El sarape de Saltillo

Una historia de mujeres norteñas

Enrique Tovar Esquivel

Desde principios del siglo XIX se volvió popular el uso del sarape o jorongo de lana como un abrigo para los hombres. Los más finos, de colores y exquisitos dibujos, eran laboriosamente tejidos por las mujeres (españolas, mestizas, criollas e indígenas) en sus hogares en diversos pueblos de Nuevo León, y los llevaban a vender a la feria de Saltillo, la más grande del noreste. De allí se distribuían a las diversas provincias del país, por lo que eran conocidos, impropiamente, como saltilleros. Aparte, los de color natural, más cortos y baratos, se producían en obrajes en distintas ciudades.

Ni tlaxcalteca ni saltillense: el sarape se tejía en Nuevo León

Hace cien años, el veracruzano Ramón Mena redactó un artículo titulado “El Zarape”, que se publicó en los Anales del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnografía en 1925. Desde entonces, ese texto es una lectura obligada para todo aquel que se adentre al estudio de esta icónica prenda textil nacional, ya que se trata de la primera investigación que abordó el origen de la palabra y la evolución del sarape en México.

Mena comenzó fijando el término tzalanpepechtli como étimo (raíz) de la palabra zarape; consideró al tejedor indígena como su creador y al telar europeo como el instrumento para tejerlo. Apuntó que los sarapes comunes existieron desde tiempos tempranos a la llegada de los europeos, hasta que en las postrimerías del siglo XVIII se desarrolló uno de gran calidad: el sarape de Saltillo. Desde entonces, se señala como su origen al antiguo pueblo de San Esteban de la Nueva Tlaxcala (Saltillo, Coahuila) y se asume que fueron tejedores tlaxcaltecas los que trabajaron las excelentes prendas en los telares de pedal o de pie españoles; pero ninguna de esas posturas se ha afianzado hoy día. Su origen en Saltillo es una historia de conjeturas sin consolidar.

A cien años de la publicación de Mena, es necesario reflexionar sobre el término e indagar el origen y manufactura de los mejores sarapes tejidos durante el ocaso del siglo XVIII y primera mitad del siglo XIX en el norte de México.

Una palabra imposible

Hoy día escribimos convencionalmente la palabra sarape con s para referirnos a la prenda textil masculina de forma rectangular, con una abertura al centro para pasar la cabeza, cubriendo espalda y pecho. Sin embargo, en los primeros registros del siglo XIX aparece indistintamente con la letra z o s, sin que su grafía representara problema alguno para identificar al sarape; y aunque parezca peccata minuta, el insignificante cambio de esa letra produjo distintas opiniones con respecto a su origen en el siglo XX, ya que escribirla con z supuso para algunos un origen americano (náhuatl o tarasco), en tanto que escribirla con s sugería una procedencia europea (española o árabe).

La primera persona que sostuvo con total contundencia que la palabra zarape había surgido de la lengua náhuatl fue precisamente Ramón Mena. Utilizó el término tzalanpepechtli, suponiendo que las raíces tzalan y pepechtli se traducían como “entretejido” la primera, y “manta gruesa, acolchada, para tenderla sobre algo”, la segunda. También supuso que la voz tzalanpepechtli sufrió alteraciones con el tiempo; primero a tzalanpechtli, después a tzalapech, luego a tzalape, hasta convertirse en zarape. Apuntaba que bajo esta condición se creaba una palabra que identificaba el mestizaje de la manta castellana con el tilmatli indígena.

La etimología fue objetada en 1929 por Marcos Enrique Becerra en su obra Rectificaciones i adiciones al diccionario de la Real Academia Española: “Aunque los elementos ortográfico-prosódicos resultan ingeniosamente adecuados a la castellanización ZARAPE que se supone, no pasa lo mismo con los ideológicos, pues tzalan, no dice ‘entretejido’ sino, según Molina, ‘entre nosotros’, o ‘entre algunos’, o ‘abra, cañada, quebrada entre sierras’, mientras que pepechtli es ‘colchón o ropa sobre que nos echamos a dormir’, o ‘albarda’, o ‘cimiento’”.

Sin embargo, esa opinión no impactó debido a que la obra permaneció inédita aún después de la muerte de su autor, y se publicó hasta 1954. El rechazo al término tzalanpepechtli por Becerra no es un caso aislado; la palabra tampoco fue reconocida por otros investigadores de la segunda mitad del siglo XX e inicios del XXI. Destaca, entre ellos, una acuciosa investigación del filólogo y lingüista estadounidense David L. Gold en 2009. Él expresa de manera concisa que la palabra tzalanpepechtli carece de evidencias sobre su origen, confirma el desacierto señalado por Becerra y manifiesta las contradicciones e inconsistencias argumentales del étimo de Ramón Mena. Concluyó que la propuesta de éste era un intento fallido por explicar la palabra: “Comenzó con una palabra náhuatl imposible y luego pensó en formas intermedias igualmente imposibles para demostrar una transición lo más gradual posible (y, por tanto, ante sus ojos, como admisible) de tzalanpepechtili a zarape”.

A lo largo del tiempo, se han ofrecido otras alternativas para el étimo de sarape sin mayor éxito; una de ellas es la palabra tarasca tsarakua (estera con que se amparan del agua), y la palabra iraní oärapi/särapi (asociada a una túnica plisada).

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