Entre los siglos II y IV se habían reunido un gran número de textos sobre la vida terrena de Jesús y sus enseñanzas. Entre ellos, los obispos helenísticos (la mayoría, hablantes de la lengua griega) consideraron que solo eran canónicos e inspirados por Dios cuatro evangelios (Mateo, Marcos, Lucas y Juan), las epístolas de san Pablo y los Hechos de los Apóstoles. Tacharon, por tanto, de apócrifos, e incluso de heréticos, a todos los demás textos que, a diferencia de los canónicos en griego, estaban escritos en arameo, sirio, árabe y copto.
Silvestre se encontró personalmente con Orozco, algunos días después, y le contó lo sucedido. El muralista de gruesos lentes, irritado, le contestó: “¡Qué idiotez! Cuando estuve en Roma me pasé horas y horas tendido bajo la cúpula de la Capilla Sixtina, observando los frescos de Miguel Ángel, y nadie me dijo nada”. Fiel a su nombre, el revoltoso Revueltas le aclaró: “Pero hay una diferencia: tú te acostaste boca arriba y yo boca abajo”. Orozco rompió en carcajadas.
La caricatura tiene mucho de premonición. En marzo de 1877, el caricaturista Tenorio Suárez vislumbra el militarismo de Porfirio Díaz –quien estaba a unas semanas de alcanzar su primer periodo presidencial–.
El actual Cerro de la Estrella en la Ciudad de México ha sido escenario principal de dos rituales que muestran el fervor religioso de quienes han habitado estas tierras. En la época prehispánica ahí se celebraba cada 52 años la ceremonia del Fuego Nuevo, en la cual era sacrificado un cautivo sacándole el corazón. Tres siglos después, los pobladores peregrinaban hacia sus faldas para venerar al Señor de la Cuevita, lo que décadas después devino en la famosa representación popular de la Pasión de Cristo.
Cada año, durante Semana Santa, la catedral de San Francisco en Campeche revive parte de su pasado mediante la celebración de una de las manifestaciones más populares y ricas de la región: la multitudinaria procesión del Santo Sepulcro, que en estos lares es tan antigua como los orígenes de esa ciudad y que se ha enriquecido gracias a los fieles dispuestos a continuar su celebración.
La monja guatemalteca María Teresa de la Santísima Trinidad obtuvo fama a partir de que en la Semana Santa de 1816 sufrió arrebatos místicos que le produjeron estigmas en pies y manos.