Juan de Dios Peza, el reinventor de leyendas

Gerardo Díaz

Juan de Dios Peza (1852-1910), notable exponente de la literatura mexicana, se atrevió a escribir la historia en forma de verso. Fue miembro de la Academia Mexicana de la Lengua.

 

Considerado como uno de los mejores oradores de su generación, Juan de Dios Peza fue querido y atacado por igual en cuanto a su producción literaria. Sus poemas encantaban a algunos porque los consideraban honestos y apegados a su alma romántica, mientras que otros los catalogaban como meros versillos de una persona con capacidad de rima.

Independientemente de este debate, su obra se puede entender como una construcción de su época: la segunda mitad del siglo XIX y el comienzo del XX. Con un padre de reconocida simpatía monárquica, Juan de Dios abrazó por convicción las ideas del liberalismo y para demostrarlo desarrolló un estilo patriótico, al igual que varios de sus maestros y compañeros de letras.

Prologado por el gran historiador y cronista de la ciudad, Luis González Obregón, se publicó en 1898 su libro Leyendas históricas, tradicionales y fantásticas de las calles de la Ciudad de México. Ahí Peza se propuso rescatar los relatos orales que daban sentido a algunos nombres de las calles de la ciudad, pero bajo su particular estilo narrativo en forma de verso.

El poeta entendió que si el testimonio seguía presente entre los moradores, fue por la grandeza de su construcción. Así, esta difusión debería proseguir como un aporte patriótico en un país necesitado de elementos de unión tras tantos desencuentros.

A pesar de los detractores de su estilo, sobre todo en el siglo pasado, también hubo quienes lo comprendieron y fomentaron su lectura, como Carlos Monsiváis, que indicó: Lo que nos resulta “chantaje sentimental” fue lenguaje compartido, el habla simbólica.

Así, historias como la de la calle de La Perpetua, hoy Belisario Domínguez, donde se encontraba el Tribunal del Santo Oficio, fueron conocidas a través de Peza en México y en el extranjero.

 

Una eterna soledad;

Una ancha plaza desierta

Y una casa que en verdad

Revela que por su puerta

Da entrada a la eternidad.

 

Casa terrible y sombría

Que corona un esquillón

Que en la noche y en el día

Lanza el toque de agonía

De la Santa Inquisición.

 

En ella surge y domina

la inolvidable mansión

que hoy el saber ilumina…

¡Se tornó la Inquisición

Escuela de Medicina!

 

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Muere Juan de Dios Peza