La niebla cubría cerros y barrancas, no los agravios acumulados. Era 1766. Nicolás Zavala, barretero de Real del Monte (en el actual Hidalgo), compartía su casa para las reuniones clandestinas. Allí, Domingo González y José Vicente Oviedo, junto con un grupo de operarios, se reunían y daban vida al primero y más importante movimiento obrero del periodo virreinal en Nueva España.
El trabajo en las minas
La minería en el siglo XVIII dependía en gran parte del trabajo especializado. Los peones y ayudantes trabajaban por el salario; los barreteros (aquellos que usaban barreta, cuña o pico), por el salario y el partido. En aquel periodo, en Real del Monte se registraban veintidós oficios para sacar los metales o para su beneficio en las haciendas, como los peones de acarreo, abajadores y sacadores; tenateros que extraían el mineral de algún socavón; pepenadoras que separaban los materiales ricos de los pobres, y ademadores y paleros que reforzaban los socavones para evitar derrumbes. Para el tumbe del mineral, los barreteros se organizaban en cuadrillas, cada una con sus peones y ayudantes que alumbraban, llevaban comida, desalojaban desmontes y desechos.
Los dueños o concesionarios tenían en su mayoría minas riesgosas y poco productivas. Por su falta de capital, sustituían el salario por la participación de los trabajadores en el mineral extraído; eso era el partido. Además, había rescatadores de platas, comerciantes que compraban el partido a los mineros.
Don Pedro Romero de Terreros, uno de los protagonistas de este drama, salió pobre de Cortegana en Andalucía (España). Mandó por él su tío, Juan Vázquez de Terreros, para que le ayudara a administrar una tienda y una recua de mulas que transportaba mercancías de Querétaro a las minas. Llegó a Nueva España en 1728 a los dieciocho años. Al paso del tiempo, tres fuentes fueron el inicio de su fortuna: la apropiación de los ahorros de su hermano, el haber sido nombrado albacea del testamento de su tío y el excedente de sus salarios. A la muerte de don Juan, Romero de Terreros lo sustituyó como alcalde, alférez real y alguacil mayor de la ciudad queretana, cargos que le ayudaron a relacionarse y dedicar su capital al préstamo de avío, financiando a otros mineros mediante operaciones redituables.
En 1743 se asoció con José Alejandro de Bustamante y Bustillo, quien cinco años más tarde escribió un alegato al virrey Juan Francisco de Güemes, conde de Revillagigedo, en el que detallaba las causas del “desastroso” estado de la minería debido a las dificultades naturales de estos sitios, las ocasionadas por los operarios y las generadas por los dueños. Allí describe a los operarios como “gente de baja esfera, de ningún cuidado y de muy malas propiedades, lejos de tener temor y mucho menos agradecimiento”, aparte de ser propensos a los hurtos.
Romero y Bustamante formaron la Compañía del Real del Monte y Pachuca, pero tras la muerte accidental de su socio en 1750, don Pedro reclamó y tomó posesión de la veta Vizcaína e hizo grandes inversiones para reconstruir socavones y galerías.
El descontento
Romero de Terreros había invertido dos millones de pesos en Real del Monte, lo que hacía menos riesgosas las labores, pero decidió recuperar la inversión alargando la jornada de trabajo y reduciendo los ingresos de los operarios. Durante los primeros meses de 1766, el salario de los peones bajó de cuatro a tres reales, el partido de los barreteros empezó a escamotearse y a los ademadores se les quitó la posibilidad de sacar mineral. El descontento se generalizó. Los operarios comenzaron a reunirse clandestinamente en casa del barretero Nicolás Zavala para organizar un paro de labores y redactar una denuncia contra Romero de Terreros. El documento fechado el 28 de julio de 1766 fue entregado a los oficiales reales de Pachuca, incondicionales del empresario:
"Los operarios de las minas de la Veta Vizcaína, pertenecientes al señor Don Pedro Romero de Terreros, de la Orden de Calatrava, vecinos de Real del Monte […] decimos que siendo nuestro ejercicio el de barreteros, ha muchos años que trabajamos en dichas minas con sobrados afanes y fatigas, porque el único asilo que el barretero lleva a una mina, es el partido que puede sacar en su tequio [porción de mineral correspondiente al destajo del barretero], que es y ha sido lo que ha mantenido siempre con decencia a los operarios, no el salario, porque este son cuatro reales. […] los partidos de la veta nunca han sido correspondientes al tequio, porque antes se partía revolviendo el metal, que aunque es cosa fuera de estilo, ya condescendimos con ello, porque se partía en conciencia y algo nos quedaba. Después se quitó la revoltura y se impuso que de cada tres costales de tequio sacase el barretero uno para partir […] condescendimos en ello y así se estuvo observando mucho tiempo, pero ahora pocos días se ha impuesto el que de cuatro costales saque el barretero uno […] la orden que hay del administrador don Marcelo González, es que el peón vacíe la cuenta, y sobre ella el partido, y que el peón se salga fuera […] y salido el peón, los cajones se ponen a separar el metal bueno y razonable al lado que le corresponde al amo, dejando al lado del barretero lo más inútil e inservible […] De forma que hoy todo es aprovecharse el amo y perecer los operarios […] ocurrimos a la justificación de vuestras mercedes, para que se sirvan poner el remedio mandando se nos parta según la antigua costumbre […] y no dándonos providencia a este justo reclamo, se nos dé testimonio de nuestro ocurso para hacerlo donde nos convenga […] y mudarnos donde con más alivio podamos buscar el sustento."
Firmaron quince y otros 55 dieron sus nombres. El 30 de julio, Romero de Terreros agradeció a los oficiales reales el escrito que le entregaron el día anterior, cuando también lo recibieron. El 31 de julio, los oficiales pidieron a los inconformes que designaran a seis para negociar las condiciones de trabajo y remuneración. Los representantes aceptaron algunas componendas y salieron a comunicarlas a sus compañeros, quienes no las aceptaron. Para el 1 de agosto, los trabajadores no habían obtenido ninguna respuesta, así que exigieron se les devolviera su escrito para presentarlo “a mayor tribunal”. El 2 de agosto, Romero de Terreros escribió a los oficiales reales y al alcalde mayor:
"Por carta que acabo de recibir de Don Marcelo con fecha de ayer, sé que los operarios ocurrieron a vuestras mercedes pidiendo testimonio de su escrito presentado, para ocurrir a dar queja de la ninguna providencia que se dio en su vista, y entendidos también de que están tan cercanos que su entrada será mañana, me parece muy conforme que vuestras mercedes me hagan favor de dar cuenta al Excelentísimo Señor Virrey, con inserción de la carta que di a la que vuestras mercedes me hicieron favor de escribirme […] sin valerse de estos pretextos asistan al trabajo, no habiendo motivo para que lo resistan."
De inmediato, los oficiales reales de Pachuca escribieron al virrey:
"Se dejaron caer como trescientos el día de ayer en esta Real Caja, tumultuosamente, con el mayor desorden, intrepidez, osadía y desvergüenza que jamás se ha visto, digna del más severo castigo […] Y no habiéndose omitido por nosotros los medios más eficaces y suaves que tuvimos por convenientes […] para aquietarles, y que se volviesen al pueble de dichas minas; no habiendo tenido efecto más que una voz de todos [que] dijo “a México, a México”."
El 4 de agosto, el virrey de Nueva España y marqués de Cruillas, Joaquín de Montserrat, recibió, escuchó y aprobó todas las peticiones de los barreteros con la condición de que volvieran a trabajar a las minas. Ese mismo día, “los señores tesorero y contador, oficiales reales de la real hacienda y caja” de Pachuca, asentaron la respuesta favorable a cada una de las peticiones con la condición de que regresaran a sus labores. El 6 de agosto, los oficiales leyeron y notificaron las resoluciones del virrey ante el alcalde, los rayadores, recogedores, mineros y operarios, y “entendidos de todo dijeron lo oyen y que están todos prontos a obedecer todo lo que se les manda”.
El estallido
A pesar de la resolución favorable para los barreteros, el 8 de agosto don Joseph de Azcoitia, teniente de alguacil mayor, dijo que “acababa de poner preso en la cárcel pública de esta ciudad a cuatro hombres […] porque los cuatro son las cabezas del bando y sedición de los operarios”. Para el 14 del mismo mes subieron a Real del Monte los oficiales reales, pero como “se notó sus terrenos copados de gente en número de más de dos mil personas”, Romero pidió que los barreteros escogiesen a cuatro representantes que hablasen en nombre de los demás.
Los oficiales y los cuatro hombres fueron a los diferentes tiros. En el de Santa Teresa, don Pedro comenzó a hablar con los barreteros de ahí: “¿Qué agravio os ha hecho vuestro amo, o en qué os ha agraviado?, ¿acaso os ha faltado en algo?, ¿ha dejado de pagaros vuestros jornales?, ¿no os ha suplido, tolerado y aguantado todas vuestras picardías? Aunque hayáis cometido, como lo habéis hecho, muchos excesos, como ha sido robar la herramienta, las velas, la pólvora, los metales […] pues ¿qué queréis?”. Tomando la voz por todos, Miguel Santos respondió: “Que en cuanto a la paga de los sueldos, ninguno se quejaba, que por lo que decía al robo de herramienta, no tenía noticia que se hubiese hurtado ninguna, y que por lo que respecta a las velas y pólvora, estaba cierto en que ninguna se hurtaba”. Dijo además que el agravio que habían recibido de don Pedro era la reducción del partido, a lo que el futuro conde de Regla respondió que era decisión del amo darlo o no darlo, que no había ley que lo precisase a ello. Finalmente, al no poder convencerlos, Romero de Terreros cedió: “cumpliendo vosotros con vuestra obligación, y mirando por el amo, sacad a partir lo que quisiereis, no solo dos costales sino media mina, que se os partirá sin repugnancia alguna”.
Acabado esto, los peones entraron a la galera y reclamaron que se les diesen cuatro reales de jornal, a lo que no hubo lugar, por lo que luego todos los barreteros dijeron que “ha habido composición, pero no con los peones, pues ninguno baja”. Tal afirmación exaltó los ánimos y bajaron todos a Pachuca para apedrear la casa de don Pedro y la del administrador, Marcelo González. Después fueron a la cárcel pública y destrozaron sus puertas, lo que puso en libertad a todos los reos, hombres y mujeres, y en especial a los cuatro que estaban presos por encabezar el movimiento. El alcalde de Pachuca murió apedreado cuando intentaba detenerlos.
Si quieres saber más sobre la victoria de la huelga y el contraataque de Romero de Terreros busca el artículo completo “La primera huelga en la Nueva España” de la autora Esther Sanginés que se publicó en Relatos e Historias en México número 119.
Para entender la Expropiación Petrolera. Versión impresa.
Para entender la Expropiación Petrolera. Versión digital.