De revolucionario a dictador

El cubano Fulgencio Batista y su proyecto de gobierno emanado de la Revolución mexicana

Jesús Hernández Jaimes

En julio de 1938, desde el Teatro Encanto del puerto de Tampico en Tamaulipas, el presidente de México, general Lázaro Cárdenas, dirigió un emotivo mensaje por radio a unas treinta mil personas reunidas en el Estadio Polar de La Habana, Cuba. El motivo: agradecer las expresiones de solidaridad con el pueblo y gobierno mexicanos en la disputa que mantenían con empresas trasnacionales y el gobierno de Estados Unidos, a consecuencia de la expropiación petrolera del 18 de marzo de ese año. En las semanas siguientes se efectuaron otros actos de fraternidad con México en los locales del Ateneo Socialista España y del Centro Federalista Español de la capital cubana.

Para corresponder a la solidaridad cubana, el gobierno mexicano invitó a Batista a que atestiguara los logros económicos y sociales de la Revolución mexicana. ¿A qué se debían estos gestos solidarios con México de la Cuba gobernada con mano dura por el coronel Fulgencio Batista? En las siguientes páginas se narra su visita y se responde a esta pregunta.

De sargento taquígrafo a hombre fuerte de Cuba

El liderazgo de Fulgencio Batista emergió durante las movilizaciones populares en Cuba de septiembre de 1933, que obligaron a renunciar a Carlos Manuel de Céspedes, presidente provisional impuesto tres semanas antes por Estados Unidos en remplazo del dictador Gerardo Machado. La participación de militares de bajo rango en esa gesta popular, junto a obreros y estudiantes, propició que varios sargentos asumieran un papel protagónico, y de manera destacada el propio Batista. La fugaz Comisión Ejecutiva del Gobierno Provisional, conocida coloquialmente como la pentarquía, otorgó a este sargento taquígrafo el rango de coronel para que pudiera asumir la comandancia de las fuerzas armadas. Convertido súbitamente en el hombre fuerte de la isla caribeña, el coronel Batista designó a los hombres que ocuparon breve y sucesivamente la presidencia de la República de 1934 a 1940.

Los sucesos cubanos fueron vistos con beneplácito por el gobierno mexicano, en virtud de que las relaciones con el dictador Gerardo Machado habían sido muy complicadas. La amistad con el gobierno cubano se estrechó cuando el general Lázaro Cárdenas del Río asumió la presidencia de la República mexicana el 1 de diciembre de 1934, y se fortaleció aún más en los años siguientes.

En su carácter de gobernante de facto, de 1934 a 1940, Batista ejerció el poder de modo paternal y autoritario. Como señala la historiadora mexicana Felícitas López Portillo, en ese periodo se promulgó una moderada reforma agraria para dotar de tierra a los campesinos, se promovió la sindicalización de los obreros, se dispuso que al menos el 50 por ciento de los trabajadores de las empresas extranjeras fueran cubanos, se fijó un salario mínimo, se reguló el trabajo femenino e infantil para evitar su sobrexplotación, y se concedió el voto a las mujeres. Se emprendió también una campaña de alfabetización que tuvo como prioridad a los campesinos más marginados, para lo cual se utilizó al ejército, creando así la figura del soldado-maestro.

Como el propio Batista reconoció en más de una ocasión, el programa de la Revolución mexicana fue una de sus referencias para tomar esas medidas. Al mismo tiempo, el gobierno cubano ejerció la represión contra los disidentes políticos, la cual incluía el encarcelamiento, tortura y ejecuciones extrajudiciales. En consecuencia, numerosos cubanos tuvieron que exiliarse, sobre todo en Estados Unidos y México.

El amigo de los trabajadores

A partir de 1937 el gobierno cubano, controlado tras bambalinas por Fulgencio Batista, disminuyó los actos represivos contra sus adversarios, con el propósito de ampliar su base de apoyo. Al siguiente año, para dotar de institucionalidad al sistema político, convocó a un Congreso constituyente y desplegó una retórica con un hondo contenido social. De igual modo, apoyó la creación de una central obrera a semejanza de la Confederación de Trabajadores de México (CTM), fundada en 1936 bajo el liderazgo de Vicente Lombardo Toledano y con el visto bueno del gobierno del presidente Lázaro Cárdenas. En ese contexto, las expresiones de julio de 1938 en apoyo a la expropiación petrolera en México, redituaron a Fulgencio Batista amplias simpatías entre la sociedad y gobierno mexicanos, de manera que mejoró significativamente su imagen no sólo en México, sino entre amplios sectores de la izquierda latinoamericana.

Además de fundar la CTM, Lombardo Toledano realizó una intensa campaña para crear una central latinoamericana, aspiración que se materializó en septiembre de 1938 con la fundación de la Confederación de Trabajadores de América Latina (CTAL). Al congreso fundacional, realizado en la Ciudad de México, acudió una nutrida delegación cubana en representación de varias organizaciones de trabajadores. Ahí los cubanos se comprometieron a constituir su propia central.

En efecto, la Confederación de Trabajadores de Cuba (CTC) se constituyó el 28 de enero de 1939 con la asesoría de su contraparte mexicana. De hecho, al congreso fundacional acudió una delegación de la CTM compuesta por Fidel Velázquez, David Vilchis, Martín Sánchez, Cruz Patiño y el propio Lombardo Toledano, quien pronunció el discurso de clausura. Como apunta el historiador Patricio Herrera González, el evento fue cubierto de manera profusa por la prensa cubana, la cual recogió las declaraciones de Lombardo Toledano, sobre todo su llamado a la colaboración entre trabajadores y gobierno cubanos para conseguir la estabilidad del régimen y mejorar las condiciones de los primeros.

El comunista Lázaro Peña resultó electo como primer dirigente de la recién creada CTC. Este hecho es significativo, pues evidencia el protagonismo del Partido Comunista Cubano (PCC) en la creación de la confederación. Para ese momento, y como resultado de la política de distención de Batista, había cesado la persecución en contra de los comunistas de la isla. Por su lado, el PCC también buscaba el acercamiento con el gobierno, en consonancia con la directriz emitida por la III Internacional con sede en Moscú, a la cual estaba afiliado. Según ésta, los partidos comunistas debían formar alianzas con organizaciones y gobiernos progresistas para enfrentar el fascismo.

Así, la importancia de los comunistas dentro de la CTC no fue obstáculo para que la confederación albergara una pluralidad ideológica y de intereses gremiales. Esta convergencia de intereses fue aprovechada por Batista para reforzar su reputación en América Latina como gobernante preocupado por el bienestar de la clase trabajadora.

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