Al asumir el cargo de virrey de la Nueva España el 20 de septiembre de 1816, el teniente general Juan Ruiz de Apodaca tomó posesión de un territorio que se encontraba en plena guerra intestina con miles de muertos a su paso. Era natural que la población de la ciudad de México fijara su atención en él y esperara expectante sus primeras disposiciones. En los iniciales días, no se observó otra cosa que la aplicación de algunas medidas económicas y visitas a los cuarteles, hasta que el 5 de noviembre apareció impreso su primer bando: ¡una prohibición para volar papalotes en la ciudad!
Con la industrialización del siglo XX se configuró la producción de dulces en grandes cantidades; algunos ejemplos fueron las pastillas de menta Usher (1902), la cajeta de la Hacienda Coronado (1927), los dulces Laposse (1939), la chocolatera Larín (1924), la chocolatera Morelia Presidencial (1930), los Dulces de la Rosa (1945), los chocolates La Corona (1946) y Dulces Vero (1950).
La nueva alimentación traería consigo vino, dulces y pan. El trigo y la caña formarían parte de los nuevos cultivos, que a su vez propiciaron la creación de panes de dulce y azúcar. Mientras tanto, el cacao coexistía en los nuevos sembradíos dando lugar al chocolate, bebida que protagonizaría tardes y noches novohispanas de comilona.
Los dos extremos de la santidad y la perversión femeninas
María Egipciaca era una mujer de Alejandría cuya hermosura y presencia la inclinaron desde los doce años a la prostitución. Después de una vida disoluta en su país, decidió embarcarse hacia Jerusalén para probar fortuna y, ejerciendo su oficio, pudo pagar a unos peregrinos el precio del viaje. En el camino, el barco fue azotado por una terrible tormenta, pero la mujer no pereció, pues estaba predestinada a ser protagonista de grandes muestras de santidad.
Además de ser una de las revistas de humor más importantes de nuestra historia, Multicolor fue una piedra en el zapato del residente Francisco I. Madero.
20 de septiembre de 1942. Con apenas dos años de formación y apoyado por empresarios algodoneros locales, el equipo de beisbol Unión Laguna de Torreón logró su primer gran conquista nacional. Fuera de casa, en el Parque Delta de la Ciudad de México, derrotó a los Diablos Rojos 5 carreras contra 3 para asegurar el campeonato. El líder de aquel equipo fue el cubano Martín Dihigo, quien no solo conectó un cuadrangular, sino que fue el sostén como lanzador y como mánager dentro y fuera del diamante. Un verdadero prodigio, tanto así que el título de el Maestro le asentaba de maravilla.
Juan de Dios Peza (1852-1910), notable exponente de la literatura mexicana, se atrevió a escribir la historia en forma de verso. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.
Los objetivos estaban claros: “evitar la devastación de los bosques y del árbol en general que hay en la República de México, procurando que sea restaurada la vegetación forestal perdida así como que sean cultivadas arboledas en poblados y sitios públicos en beneficio de la higiene en general, ya que la conservación de la vegetación forestal, sirve para regular el clima”. En suma, el discurso de Miguel Ángel de Quevedo, el Apóstol del Árbol, de donde fueron extraídas estas palabras, fue vehemente y quizá no menos inquietante.
“¡Nunca más”! fue la frase más vehemente y no menos emotiva en la resolución final acusatoria que el fiscal Julio César Strassera pronunció en la víspera de la condena a las Juntas Militares argentinas en 1985, acusadas de cometer masivas violaciones a los derechos humanos, ejecutadas de forma sistemática.