¡Vamos al cine! Les recomendamos “El atentado”

De magnicidio fallido a linchamiento atroz

Marco A. Villa

La mano alzada de Arnulfo Arroyo no pudo más que exasperar los aspavientos de quienes vislumbraron aquel ataque sobre el presidente Porfirio Díaz como fatal. En un santiamén, el alcoholizado treintañero, “natural de Tlanepantla y pasante de derecho”, había burlado la valla de cadetes para avalanzarse sobre el mandatario, quien caminaba junto a miembros de su gabinete por la calzada sur de la Alameda Central, envuelto por los vítores de la concurrencia que abarrotó flancos y balcones aquella mañana apoteósica del 16 de septiembre de 1897.

 

Pero lo que quizá iba a ser el magnicidio del siglo en México, terminó en un coscorrón contra el Ejecutivo –pero no de la forma en que lo exhibe la película El atentado, en la que se ve a un don Porfirio caer de rodillas con un severo golpe en la frente–, quien resistió con entereza perdiendo apenas el sombrero. Entonces, las primeras reacciones contra el agresor sucedieron: “recibió sobre el rostro un bastonazo del brigadier Monasterio, en la boca un puñetazo del general Pradillo, y por último, un cargador llamado Florencio Cortés, de la joyería La Esmeralda, tomó por los cabellos al maltratado loco y lo hizo caer al suelo, donde pretendía matarlo”, según describió Jesús M. Rábago en su Historia del gran crimen, publicada a fines de 1897.

Las risotadas de uno que otro mirón ante el fracaso del agresor no se hicieron esperar, ni tampoco los murmullos en torno a las razones que lo llevaron a cometer tal acción. Sin embargo, para las autoridades y para la prensa había actuado solo –como lo deja entrever tanto la película como los reportes de la prensa y oficiales de la época, no así Rábago– porque tenía “ideas enteramente contrarias al sistema de Gobierno actual que rige a la Nación mexicana, pues él quiere otra forma de Gobierno”, y también porque “la miseria, en que se hallaba, lo tenía desesperado”, como expuso el juez Generoso Guerrero durante las primeras diligencias con las que se determinaría el destino del acusado.

Las de este juez no fueron las únicas razones atribuidas a un hombre que no surgió “de la caverna tenebrosa de un sabat anarquista”, pero que sí actuó “impulsado por la baja envidia de una grandeza que no ha sabido conquistar para sí”, como expuso El Imparcial en su primera plana del día siguiente. A final de cuentas, el joven borrachín sí era conocido por muchos, e incluso se le llegó a caricaturizar en la prensa unos tiempo antes. Por otra parte, tampoco se tiene certeza de sus adeptos como revolucionario, ni si era tan romántico o bohemio como lo pinta la cinta. Lo que sí es un hecho es que al paso de las décadas mucho se ha estudiado, analizado, novelado y hasta elucubrado en la historiografía y el arte en torno a lo sucedido en las horas posteriores a la detención de Arnulfo, las cuales terminaron con su polémica muerte mientras se encontraba en la comisaría.

Y más allá del ataque en sí mismo, o de la sucesión de hechos de los que se tiene registro a través del expediente oficial –luego desaparecido–, testimonios orales, la cobertura del periódico oficialista El Imparcial y los rebates a este por homólogos como El Popular, el clamor de decenas de ciudadanos para que se castigara a Arroyo, así como las inconformidades sociales de la época ante una dictadura progresista –todo expuesto de manera somera en la película aquí referida–, el evento es considerado el primer linchamiento acontecido en México, en buena medida porque la prensa de vena sensacionalista, específicamente El Imparcial, azuzó la ya de por sí iracunda reacción del público ante el hecho, además de que las autoridades, como se supo casi de inmediato, fabricaron su funesta versión.

A pesar de la vasta literatura que existe en torno al caso, esta cinta, basada principalmente en el libro Expediente del atentado (Álvaro Uribe), a su vez sustentado en documentación de la época en la que destacan las letras sobre el caso de Federico Gamboa, propone al espectador algunas intrigantes aproximaciones, como el papel de las autoridades en cuanto al manejo de la información y la seguridad del detenido, o la presunta implicación en una conspiración mayúscula por parte del inspector general de policía Eduardo Velázquez y otros políticos de alta envergadura. Por ello, al igual que por la vistosa reconstrucción de aquel México de finales del siglo XIX, se la recomendamos aquí.

 

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El atentado