimiento de independencia de México.
La insurrección
A la hacienda de Bledos –en San Luis Potosí–, para entonces propiedad del brigadier Félix María Calleja, llegó la noticia de la insurrección estallada en Dolores, Guanajuato, liderada por el cura Miguel Hidalgo y Costilla. Calleja se enteró el 19 de septiembre de 1810 del avance de los insurrectos, y de inmediato ordenó reunir en la ciudad los regimientos provinciales de milicianos, dragones y caballería, dado que el virrey Francisco Xavier Venegas lo había nombrado comandante en jefe del ejército contrainsurgente. Tras un mes de entrenamientos en la hacienda de la Pila –cercana a San Luis–, salió con casi 3,000 efectivos (2,500 a caballo), para reunirse con las tropas de la Ciudad de México y Puebla, del comandante Manuel de Flon, conde de la Cadena, y así conformar un ejército de 6,000 hombres.
Para la última semana de octubre, se sabía que la rebelión iniciada por unos pocos cientos de hombres ya sumaba decenas de miles y que habían tomado San Miguel el Grande, Chamacuero (hoy Comonfort), Celaya, Salamanca, Irapuato y las capitales Guanajuato y Valladolid (actual Morelia). Además, se habían alzado otros focos insurreccionales en distintas poblaciones de Querétaro, Zacatecas, Michoacán y San Luis Potosí. Así, el inicio de esa guerra civil afectó de forma radical, y para siempre, la tranquila vida de Francisca de la Gándara.
Después de que Calleja venciera al numeroso ejército de Hidalgo el 7 de noviembre en Aculco (al norte de Toluca), salió hacia Querétaro, en donde se enteró de que la ciudad de San Luis Potosí había sido tomada el 10 noviembre por los hermanos legos Luis Herrera y Juan Villerías, y que el jefe de la rebelión en Zacatecas, Rafael Iriarte, conocido como el “cabo Leiton”, entró con sus tropas pocos días después.
El secuestro
Ante el asedio insurgente, la joven María Francisca se había refugiado con su tío don Manuel de la Gándara en la hacienda de Peñasco, y pretendía llegar a la hacienda de Ciénega de Mata (en el actual Jalisco), propiedad de don Manuel Rincón Gallardo, uno de cuyos hermanos estaba casado con Ignacia de la Gándara, hermana mayor de Francisca. Sin embargo, el viaje se frustró, pues a los pocos días, por los montes de la hacienda de Peñasco, la esposa de Calleja cayó en poder de Iriarte. Los distintos relatos dicen que este le brindó un trato respetuoso, quizá porque había servido como miliciano en las tropas de Calleja y, al parecer, también fue escribano del “amo don Félix”, como lo llamaban en la hacienda de Bledos.
Este hecho ha desatado varias versiones. No obstante, la más fiable es la que narró, a principios del siglo pasado, el historiador potosino Julio Betancourt, quien señaló que no fue un hecho aislado, sino uno más de los actos terribles que ocurren en cualquier guerra, sobre todo porque las mujeres siempre han sido un botín en este tipo de eventos. Más aún en el caso de Francisca de la Gándara, por ser esposa del principal jefe de las fuerzas armadas contrarrevolucionarias y blanco de los odios de todos los partidarios de la independencia.
Cuando fue capturada junto a familiares y sirvientes, sin tiempo de defenderse, lo que hubiera sido una locura, bien pronto hubieron de rendirse, en medio de las escenas de terror que hay que imaginarse. La angustia de doña Francisca sobrepasaba a la de todos al verse prisionera de los rebeldes, en despoblado y a merced de aquellas turbas indisciplinadas. Pero esa zozobra se ha de haber aminorado al saber que el jefe de sus aprehensores era Rafael Iriarte.
Del episodio del secuestro de la joven María Francisca y sobre cómo Calleja recuperó a su esposa también existen varias versiones, pero las más creíbles señalan que encontrándose Iriarte en Aguascalientes, y Calleja en Lagos, acordaron una suerte de intercambio de esposas en la villa de Santa María de los Lagos. Y es que Calleja, a su vez, había secuestrado a María Antonia, esposa de Iriarte. También, la historia decimonónica mexicana ha asegurado que Iriarte no retuvo a María Francisca por largo tiempo, y que no sólo no le causó daño alguno, sino que la proveyó de un pasaporte para que pudiera seguir adelante y reunirse con Calleja.
Algunas semanas después, el coronel Joaquín Arredondo recuperó San Luis, persiguió a los insurgentes por el rumbo de Valle del Maíz y la Huasteca, y Francisca y su esposo regresaron a dicha ciudad en marzo de 1811. En abril, la pareja fue recibida en la Ciudad de México con repiques de campanas y salvas de artillería, pues los principales jefes de la insurgencia habían sido capturados el 21 de marzo en Acatita de Baján, Coahuila, y conducidos a Chihuahua para ser fusilados.
“Pachita”, una provinciana de alcurnia
María Francisca de Sales de la Gándara y Cardona nació el 29 de enero de 1786 en la hacienda de San Juan de Vanegas, en San Luis Potosí, en una familia española originaria de Valle de Piélagos (Santander), que llegó, en primer lugar, a Asientos de Ibarra (actual Real de Asientos, Aguascalientes) en las primeras décadas del siglo XVIII.
Francisca fue hija del matrimonio conformado por José Manuel Jerónimo de la Gándara (en segundas nupcias) y María Gertrudis Cardona, propietarios de la hacienda donde nació Pachita, como le llamaban de cariño. Cuando ella tenía un año, murió su padre. Entonces, doña Gertrudis la llevó, junto a sus hermanas, con su cuñado Manuel de la Gándara, donde creció entre el ajetreo urbano de la casona del centro de San Luis y la tranquilidad del campo en la hacienda de Bledos. Su tío era alférez real de la plaza (título honorífico en el cabildo), y proveyó a Pachita de una infancia rodeada de personajes de la alta esfera social potosina, niñez sobre la cual Núñez y Domínguez apuntó:
Vida de niña rica llevó doña Francisca. Por ser su tío el alférez real, debe ella haberse acostumbrado a ese ambiente de distinción que rodea, aun en provincia, a las familias de los altos mandatarios. Su casa era el centro de la política local, por donde desfilaban los funcionarios de mayor tronío, civiles y militares; allí se efectuaban recepciones fastuosas en fechas solemnes, en que don Manuel, acompañado de su familia, debía hacer los honores a lo más selecto de la sociedad potosina, como en las juras reales, en los santos de los monarcas y en otras circunstancias parecidas.
Calleja en San Luis
Nacido en España en 1753 y militar desde muy joven, se estableció en San Luis Potosí pocos años después de haber llegado a la Nueva España. Ascendido por el virrey en 1798, asumió el mando de la Décima Brigada de Milicias de la Intendencia de San Luis, que abarcaba los territorios de Nuevo Santander y Nuevo León, y hasta la frontera de Texas con Estados Unidos.
Siempre en busca de ascensos y propiedades en esa rica región, adquirió algunos terrenos y acciones en algunas minas. Se relacionó con las familias más importantes y, por supuesto, acudía a la casa del alférez real, frente a la plaza mayor de San Luis, pues era uno de los grandes terratenientes. Su eficiente labor militar en la organización y supervisión de milicias en las provincias del norte y del golfo le crearon, a los ojos del virrey José de Iturrigaray, la imagen de ser el mejor brigadier de Nueva España.
En 1806 Calleja puso su atención en una de las sobrinas de don Manuel de la Gándara, la joven y bella María Francisca, de veinte años, seguramente atraído por la gran dote que recibiría con ese matrimonio: además del dinero y algunas propiedades, la enorme hacienda de Bledos.
El compromiso nupcial fue ratificado con el consentimiento del alférez y, aunque tardó meses el obligado permiso del virrey y del obispado de Michoacán, se llevaron a cabo las diligencias ante el cura rector de la parroquia del Sagrario de la Santa Iglesia Catedral de San Luis Potosí. Núñez y Domínguez cuenta que “la sociedad potosina y el pueblo en general, que tuvieron noticia de ello desde las diligencias iniciales, esperaron con ansiedad creciente aquel que iba a ser todo un acontecimiento, por tratarse de personas de tanta significación en San Luis, como el jefe militar más alto de allí y la sobrina, casi hija, de la máxima autoridad civil”.
El matrimonio
La boda de María Francisca de la Gándara con Félix María Calleja se llevó a cabo el 26 de enero de 1807 en la iglesia del barrio de San Sebastián, mismo que en esa época era habitado principalmente por indígenas otomíes. Esa decisión llamó la atención de la alta sociedad potosina, pues los miembros de ella se casaban en la catedral, en el centro de la ciudad; incluso, se dijo que fueron casados por Mateo Braceras, “un cura de barrio”. Es posible imaginar que la elección de casarse en esa pequeña iglesia no fue de Calleja, el arribista de modales afables y cortesanos con las personas de alta sociedad, pero que visiblemente despreciaba a las clases subordinadas.
Por lo tanto, sólo María Francisca podría haber tomado tan sorprendente decisión. Según la historiadora Blanca Martínez Cano, “no cabía una sola gota más de felicidad en la ceremonia de la boda. La novia […] lucía radiante al lado del español uniformado que, treinta y dos años mayor que ella, tenía un brillante presente y un mayor futuro aún”. Don Félix tenía 53 años y María Francisca 21. Sus padrinos fueron Ignacia de la Gándara y su esposo.
Del templo de San Sebastián, situado extramuros de la ciudad, se cuenta que el día de la boda estaba brillante de luces, perfumado con incienso; por primera vez, vio congregar a personas que nunca habían estado ahí: “damas de crujientes vestidos de seda, ostentando sus joyas más valiosas, junto a caballeros de pelucas bien aderezadas, cuyos trajes contrastaban con los vistosos uniformes de los militares, que, con sus arreos de gala, formaban un conjunto desbordante de lujo y elegancia”. De esa forma, como apuntó el historiador Jaime Olveda, con el matrimonio con Francisca de la Gándara, Calleja consolidó compromisos y relaciones políticas con la élite novohispana.
Después de la boda, tomaron por residencia una de las casas de don Manuel de la Gándara, ubicada en una de las plazas principales de San Luis, con vista al Jardín de la Compañía. Cuenta Núñez y Domínguez que desde su balcón podían ver la horca donde eran ajusticiados los criminales, así como escuchar los sollozos de los reos azotados en la picota, pues en ese lugar operó brevemente la Inquisición en San Luis Potosí. Por tal motivo, a Pachita no le gustaba vivir ahí, por lo que pasaba más tiempo con su esposo en la hacienda de Bledos, al sur de la ciudad, en la tranquilidad del campo. Pero esa paz solo duraría casi cuatro años, ya que fue interrumpida por la rebelión liderada por un cura en septiembre de 1810.
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