Leonora Carrington

Primera parte

Ricardo Lugo Viñas

Leonora se casó con el mexicano Renato Leduc para escapar de la Europa en guerra y del trato de su padre, quien la había internado en un psiquiátrico.

 

1937. Francia. Es verano, los populosos cafés del Barrio Latino, en el centro de París –como el Café de Flore o el Les Deux Magots–, hervían de actividad. Eran el punto favorito de reunión de pintores, escritores y toda suerte de artistas vanguardistas. Una tarde de aquel verano, varios surrealistas se congregaron en uno de esos cafés en derredor de André Breton, figura tutelar del círculo surrealista. Al cónclave asistieron Marcel Duchamp, Óscar Domínguez, Benjamin Péret, Max Ernst y la jovencísima y majestuosa Leonora Carrington. Más tarde, por invitación de Breton, se incorporó al concilio el pintor español Pablo Picasso, quien venía acompañado de un buen amigo suyo, el “poeta del arrabal” y bohemio mexicano Renato Leduc, autor del célebre poema “Tiempo” (ver Relatos e Historias en México número 165) y que para entonces trabajaba en la oficina de Hacienda de la embajada de México en Francia.

Un decisivo encuentro

Aquel sería el primer encuentro entre Carrington y Leduc, personajes disímbolos por donde se les viera. Él era dicharachero, divertido, bromista, había participado en la Revolución mexicana como telegrafista para la División del Norte, era docto en toros y tabernas… Ella provenía de la aristocracia inglesa, se había educado en los mejores colegios de Italia y Londres, amaba los caballos y la naturaleza, era rebelde y supersticiosa… Otra distancia significativa eran sus edades, Renato tenía 42 y Leonora 20.

No obstante, cada uno cuenta su vida según la recuerda. La versión de Leonora, acerca de ese primer encuentro con Renato, es un tanto distinta. Ella recordaba haber visto por vez primera a Leduc una noche en que su amante, Max Ernst, invitó a cenar a Picasso al pequeño departamento que rentaban, en la rue Jacob 12, en el barrio de Saint-Germain-des-Près. Así pues, Picasso acudió a la cena en compañía de su amigo mexicano.

Aquí se esconde una pequeña anécdota que vale la pena contar, pues ilustra a detalle el escenario y el cariz de los primeros contactos con el mundo de las vanguardias parisinas, al que Leonora tuvo que enfrentarse en su condición de mujer joven, bella y brillante. Veamos el episodio. Resuelta que el día que Carrington conoció personalmente a Picasso en una reunión entre surrealistas y por intermediación de Max Ernst –él será, como veremos más adelante, quien la introducirá al selecto círculo surrealista–, el creador del cubismo quiso mandar a la joven Leonora a comprar una cajetilla de cigarrillos. Rebelde y preclara, Leonora le contestó de inmediato, frente a toda la concurrencia: “¡que vaya tu madre!”. Hasta aquí la anécdota.

El hecho es que, en una y otra versión sobre aquel primer y decisivo encuentro entre Leonora Carrington y Renato Leduc, la figura de Pablo Picasso es el común denominador. Sea como sea, a ambos la vida y el destino les tenía preparado una íntima y compartida historia que los enlazará por el resto de sus existencias, aun pese a sus profundas diferencias.

Regalo de cumpleaños

Apenas un año atrás, en 1936, Marie Moorheard, madre de Leonora, conocedora de las inclinaciones e intereses de su hija, le había obsequiado, como presente de cumpleaños, el libro Surrealism de Herbert Read. La misteriosa, bella e inquietante pintura que ilustraba la portada de aquel libro dejó perpleja y boquiabierta a Leonora. Será ahí donde leerá, por vez primera, el nombre de aquel hombre que habrá de convertirseen el amor de toda su vida: Max Ernst, el pintor surrealista y figura toral del movimiento dadá.

Las aspiraciones aristocráticas de su padre, el magnate textil Harold Carrington, contravenían los planes y deseos de Leonora, que pugnaba por ser libre, pintar, escribir, andar a caballo y, sobre todo, evitar el mercado de maridos de alta sociedad al que su padre la quería entregar. Será su madre la que le apoye y comprenda mejor. Propiciará y alentará en su hija el interés por todo lo artístico. Cuatro años antes, en 1932, inscribirá a Leonora en el colegio de buenos modales para señoritas Miss Penrose School Girls, en Florencia, Italia.

Más allá de aprender a tejer y bordar –técnica que después explotaría bellamente en sus obras–, el paso de Leonora por Florencia será crucial para su carrera. Ahí, se encontrará con la tradición del arte pictórico. Será un momento de gran aprendizaje. A ello se sumará su primer viaje a París, en 1933, en compañía de su madre. Juntas recorrerán todos los museos y las galerías de arte.

Por si esto fuera poco, en 1936 su madre –nuevamente su madre– logró matricularla en la prestigiosa Academia del pintor Amédée Ozenfant, en Londres. Ahí Leonora aprenderá toda la técnica del dibujo. Aquel año será crucial para su vida. Primero porque conoce a Max Ernst en persona. Hay varias versiones al respecto. Se dice que coincidieron en la galería New Burligton, durante la primera exposición personal de Ernst en Londres. Otra versión apunta que el encuentro fue en una fiesta; y otra más que fue durante un ciclo de conferencias en la Academia Ozenfant, en la que Max habría participado.

 

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