De prostitutas a ermitañas

Los dos extremos de la santidad y la perversión femeninas

Antonio Rubial García

María Egipciaca era una mujer de Alejandría cuya hermosura y presencia la inclinaron desde los doce años a la prostitución. Después de una vida disoluta en su país, decidió embarcarse hacia Jerusalén para probar fortuna y, ejerciendo su oficio, pudo pagar a unos peregrinos el precio del viaje. En el camino, el barco fue azotado por una terrible tormenta, pero la mujer no pereció, pues estaba predestinada a ser protagonista de grandes muestras de santidad.

 

Una vez instalada en la Ciudad Santa, se dirigió al templo para vender su cuerpo, pero unos ángeles le impidieron el paso al recinto sagrado. En ese momento, María recibió la iluminación divina y, arrepentida de su vida de pecado, se retiró al desierto, donde pasó muchos años desnuda y casi sin comer. El brutal castigo cambió la hermosura en fealdad; como en una transformación alquímica, la purificación del alma se iba gestando conforme el cuerpo se corrompía.

Pasaron cuarenta años y el monje Gozimas llegó al desierto. La santa mujer le profetizó su futuro, levitó ante él y pasó caminando sobre las aguas del Jordán. Fue hasta entonces cuando María recibió los sacramentos de la confesión y la comunión de manos del buen sacerdote, como un símbolo del perdón que Dios le había concedido. Algún tiempo después su alma, llevada por los ángeles, abandonó su destrozado cuerpo. Pasaron tres años y Gozimas lo encontró cubierto de luz e incorrupto; entonces lo enterró, ayudado por un misterioso león, símbolo heráldico de la fortaleza espiritual de los eremitas.

En su hagiografía escrita en griego alrededor del siglo VII, y después ampliamente difundida en el mundo latino, quedaba de manifiesto que la perfección espiritual solo se podía alcanzar por medio de la paulatina destrucción corporal, de la cual la muerte era únicamente un accidente que liberaba al alma de sus ataduras. El cuerpo, instrumento de pecado, regresaba al polvo cuando era abandonado por el alma que le daba la vida.

Luego de que el Imperio romano reconoció oficialmente a la Iglesia trinitaria como la religión del Estado y ante la imposibilidad de morir como mártir, se propuso a los fieles, hombres y mujeres, una vía en sustitución: la autoinmolación por medio de brutales prácticas de ascetismo. Los ermitaños se constituyeron entonces como el otro modelo literario de santidad y se les consideró tan dignos de exaltación como los mártires. Su renuncia al mundo y el “morir” en vida los asociaron con quienes habían sido atormentados por confesar su fe.

Ermitañas y prostitutas

Poco antes de que surgiera la leyenda de santa María Egipciaca, el personaje bíblico de María Magdalena tomó también los rasgos de una ermitaña con pasado de prostituta. Su caso es representativo de cómo fue manipulado un personaje femenino muy importante en los relatos evangélicos con una finalidad didáctica y una abierta misoginia.

María de Magdala, a quien Jesús había librado de siete demonios, aparece doce veces mencionada en los evangelios canónicos como compañera inseparable de Jesús durante su apostolado; se habla de ella como una de las mujeres que estuvo con la Virgen María al pie de la cruz y que dio testimonio de la resurrección. En ningún momento se dice que era prostituta, aunque su nombre desaparece en las epístolas de Pablo y los Hechos de Lucas, pues los testimonios de las mujeres tenían muy poco crédito en el ámbito griego al que esos textos se dirigían. En cambio, varios evangelios gnósticos en copto la mencionaron como la más amada de Cristo e incluso la consideraron la encarnación de Sophia, la sabiduría divina y, por lo tanto, su consorte.

Fue quizás para contrarrestar estos textos “heréticos” que san Ambrosio y san Agustín hablaron de ella como una pecadora y comenzaron a asociarla con las mujeres públicas (porné) que ungieron a Jesús con perfumes. Enviada por el Maestro a los apóstoles, “por ser más perfectos”, a anunciar su resurrección, la Magdalena pecadora se convirtió en símbolo de la “debilidad” de su género. A fines del siglo VI el papa Gregorio Magno en una Homilía reafirmaba esta percepción, la asociaba con una de las hermanas de Lázaro y, en su papel de prostituta y ermitaña, la convertía en un modelo moral del arrepentimiento que debían tener todas las mujeres herederas del pecado cometido por Eva, la madre de la humanidad.

Ese mismo motivo estaba presente en los relatos sobre Thais de Alejandría, otra hermosa prostituta cuya vida disoluta atraía desgracias, pues muchos hombres perdían sus riquezas por atender a sus caprichos y otros derramaban su sangre en lucha por conseguir sus favores. El ermitaño Pafnucio la convenció para que dejara una vida “tan perversa”, mandó quemar todos sus bienes en la plaza pública y le impuso una brutal penitencia.

Encerrada como reclusa en una pequeña habitación tapiada en un monasterio, sin otra ventilación que una diminuta ventana por la que se le pasaba pan y agua, Thais vivió tres años de encierro, cercada por sus propios excrementos y orines para recordarle el olor de sus pecados. El monje recibió en un sueño el mensaje de que Thais había sido perdonada y la liberó del castigo, aunque la santa continuó con sus prácticas ascéticas.

Una variante de este tópico fue el relato sobre la vida de santa Pelagia de Antioquía, mujer entregada a los placeres y los lujos, famosa en su ciudad por su vida disoluta, que se convirtió por la predicación del obispo Nono y, vestida de ermitaño, se retiró al Monte de los Olivos, cerca de las murallas de Jerusalén. Un diácono que fue en peregrinación a los santos lugares y que la había conocido cuando era pecadora, descubrió su cadáver y declaró la conversión y vida de la ermitaña que en Antioquía era conocida como Pelagia, la meretriz.

 

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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

 

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