Así como otros artistas y científicos extranjeros de la época, Nebel recorrió México y lo interpretó desde una mirada europea. Su interés por el país, que causaba gran curiosidad en el Viejo Continente, lo llevó a retratar personas, vestimentas, monumentos coloniales y vestigios arqueológicos en litografías que se consideran excelentes muestras de ese arte en el siglo XIX.
El joven ingeniero y arquitecto germánico Carl Nebel llegó al puerto de Veracruz en 1829. Tenía entonces 24 años. Se instaló en la Ciudad de México y desde ahí realizó viajes por distintas zonas del país durante cinco años para retratar costumbres, personas, paisajes, ciudades y ruinas arqueológicas. Cuando llegó, el gobierno sufría convulsiones por asonadas y motines a favor o en contra de la designación hecha por el Congreso a Vicente Guerrero como presidente, así como por el intento de reconquista española con tropas que llegaron desde Cuba. No obstante, aquel panorama político no le interesaba al joven alemán, quien más bien buscaba dar a conocer, gráficamente, “el Nuevo Mundo, que es tan interesante para la Europa, por los pueblos que lo habitaron y por los que lo habitan”.
Fue así como en 1834 salió rumbo a París para publicar dos años después su Viaje pintoresco y arqueológico sobre la parte más interesante de la República Mexicana. En los años transcurridos desde 1829 hasta 1834, cuya intención no era otra sino recoger “lo más importante, lo más nuevo y lo más interesante, a fin de que el comerciante, el artista y el sabio encuentren en qué entretenerse. No he tenido jamás la pretensión de instruirlos, y debe servirles mi obra únicamente de diversión y recreo”.
Arte litográfico
Nebel se inscribía en una moda de las clases ilustradas europeas que seguían con avidez los “exóticos descubrimientos” de la América que comenzaba a conocerse después de terminar el dominio español. Debido a la novedad y maestría de sus obras, sus litografías quedarían grabadas en la historia como representaciones de una muy particular época mexicana.
El libro resultó un verdadero éxito, pues las 50 litografías –bellamente coloreadas, con magníficos claroscuros y con breves notas descriptivas– mostraban el país de un modo distinto al de los libros de otros viajeros que, como señala el propio Nebel en la presentación, habían abandonado completamente la parte pintoresca (es decir, las ilustraciones), lo que provocaba que los lectores no especializados muy a menudo se fastidiaran con esos estudios serios y se cansaran antes de haber concluido siquiera el primer capítulo.
Podría suponerse que se refiere a los extensos volúmenes, casi sin ilustraciones, publicados por el científico berlinés Alexander von Humboldt, quien viajó por América desde 1799 con el permiso de Carlos IV y publicó su Viaje a las regiones equinocciales del nuevo continente (1826). De su residencia en tierras novohispanas, entre 1803 y 1804, publicó también un Ensayo político sobre el reino de la Nueva España con una descripción en torno a su economía, sociedad, geografía y cultura. Nebel invitó a Humboldt para prologar la primera edición de su libro, y éste halagó la publicación:
“Concebí los más vivos deseos que las ruinas más notables de arquitectura y escultura que cubren las alturas de las Cordilleras de Méjico y del Perú, y de las cuales hasta ahora no he dado en mis escritos sino bosquejos imperfectos, fuesen presentadas al público por medio del diseño. Este deseo ha sido cumplido, por lo que hace a Méjico, del modo más satisfactorio y con un talento digno de admiración [Nebel] ha medido los monumentos con una escrupulosa exactitud, ha señalado varias construcciones enteramente desconocidas, ha conservado el carácter primitivo a los bajo-relieves que adornan los Teocallis, o pirámides mejicanas, y ha concebido y copiado con suma verdad la fisonomía de la vejetacion [sic] tropical que embellece a aquellos países”.
Estimular la curiosidad
Esa vegetación exuberante, tan extraña en los climas templados europeos, Nebel la presentó de una forma en que animó aún más la curiosidad; para él se trataba de una vegetación que, con su inexorable marcha, había inundado con las raíces de árboles grandes y pequeños las coyunturas y hendiduras de las piedras, dejando ruinas que en pocos años desaparecerían como el último testigo de esas altas civilizaciones.
Sus litografías también animaban a los espíritus aventureros para vencer los obstáculos en las travesías de un monte virgen. Incluso no se sabe hasta qué punto habrá influido la obra de Nebel en la aventura del arquitecto inglés Frederick Catherwood, quien poco después viajó a México y Centroamérica para dejarnos otro libro con estupendas ilustraciones de las ruinas arqueológicas del sureste.
En París, Nebel encontró a los mejores maestros de la litografía –como Joseph Lemercier– para realizar la ardua y habilidosa labor de reproducir a color o en tonalidades de grises los espléndidos dibujos y bocetos tan bien realizados en los caminos de un amplio territorio mexicano. En total hizo 20 láminas de carácter arqueológico (piezas y monumentos), 20 de ciudades y paisajes, y 10 de vestimenta y costumbres.
El éxito de su libro trajo a Nebel de vuelta a México en 1840 para vender su edición en español y aprovechar que el país, desde 1829, gracias al italiano Claudio Linati, ya contaba con la técnica y las piedras necesarias para realizar litografías. No obstante, una vez en México, Nebel se encontró frente a la incómoda situación de que un editor mexicano se había adelantado a reproducir sus estampas, por lo que disputó ante las autoridades sus derechos de autor, y al final perdió tal juicio.
Los monumentos arqueológicos retratados por el joven germano han suscitado gran interés entre investigadores, pues algunos de ellos han desaparecido, como es el caso de Tuxapan y Malpica, en tanto que otros han sido muy útiles para los estudios arqueológicos de sitios como Cholula, El Tajín, Xochicalco o La Quemada.
Las vistas de las plazas de las grandes ciudades también provocan la curiosidad actual por los cambios sufridos en el transcurso del tiempo. Por ejemplo, la columna en el centro de la plaza de Aguascalientes Nebel la coronó con la estatua del rey de España; al parecer nunca fue impuesta la de Fernando VII, quizá por la guerra de independencia.
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