El diezmo eclesiástico era una contribución directa; gravaba la producción agropecuaria bruta y el lucro legítimamente adquirido. Sin embargo, no era fiscal, sino religiosa. De hecho, es una exacción antiquísima que se menciona en el Génesis bíblico: Abraham pagó diezmo a Melquisedec, “sacerdote de Dios Altísimo”. Por lo tanto, es un pago para el sostenimiento del clero. Que sea una contribución directa resulta únicamente de la necesidad de determinar una base para el cobro.
En el Antiguo Régimen del mundo occidental el contribuyente enfrentaba una triple fiscalidad en función de sus distintas personalidades: como cristiano, como vasallo y como vecino de una localidad. De ese modo atendía las exigencias en el mismo orden: el eclesiástico, con el pago del diezmo; el regio, compuesto de una diversidad de impuestos, monopolios y derechos, y el municipal, a partir del arbitrio de cada cabildo.
Durante la época colonial era común el uso de papel sellado para pagar derechos. Cada hoja tenía un sello que marcaba a cuánto ascendía el uso de papel oficial para cualquier transacción, y se tasaba en reales o cuartillas (moneda de un cuarto de real).
Cuando se planeó la reestructuración de la deuda externa mexicana en 1989, pareció factible realizar una reforma fiscal, pero esta no fue prioridad para el presidente Salinas de Gortari, quien en cambio trató de cubrir el déficit hacendario con la emisión de instrumentos de deuda interna y con los ingresos petroleros.
Entre los sesenta y setenta México era fiscalmente débil, aunque fuerte en lo político. En esos años, se consolidó la centralización en la recaudación de impuestos, pues los estados y municipios entregaron su soberanía fiscal a cambio de las llamadas participaciones, es decir, las transferencias fiscales del centro a los estados, negociadas políticamente.
Las alcabalas eran un impuesto al tráfico de mercancías dentro del país, lo que impedía el libre flujo comercial. Desde tiempos del Virreinato fueron cuestionadas por su carácter “regresivo”. Por lo onerosas que resultaban y el impacto en el aumento del costo de las mercancías, fueron ampliamente rechazadas por los comerciantes y la población, pero muy favorecidas por los gobiernos hasta el siglo XX, debido a los importantes ingresos que generaban.
Desde la Independencia, una constante ha sido el fracaso para establecer una política fiscal, progresiva y eficiente. Como consecuencia, el gobierno ha transitado de una gran debilidad federalista a un fuerte centralismo político, pero sin atacar la histórica fragilidad fiscal, que se expresa como insuficiencia presupuestal y gastos crecientes. La apuesta siempre ha sido por la fortaleza política del Estado, no de sus finanzas, y por lo tanto de sus servicios.
Durante el periodo virreinal, los amoríos entre los amos y sus esclavas eran habituales, ya fuera de manera consentida o violenta que regularmente se callaban por temor al “qué dirán”.
A lo más granado de la sociedad novohispana sorprendió que don Francisco Fernández de la Cueva, connotado virrey de la Nueva España, solicitara su presencia en el funeral de su esclava, para cuyo entierro no escatimó privilegios.
El virrey Francisco Fernández de la Cueva era un descendiente de la más alta jerarquía española. Durante su gobierno patrocinó algunas remodelaciones al Palacio Virreinal y embelleció y mejoró partes de Ciudad de México con dinero de su propio bolsillo.
La mayoría de los asiáticos avecindados en Nueva España trabajaban como esclavos de los hacendados españoles. Con el paso de los años, los pobladores libres formaron pequeños caseríos. Algunos chinos libres se avencidaron en las repúblicas de indios, donde se casaron con indígenas y mulatas e incluso alcanzaron cargos importantes. En Huitzuco, en el norte del actual Guerrero, un indio filipino se desempeñaba como gobernador a fines del siglo XVII.
Los indios filipinos llegaron para sustituir a la mano de obra indígena –mermada por las pandemias– y con el tiempo empezaron a formar sus propias comunidades en las tierras de la región. La industria cocotera novohispana no puede entenderse sin los pobladores que llegaron de Asia, quienes expandieron el cultivo de esta especie en las costas del Pacífico.