En 1517 el monje agustino Martín Lutero se declaró en abierta rebeldía hacia la Iglesia Católica, denunció las corruptelas del papado romano, desconoció la validez de la mayoría de los sacramentos y del celibato sacerdotal y declaró como idolátrico el culto a los santos, a sus imágenes y a sus reliquias. Uno de sus principales postulados, “la justificación por la fe”, negaba que fueran necesarias para salvarse las obras de caridad y las indulgencias, y consideraba al purgatorio como un invento de la Iglesia para allegarse riqueza. De hecho, una de las razones de su rebeldía había sido la colecta de dinero por la “venta” de indulgencias promovida por el papado (y encargada a los banqueros alemanes) para la construcción de la nueva basílica de San Pedro en Roma.
Las indulgencias y el purgatorio
Desde el siglo XII, una de las mayores novedades en materia teológica fue la consolidación de una dogmática sobre las indulgencias en el cristianismo occidental, asociada con la creencia en el purgatorio, un nuevo espacio temporal en el más allá. Nacido por la necesidad de dar a los mercaderes la posibilidad de una salvación diferida y de premiar sus buenas obras y las limosnas concedidas a la Iglesia, en este lugar de sufrimiento temporal debían purificarse las almas de los cristianos antes de llegar al cielo.
La creencia en el purgatorio, declarado dogma en el concilio de Lyon en 1245, promocionó el surgimiento de cofradías y mandas testamentarias otorgadas a los conventos mendicantes para ganar indulgencias y disminuir el tiempo de purgación. El tema estaba también inmerso en la publicación de las cruzadas, pues quien guerreaba en ellas ganaba indulgencia plenaria (es decir, una remisión total de la penitencia canónica debida por los pecados) y el paso directo a la gloria. Muy pronto, las indulgencias no requerían ir personalmente a guerrear a Tierra Santa, pues bastaba con adquirir una bula de cruzada y aportar dinero para la causa de la guerra santa contra el islam. A partir del año 1300, la Iglesia católica comenzó a celebrar jubileos, aunque al principio de manera irregular, hasta que desde 1450 se volvió una costumbre constante cada 25 años. El jubileo tenía un sentido simbólico de liberación del pecado y de perdón general que concedía indulgencia plenaria a todo aquel que visitara ciertos santuarios en Roma y diera alguna limosna en ellos.
Por el tiempo en que se estaban proclamando las indulgencias para construir la basílica de San Pedro que tanto indignaron a Lutero, se publicaba, en 1505, la primera edición en alemán de las Revelaciones de la monja Gertrudis, religiosa benedictina del monasterio de Helfta que había vivido entre 1256 y 1302 y cuya vida y visiones eran hasta entonces desconocidas. Poco después, en 1536 el cartujo Juan Lanspergius preparó una edición del texto en latín bajo el título Insinationum Divinae Pietatis, el cual constaba de cinco libros, de los cuales el segundo era una especie de autobiografía espiritual de la santa de Helfta. Los libros restantes fueron escritos por sus compañeras del convento con materiales dejados por la religiosa y el primero, con un esbozo biográfico de ella, se atribuye a un monje anónimo.
El origen de una confusión
Las ediciones de los escritos de la santa crearon una confusión que siguió repitiéndose a lo largo de los siglos hasta que nuevas investigaciones documentales la han desmentido. En la primera traducción de sus obras al castellano (a inicios del siglo XVII), Gertrudis de Helfta aparece como descendiente de la noble familia de los Hackeborn, condes de Mansfeld y, por lo tanto, fue convertida en hermana de otra monja santa, Metchild de Hackeborn (conocida en España como santa Matilde). El origen de esta inexactitud puede explicarse por la existencia de una contemporánea suya homónima llamada Gertrudis de Hackeborn, abadesa que efectivamente fue hermana de Metchild. Esta confusión entre ambas Gertrudis creará otra, que tendrá repercusiones en la iconografía y la hagiografía de la santa, pues se le atribuirá falsamente el haber sido abadesa del convento de Helfta, cargo que según sus biógrafos desempeñó con éxito durante casi cuarenta años. A partir de esa confusión comenzó a llamársele Gertrudis la Magna, para diferenciarla también de otra santa homónima, Gertrudis de Nivelles, monja abadesa del siglo VII, protectora contra la plaga de ratones, cuya fiesta se celebraba en marzo.
Uno de los temas centrales de estos textos es la descripción de visiones, sobre todo aquellas relacionadas con el corazón de Jesús. De hecho, el convento de Helfta será considerado como precursor de la devoción al Sagrado Corazón. En las visiones de Gertrudis, su corazón y el de Cristo fueron elementos frecuentes: ella recibió la estigmatización invisible en el suyo; intercambió corazón con el hijo de Dios; el niño Jesús nació dentro de su corazón después de un corto “embarazo”; la monja lo amamantó con su leche y también bebió sangre del costado de Cristo, y con frecuencia descansó en su pecho, imitando así a san Juan Evangelista, de quien fue muy devota.
Contra la herejía luterana
Para el éxito posterior de su devoción también fueron importantes las visiones relacionadas con el purgatorio. Constantemente Cristo avisaba a su elegida la cantidad de almas que habían sido liberadas gracias a sus intervenciones y las de sus compañeras. Dios le prometió, por ejemplo, sacar de ahí tantas almas cuantas fuesen las partes en que dividiese la hostia en su boca. También Gertrudis tuvo una visión en la cual llevó hacia Cristo una multitud de almas atadas con cadenas doradas. Fue quizá por esta asociación con el purgatorio, por el hecho de ser alemana y por su inventado origen en Eisleben, la patria de Lutero, que desde finales del siglo XVI se enfatizó el carácter de Gertrudis como antídoto y panacea contra la herejía luterana.
Esta asociación fue especialmente promovida en España a partir de principios del siglo XVII, gracias a las publicaciones que hizo el benedictino fray Leandro de Granada de una hagiografía y de la traducción de sus obras al castellano entre 1603 y 1607. Este autor escribió también obras sobre la herejía de “los alumbrados”, promovida por falsas místicas, cuya fuerte presencia en Castilla en las últimas décadas del siglo XVI había provocado gran desconfianza hacia cualquier manifestación visionaria.
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