Los chihuahuenses conmemoran la Revolución mexicana con más días de actos cívicos que en otros estados porque consideran que en su tierra se desarrollaron las fases apremiantes de ella, las cuales definieron el movimiento político y armado en todo el país. No les faltan argumentos.
En Chihuahua, el principal instigador de la rebelión en la zona del Papigochic fue Albino Frías, suegro de Pascual Orozco. Hombre de tez blanca, alto, de cabellos oscuros y bigotes, “tenía una mirada de rayo que hacia juego con su voz de trueno” y era propietario de un rancho próspero. Cuando se desencadenó, en 1892, la guerra contra los rebeldes serranos de Tomochic, los Frías, los Orozco y los Caraveo se negaron a cooperar con los soldados federales, y pocos años después los Frías junto con los Orozco participaron en la municipalidad enfrentándose a los caciques.
El poeta surrealista más profundo y solitario (segunda parte)
Péret se redescubrió a sí mismo en su viaje a la península de Yucatán. La cultura maya lo maravilló cual arqueólogo del siglo XIX. Es uno de los extranjeros que ha escrito con más empatía y belleza al respecto.
El poeta surrealista más profundo y solitario (primera parte)
La estadía de Péret en México tuvo momentos de dicha, pero también de incomodidad, como cuando Diego Rivera lo obligó a bailar zapateado en la pulquería La Rosita. También experimentó un momento difícil tras el rompimiento entre los artistas mexicanos con varios de los considerados surrealistas, sobre todo amigos de Trotsky.
La figura de San Jorge asimiló para el cristianismo características de héroes como Belerofonte, Perseo, Beowulf, entre otros, quienes derrotaron bestias místicas con antecedentes culturales muy antiguos. De acuerdo con la tradición, San Jorge se apareció ante los primeros cruzados ayudándolos a combatir por el dominio de la Tierra Santa. Génova y Barcelona lo nombraron su patrono, al igual que en Alemania lo hicieron los emperadores y los caballeros teutónicos.
En los costados de una entrada del ahora Palacio de Bellas Artes, los escultores ornamentaron con alusiones a Aída, la perra setter del arquitecto Adamo Boari.
El 4 de noviembre de 1889 La Patria Ilustrada se vistió de gala. En su portada publicó una elegante calavera que presagiaba en lo que se convertiría, a la postre, en un símbolo de lo mexicano.
Tras el asesinato de Álvaro Obregón en 1928, Plutarco Elías Calles organizó el Partido Nacional Revolucionario, primera forma del partido de Estado para monopolizar la política mexicana y las normas de acceso al poder. Su primer candidato fue Pascual Ortiz Rubio. En 1938, durante el sexenio de Lázaro Cárdenas, el PNR se convirtió en el Partido de la Revolución Mexicana (PRM), que incorporó como pilares del Estado a las centrales sindicales de trabajadores.
La no reelección es un postulado que marcó al sistema político mexicano del siglo XX, aunque sus antecedentes los encontramos desde décadas antes. Solo hay que recordar que el presidente Benito Juárez, ya durante el periodo de la República Restaurada, fue criticado por su afán de mantenerse en el poder. Lo mismo ocurrió poco después con Sebastián Lerdo de Tejada y, más tarde, con quien había encabezado sendas rebeliones en contra de ambos por esa razón (y en su segundo intento triunfó): Porfirio Díaz.
La mano alzada de Arnulfo Arroyo no pudo más que exasperar los aspavientos de quienes vislumbraron aquel ataque sobre el presidente Porfirio Díaz como fatal. En un santiamén, el alcoholizado treintañero, “natural de Tlanepantla y pasante de derecho”, había burlado la valla de cadetes para avalanzarse sobre el mandatario, quien caminaba junto a miembros de su gabinete por la calzada sur de la Alameda Central, envuelto por los vítores de la concurrencia que abarrotó flancos y balcones aquella mañana apoteósica del 16 de septiembre de 1897.
Porque poco a poco se convertirían en ciudades desde que comenzaron a concentrar aglomeraciones, cuando la tierra de sus caminos quedó para siempre sepultada por el macadam y las aceras, cuando los tianguis tuvieron que ser replegados, desplazados o encerrados...
El 27 de octubre de 1914, una discusión por la bandera entre los revolucionarios que en la Convención de Aguascalientes decidían el futuro del país casi termina a balazos.