Las memorias de don Antonio

Antonio Evaristo González Arriaga

Antonio González Orozco nació en la ciudad de Chihuahua el 10 de mayo de 1933 y falleció en la Ciudad de México el 10 de junio de 2020. Estudió en la Escuela Nacional de Artes Plásticas (Academia de San Carlos) de 1953 a 1957. En esa época (1955) fue alumno de Diego Rivera, quien motivó su interés por el muralismo. Tiene obra mural y de caballete en importantes lugares de la capital del país, como en el Museo Nacional de Historia-Castillo de Chapultepec y el Hospital de Jesús (el más antiguo de América, fundado por Hernán Cortés en 1524), así como en la que fuera la casa de Francisco I. Madero en San Pedro de las Colonias, Coahuila, y en Hidalgo del Parral, Chihuahua.

Su obra ha sido presentada en 31 exposiciones individuales en México, Canadá, Estados Unidos, Polonia y Rumanía. También cuentan con obras de su autoría importantes instituciones públicas y privadas de nuestro país, como la UNAM, las secretarías de Hacienda y de la Defensa Nacional, el Museo Nacional de Por aquellos años (hacia 1953) en que hice mi arribo a la Ciudad de México, ya eran numerosas las voces de la disidencia respecto al predominio de la llamada “Escuela Mexicana”, y seguramente había razón de sobra al juzgar de “limitada” la formación que San Carlos ofrecía, la cual hasta podría calificarse de obsoleta. Durante el primer curso de Escultura, con don Julio Adeath, sólo nos dedicamos a copiar réplicas en yeso de esculturas griegas, y en los talleres de Pintura, cada vez que llegaba mi turno en su recorrido de revisión de alrededor de sesenta alumnos, el maestro las Intervenciones, la pinacoteca de gobernadores de Michoacán, el Tecnológico de Monterrey y la Universidad Panamericana.

Las memorias del muralista Antonio González Orozco –de las que Relatos e Historias en México presenta una selección– son de su exclusiva autoría y fueron escritas entre 2011 y 2020, como testimonio de vida y de una muy particular apreciación de algunos hechos históricos, así como de los cambios en la sociedad mexicana que le tocó atestiguar, desde su niñez hasta el ocaso de su existencia. Este trabajo representa la culminación de casi diez años de esfuerzo de mi señor padre, para lo cual, a su avanzada edad –casi ochenta años en aquel entonces–, se dio el lujo de “hacer a un lado” su antigua máquina de escribir y aprender computación para lograr su objetivo. Ahora, con gran amor y a casi un lustro de su fallecimiento, me toca compartir su pensamiento y así tratar de honrar su memoria.

Tetelpan, Ciudad de México.

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