Porfirio Díaz gobernó México entre 1876 y 1911. Su régimen se empeñó en pacificar al país, luego de casi seis décadas de pronunciamientos armados e invasiones extranjeras. Sin embargo, la disolución de los ejércitos populares dejó a muchos combatientes sin empleo, en un país donde la mayoría de la población apenas sobrevivía con sueldos míseros. Esta situación llevó a algunos a unirse a bandas de salteadores para hacerse de recursos. Todavía en la década de 1880 el bandidaje era un serio problema, en especial en el norte de la República, donde surgieron bandidos legendarios como Heraclio Bernal, Ignacio Parra y Francisco Villa.
De Doroteo Arango a Francisco Villa
A lo largo de su carrera como bandolero, el alias que Doroteo Arango más utilizó y que finalmente lo inmortalizó fue, sin duda, el de Francisco Villa. En el libro de Ramón Puente, Vida de Francisco Villa contada por él mismo (1919), el guerrillero cuenta: “al pasarme a Chihuahua, queriendo que se perdiera mi huella y que no me alcanzara algún exhorto de las autoridades, mudé mi nombre por el de Francisco Villa”.
El general historiador Luis Garfias asegura que José Doroteo se unió a una banda encabezada por Francisco Villa, un “malhechor originario de Zacatecas”, que tenía tiempo robando en su estado natal y en Durango. En uno de los numerosos encuentros, la partida fue sorprendida por los Rurales, y Villa resultó gravemente herido, falleciendo poco después. Es entonces cuando Doroteo Arango decidió adoptar su nombre, pues “había demostrado tener claro ascendiente sobre el resto de la gavilla y la mejor forma de asegurarlo era usando el nombre del antiguo jefe”.
Juan Gualberto Amaya, militar constitucionalista, relata que en 1892 un joven de 14 años llamado José Doroteo Arango, acusado de varios robos, se unió a la banda de Francisco Villa, la cual tenía vínculos con otra banda liderada por Ignacio Parra. Estos dos grupos de salteadores solían reunirse en las sierras del Gamón y la Silla, ya sea para planear sus robos o para descansar sus caballos, encomendando al joven Arango la tarea de pastorearlos.
El periodista y escritor catalán Pere Foix afirma que ese “primer” Francisco Villa era “un rebelde huido de su estado natal, Zacatecas, muy temido por los rurales, los prefectos y los jefes políticos”, y que este había sido “el primer maestro de Doroteo. Le enseñó a deletrear, así como el arte de engañar a las autoridades. Doroteo lo quería como a un padre”. Según Foix, cuando Doroteo lo conoció, Villa tenía 35 años.
Celia Herrera relata, en sus memorias de 1939, que el “verdadero Francisco Villa”, el bandido de Zacatecas que había liderado varias gavillas, “por largo tiempo constituyó un serio problema para las autoridades […] perseguido por rurales, acordadas y federales”, y después de una intensa persecución, “lograron darle muerte”. Fue en ese momento cuando Arango asumió su identidad y continuó con mayor éxito y en mayor escala el robo de ganado.
Una leyenda muy conocida en la región de Canatlán y San Juan del Río, Durango, cuenta la historia del joven José Doroteo, quien supuestamente fue descubierto por el bandido en su escondite en la sierra de la Silla, hacia 1898. Al ver al joven, Villa le dijo: “se ve que tienes hambre, acércate”. Doroteo le advirtió que huyera porque la Acordada lo estaba persiguiendo, pero el bandido no hizo caso y días después el verdadero Pancho Villa fue abatido en un tiroteo. La muerte del temible bandolero enfureció al joven ladrón debido al aprecio que le había tomado, y cada vez que alguien mencionaba que Villa había muerto, Doroteo exclamaba furioso: “¡No ha muerto Villa. Villa soy yo!”.
Otra interesante versión respecto al primer encuentro entre Villa y Arango fue relatada por el veterano villista de Chihuahua Emeterio Martínez, quien dijo que Doroteo le contó que, siendo muy joven, andando a “salto de mata”, se encontró con un grupo de cuatreros al que se unió: “después de pasar mucho tiempo […] los emboscaron e hirieron de muerte al jefe de los cuatreros, quien tenía el nombre de Francisco Villa. Al mirar que habían herido a su jefe, todos los cuatreros se fueron huyendo del lugar; el único que se quedó para ayudar a su jefe fue Doroteo Arango”. El joven forajido cargó con Villa hasta una cueva cercana y luchó por salvar su vida, pero no tuvo éxito. Antes de morir, el jefe herido le dijo: “Eres el más valiente de todos los que me han acompañado y por eso te voy a dejar mi nombre: ahora te llamarás Francisco Villa”.