Tras su muerte, Benito Juárez comenzó a ser transformado en una figura mítica. Además, el papel central de la Iglesia en los funerales fue ocupado por el gobierno, dando así una connotación cívica y política al luto religioso tradicional. El licenciado Alfredo Chavero, por ejemplo, en el discurso fúnebre del 20 de julio de 1872, dijo: “El pueblo comprendió que Juárez era el Moisés que debía conducirlo a la tierra prometida de la igualdad. […] en Veracruz, como una peña a orilla de los mares, permaneció impasible al embate furioso de las olas revolucionarias. Entonces, de en medio de la tempestad, hizo brotar las tablas de la Reforma, para el pueblo que se arrodillaba ante ese nuevo Sinaí”.