El nombre antiguo de Cuernavaca era Cuauhnáhuac. Fue Hernán Cortés quien, al transformar su nombre, trastocó el orden en que antes vivían los tlahuicas en numerosos poblados con sus propias normas de gobierno, deidades, costumbres, conflictos, y organizados en un “intricado sistema de rotación e intercambio” conocido como altépetl.
Cuernavaca no podría haberse asentado como cabecera sin los pueblos que quedaron sujetos a ella, es decir, la ciudad colonial se fundó al mismo tiempo que delimitó el territorio que quedaría bajo su dominio. Esa primera demarcación del territorio fue realizada por Cortés luego de reconocer, al lado de los indígenas principales, la extensión de la antigua Cuauhnáhuac, área que, con más o menos cambios, hoy día reconocemos como el municipio de Cuernavaca.
El conquistador eligió tal lugar como sitio de residencia y cabecera del marquesado del Valle, cedido por la Corona, porque desde ahí podía desplazarse tanto hacia el golfo de México, donde poseía cultivos y ganados que embarcaba hacia España, como hacia Oaxaca y Tehuantepec, donde armaba sus navíos para continuar sus exploraciones hacia el Mar del Sur (el océano Pacífico). Su estancia en la ciudad ha sido notificada entre 1523 y 1532, periodo en el que probablemente hizo grandes caminatas por Cuauhnáhuac acompañado de los indios principales, quienes le mostraron el territorio, validaron el nuevo orden y testificaron la posesión de las tierras prescritas por Cortés. Ésta bien podría ser otra de las razones por las que optó residir ahí.
Lo anterior y diversas notas que referiremos más adelante, se deducen de tres documentos conservados en la Biblioteca Nacional de París: Réédification de la ville de Cuernavaca (Cuauhnahuac), Unos títulos de Cuernavaca y el Códice Municipal de Cuernavaca, los cuales fueron estudiados por Juan Dubernard en el siglo XX y recientemente recopilados y reeditados por Paula López Caballero.
La construcción de un nuevo orden
Una de las relaciones favorecedoras que Cortés entabló fue con José Axayacatzin, un indígena principal quien, además de “haber trabajado y ayudado en la construcción de la iglesia”, del “molino” y la “fábrica”, acompañó “personalmente” al conquistador cuando se hicieron las reparticiones y medidas de tierras que reordenaron Cuauhnáhuac. A cambio de ello, fue eximido de trabajar en las minas de Taxco y reconocido como principal.
Las fuentes documentales mencionadas muestran las largas caminatas que hicieron los indígenas con Cortés para presentarle la circunscripción de Cuauhnáhuac. Durante esos recorridos, el conquistador reconoció, fraccionó y eligió tierras para sí, como cuando estando hacia el norte de Cuernavaca, el señor marqués “pidió un pedazo de tierra para su divertimiento, no [para] trabajar en él”; tierra que después, “cansándose de estar en dicho lugar”, el conquistador “se lo volvería a los dichos naturales”. Así, sin más, los indios fueron expulsados de esa extensión y el conjunto de pueblos sujetos a Cuernavaca, como su cabecera.
Los repartos y reconocimientos de tierra que testificaron los indígenas principales –seguramente registrados en la primera versión de los códices, durante la estancia de Cortés en Cuauhnáhuac–, refieren a “veinte y dos pueblos” en los que habitaban varios de “los naturales” que habían “huido” y que José Axayacatzin los redujo a la “Santa fe católica” y los llevó [a la cabecera] “a la presencia de dicho Señor Marqués en donde recibieron el Santo Bautismo”.
La cabecera, con la anuencia de los principales, quedó establecida como centro de mando colonial y de los herederos (tanto de Cortés como de los indios principales) colocados en puestos privilegiados. Esto llevó a un proceso tal que, para el siglo XVII, además de tener “acceso a cargos de república” y emplear “el título de don y doña”, se volvieron mestizos, e incluso se consideraban españoles. Los sucesos en el territorio pasaban por el escrutinio de la cabecera: ahí se registraban desde las mercaderías hasta los cargos, pasando por las peticiones de mano de obra indígena, rutinas del alcalde mayor y toda clase de apuntes relativos a las tareas de la población.
El nuevo orden se facilitó porque, como señala el historiador Robert Haskett, parte del sistema con el que funcionaban los poblados de la Cuauhnáhuac prehispánica prevaleció y alternó con el orden hispánico. Es decir, el conquistador logró asentarse en aquellas tierras y fiscalizar el territorio desde la cabecera, facilitando que las élites indígenas no perdieran ni su estatus, ni su autoridad, entre los vecinos de los pueblos. A diferencia de otros lugares de la Nueva España, que debieron ordenar sus territorios conforme avanzaban las décadas, en Cuauhnáhuac Cortés conservó su señorío sin participar de las congregaciones, ni de la “nueva organización de los pueblos indígenas”, debido a los pleitos y negociaciones que mantuvo con la Corona española.
La traza de la nueva ciudad
Dispuesta así la fundación de Cuernavaca, ligada a sus pueblos sujetos al trabajo y al tributo, nos preguntamos cómo fue organizada su planta urbana; quiénes participaron en la nueva distribución; si se mantuvo en ella algo de la antigua sante que alimenta nuestra idea de que la fundación de Cuernavaca, como cabecera, logró concretarse al mismo tiempo que integró al territorio en que se hallaban aquellos barrios prehispánicos, a los que convirtió en sus pueblos sujetos.
Ramírez señala también los límites de la traza en ese ensamble de sitios prehispánicos y edificios coloniales. Para facilitar la lectura del plano en el que su autor superpone los sitios prehispánicos con los edificios coloniales, hice uso del sistema de orientación cartesiano, y no el que Cuauhnáhuac y qué sitio ocuparon los indígenas. A diferencia de otras ciudades coloniales en las que las trazas urbanas fueron resueltas por alarifes –maestros de obra y arquitectos– designados explícitamente para eso, en Cuernavaca no fue así. Si consideramos que a Cortés le fueron donadas villas, aldeas, vasallos, rentas, jurisdicciones civiles y criminales, entre otros privilegios, no es difícil deducir su intervención en el orden y distribución territorial.
De Cortés se ha pensado que sus ordenanzas militares y administrativas estaban inspiradas en modelos derivados de las experiencias dejadas por la reconquista contra los moros en España, donde, debido a las condiciones materiales cristalizadas durante siglos por los mudéjares, los hispanos debieron recurrir a la población conquistada para lograr establecer su dominio. Por esta razón, o por su experiencia en la conquista de Tenochtitlan, el marqués del Valle hizo partícipes a los indígenas principales en la construcción del nuevo orden social. Los principales eran verdaderos intermediarios; lidiaban con ambos mundos, el indígena y el español; hablaban dos idiomas; vinculaban a dos sociedades y, sobre todo, mediaban entre la república y las autoridades españolas en términos políticos.
Eso gestó en Cuernavaca una traza diferente a la de otras ciudades coloniales –en las que se distribuyó el espacio en razón del origen de sus habitantes, si eran españoles o naturales–, lo cual fue posible porque Carlos V dio a Cortés la posesión del “único señorío que prácticamente existió” en Nueva España, con derecho a “perpetuidad”, tributos y goce integral del marquesado. Eso, explica Bernardo García Martínez, marcó el devenir de Cuauhnáhuac. El conquistador ejerció su mando a través de cacicazgos, despojos, alianzas, compra de tierras a indígenas o apropiación de recursos, del mismo modo que intervino en el reordenamiento de la ciudad.
En Cuernavaca no fueron las corporaciones las que decidieron el orden de las plazas, concesiones del mercado, molino o rastro, sino la voz de Cortés. A pesar de las protestas de las Audiencias y de otros españoles contra los derechos dados, todo pasó por manos del conquistador. Por ello no es difícil suponer la intervención de Cortés en el diseño de la ciudad, y el que no hubiese separación racial con los indígenas o que estos fungieran como representantes e intermediarios entre la cabecera y los pueblos sujetos.
Cuernavaca se ha distinguido porque los poderes civil, comercial y religioso no se ubicaron en un centro o plaza mayor desde la que se trazaron calles perpendiculares (como sí ocurrió en la Ciudad de México, Puebla o Querétaro); por el contrario, tuvo varias plazas y sus caminos fueron sinuosos. Con esto llegamos a otra de las preguntas planteadas para las ciudades fundadas por los españoles en América: la de si el modelo de sus trazas se caracterizó por el proyecto renacentista hispano (tomado del castrum que los Reyes Católicos construyeron al conquistar Granada, que sirvió como “símbolo de Guerra Santa y Modernidad” y “precursor de las ciudades americanas”) o si se conservaron ciertos rasgos de las culturas prehispánicas.
En este trabajo no se podrán desarrollar las posibles influencias grecolatinas y renacentistas en los proyectos utópicos llevados a cabo en Nueva España (como el de Tomás Moro adaptado por Vasco de Quiroga), como tampoco profundizar en los postulados arqueológicos sobre el orden que pudo haber existido en Cuauhnáhuac. Nuestro intento se centrará en las particularidades que dieron forma a Cuernavaca, en tanto se definieron por el pragmatismo de Hernán Cortés.
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