La no reelección es un postulado que marcó al sistema político mexicano del siglo XX, aunque sus antecedentes los encontramos desde décadas antes. Solo hay que recordar que el presidente Benito Juárez, ya durante el periodo de la República Restaurada, fue criticado por su afán de mantenerse en el poder. Lo mismo ocurrió poco después con Sebastián Lerdo de Tejada y, más tarde, con quien había encabezado sendas rebeliones en contra de ambos por esa razón (y en su segundo intento triunfó): Porfirio Díaz.
La mano alzada de Arnulfo Arroyo no pudo más que exasperar los aspavientos de quienes vislumbraron aquel ataque sobre el presidente Porfirio Díaz como fatal. En un santiamén, el alcoholizado treintañero, “natural de Tlanepantla y pasante de derecho”, había burlado la valla de cadetes para avalanzarse sobre el mandatario, quien caminaba junto a miembros de su gabinete por la calzada sur de la Alameda Central, envuelto por los vítores de la concurrencia que abarrotó flancos y balcones aquella mañana apoteósica del 16 de septiembre de 1897.
Porque poco a poco se convertirían en ciudades desde que comenzaron a concentrar aglomeraciones, cuando la tierra de sus caminos quedó para siempre sepultada por el macadam y las aceras, cuando los tianguis tuvieron que ser replegados, desplazados o encerrados...
El 27 de octubre de 1914, una discusión por la bandera entre los revolucionarios que en la Convención de Aguascalientes decidían el futuro del país casi termina a balazos.
Josefa Espejo Sánchez (izq.) y Matilde Vázquez Vázquez se retrataron junto a sus esposos, los hermanos Emiliano y Eufemio Zapata, durante los años más difíciles de su campaña militar en 1914. A pesar de que Miliano tuvo muchas mujeres, Josefa fue considerada su esposa legítima y llama la atención que fuera la única mujer del caudillo de la que no quedó descendencia.
Al comenzar 1919, el zapatismo estaba en franco declive. Su aislamiento y falta de recursos lo incapacitaban para sostener una campaña militar contra un gobierno carrancista cada vez más sólido, mientras Zapata se movilizaba entre diferentes pueblos para mantenerse a salvo.
La historia regional nos ayuda a enfocar en un ambiente concreto las condiciones de un proceso general. En esta segunda parte sobre Celaya, el autor desentraña los motivos políticos para dar respuesta a los graves sucesos nacionales a partir del triunfo de Madero en 1910. La conclusión: la Puerta de Oro del Bajío, como otras ciudades del país, más que revolucionaria, fue “revolucionada”.
Pocas obras cinematográficas pueden relatar de manera sucinta, y en tan solo unas horas, cincuenta años de historia nacional. Memorias de un mexicano (Carmen Toscano, 1950) es probablemente el mejor ejemplo de una cinta que, a través de imágenes documentales, reconstruye medio siglo del pasado de un país.
Entre julio de 1914 y julio de 1915, Ciudad de México sería ocupada en varias ocasiones por facciones revolucionarias. Las entradas y salidas de ejércitos, con sus consecuentes saqueos y hambrunas, sembraron el caos. Convencionistas y carrancistas sabían que tomarla era uno de los factores fundamentales para ganar el país, por eso la convirtieron en escenario de su disputa
A cien años de la muerte de Eufemio Zapata, regresemos a lo ocurrido aquel 18 de junio de 1917, cuando el hermano mayor del general en jefe del Ejército Libertador de Sur cayó abatido en una de las calles principales de Cuautla, Morelos. El hecho es significativo porque perdió la vida a manos de un subordinado suyo, el general Sidronio Camacho.
Se dice que en 1927, mientras se encontraba exiliado en Madrid (sus magnas obras las escribió fuera de México), Martín Luis Guzmán se enteró por la prensa del asesinato, en Huitzilac, Morelos, del general Francisco Serrano y algunos de sus seguidores más cercanos. Fue entonces que decidió iniciar la confección de esta novela.