“Cocían aquella carne con maíz, y daban a cada uno un pedazo de aquella carne en una escudilla o cajete, con su caldo y su maíz cocida, y llamaban aquella comida tlacatlaolli. Después de haber comido andaba la borrachería”. Así terminaba una importante fiesta mexica en honor al dios Xipe Tótec, la cual se caracterizaba por el desollamiento de prisioneros de guerra, que después eran ingeridos como parte de un ritual.
En el Códice florentino, elaborado en el siglo XVI, se detalla dicha celebración: “Después de desollados [los cautivos], los viejos llamados cuacuacuilti llevaban los cuerpos al calpulco, adonde el dueño del captivo había hecho su voto o prometimiento. Allí le dividían y enviaban a Motecuzoma un muslo para que comiese, y lo demás lo repartían por los otros principales o parientes”.
Luego, se dirigían a la casa de quien había capturado al prisionero y allí cocinaban el tlacatlaolli con parte del cuerpo del sacrificado. El tlacatlaolli, que puede traducirse como “maíz de hombre”, se ha considerado como un “platillo” que antecede a lo que hoy conocemos como pozole, que tradicionalmente en septiembre deleita nuestros paladares independentistas; sin embargo, tal ritual antropofágico era más complejo que emparentarlo con una de las comidas mexicanas más populares en la actualidad.
Como ha estudiado el arqueólogo Stan Declercq, entre los antiguos nahuas la ingesta de carne humana estaba reservada a la nobleza guerrera y a ciertos comerciantes. La carne procedía de personas ajenas a la comunidad, principalmente de guerreros nobles capturados en acciones bélicas. En el mundo mexica, la antropofagia podía enmarcarse dentro de un modelo sacrificial que hacía énfasis en el “consumo como una comunión con los dioses por medio de un cuerpo divinizado”. Interpretaciones recientes también han ido más allá de lo humano para conformar una explicación amplia que incorpora “dioses, animales, paisajes y hasta objetos”, considerando que en dicha cosmovisión existen ejemplos de distintos actos de canibalismo por parte de deidades y otros seres mitológicos.
En la visión del mundo de los antiguos nahuas –como señala Declercq–, los dioses comían humanos, al igual que estos comían otros humanos, pero también dioses (a través de estatuas elaboradas con masa de “semillas de amaranto, maíz tostado y miel negra de los magueyes”, o esclavos que personificaban a alguna deidad). En suma, la antropofagia mexica debe ser considerada como “una variante de muchos ‘canibalismos’. […] El canibalismo real (siempre simbólico) y el canibalismo simbólico (un asunto ‘real’) se entremezclan”. En ese “universo alimenticio” había un grupo de “‘comedores de humanos’ que podían ser dioses, espíritus, algunos animales, la Madre Tierra, u otros humanos”.
Por otra parte, en la fiesta de Xipe Tótec –como ha estudiado Carlos Javier González– el maíz revestía una importancia vital, al grado de que durante ella y hasta antes de los sacrificios en honor a ese dios, no podían consumirse alimentos elaborados con maíz cocido en agua con cal, es decir, nixtamalizados, lo cual “se efectúa para desprender la piel del grano, es decir, para desollarlo”.
Tenemos, pues, que entre el “maíz de hombre” y el pozole no hay un vínculo directo o antecedente concreto, sino una concepción del cosmos como trasfondo, así como una forma o técnica de cocción común (también se cocinaba a guerreros sacrificados en hornos bajo tierra, pero no por ello decimos que ese es un “platillo” que precede a la barbacoa). Asimismo, no es que hayamos pasado del tlacatlaolli, con todo su entramado ritual y cultural, a la variedad pozolera de hoy, más si consideramos que aún en el siglo XIX no hay un guiso claramente identificado como pozole, pues incluso a veces también se lo nombraba así a una bebida.
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