Muerte y caos en la Decena Trágica

Alejandra Hernández Vidal

Durante las primeras horas de la Decena Trágica, las calles capitalinas fueron un mar de desconcierto y violencia. Los enfrentamientos entre leales y desleales al presidente Madero fue algo inesperado para los ciudadanos, quienes comenzaban su jornada cotidiana cuando se toparon con el fuego cruzado.

 

Cuando pensamos en la Revolución mexicana es común evocar los enfrentamientos militares que sucedieron en la mayor parte del territorio nacional, involucrando a importantes y heterogéneos grupos durante esos años de conflicto y crisis. Sin embargo, a través de este proceso de guerra, dolor y muerte, ¿nos hemos detenido a pensar en los que se encargaron de tratar a los heridos por las balas y la metralla?, ¿hemos pensado si se realizaban tratamientos quirúrgicos y en qué consistían?, ¿hemos imaginado a grupos y servicios organizados de médicos, enfermeras, practicantes de medicina y voluntarios con nombre y apellido en la línea de fuego? ¿Qué pasaría si se ahondara con más detalle y se descubriera que existieron grupos completos y bien organizados que tuvieron como único objetivo procurar la salud de los ejércitos en lucha?

Como se sabe, después del triunfo de la revolución en mayo de 1911, el gobierno de Francisco I. Madero sorteó una serie de alzamientos, críticas y dificultades que lo fueron debilitando. Para febrero de 1913, Bernardo Reyes y Félix Díaz, dos de los generales que se levantaron en su contra y que por ello estaban en prisión, habían tejido desde sus celdas una importante red de partidarios para intentar nuevamente derrocar a Madero. Entre ellos se encontraba el general Manuel Mondragón y otros que operaron con discreción y desencadenaron un enfrentamiento militar de proporciones no vistas hacía décadas en la Ciudad de México, en lo que se conoce como la Decena Trágica.

El escenario de la lucha

Tras dieciocho meses de un gobierno con el que no concordaban, una parte del ejército federal planeó derrocar al gobierno democráticamente electo de Madero, bajo el argumento de restablecer la paz.

La traición al gobierno maderista inició el 9 de febrero de 1913 y se consolidó diez días después, con los acuerdos alcanzados entre los generales Victoriano Huerta y Félix Díaz, con sus respectivos Estados Mayores, en la embajada estadounidense. La firma de los Pactos de la Embajada o de la Ciudadela finalizaría trágicamente con el asesinato del presidente Madero y su vicepresidente José María Pino Suárez.

Existen varios testimonios que relatan las advertencias hacia Madero por parte de su hermano Gustavo, Felipe Ángeles y algunos diputados respecto a un posible levantamiento contra su gobierno, mismas que fueran ignoradas o tomadas como alarmistas; sin embargo, los elementos que generaron el enfrentamiento militar y político ya estaban sobre la mesa.

 

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Sangre, muerte y caos