Los Madero y su viñedo de Parras “De la Hacienda del Rosario,/ un ‘tremendo’ vinatero,/ con arrojo temerario/ y amor patrio verdadero/ partió heroico y decidido/ a recorrer las ciudades,/ a hablarle al pueblo oprimido/ de sus santas libertades”. Así rezaba la calaverita del presidente electo Francisco I. Madero en 1911, cuya ilustración elaborada por José Guadalupe Posada lo mostraba con una botella de aguardiente de Parras en una mano.
La asociación, por supuesto, no era errónea, no sólo porque “Panchito” había nacido en 1873 en dicha hacienda ubicada en Parras, Coahuila, sino porque el empresario Evaristo Madero, abuelo del líder de la revolución que derrocó al gobierno de Porfirio Díaz, adquirió en 1870 esa propiedad, la cual había sido fundada en 1594 por su remotísimo ancestro Francisco de Urdiñola, un conquistador de origen vasco que expandió el dominio de la Corona española hacia el norte de Nueva España, fue gobernador de Nueva Vizcaya y uno de los primeros en cultivar vides en la zona de Saltillo y alrededores.
Los Madero, podríamos decir entonces, eran una familia con vino en la sangre (metafóricamente, claro está), algo que se acentuó cuando don Evaristo, en 1893, compró la antigua hacienda de San Lorenzo, célebre porque ahí, en tiempos coloniales, el rey de España otorgó a don Lorenzo García una merced de tierras en 1597, gracias a lo cual estableció un viñedo y más tarde inauguró la Bodega de San Lorenzo, donde hasta la fecha se ubica la sede de la empresa vinícola Casa Madero.
En el siglo XVII, en San Lorenzo se consolidó la producción de vinos y aguardientes de uva (lo que hoy llamamos brandy), al grado de que –como ha señalado Rocío González-Maíz– para 1660 contaba con 90,000 cepas sembradas. Entonces, su principal mercado eran los conventos e iglesias de la región, lo que, si bien era benéfico para el negocio, también llevó a que dependiera de la institución eclesiástica y a que siempre estuviera en deuda con ella, a través de diezmos, obras pías o préstamos. Aunque cabe aclarar que el vino no era el único producto de la hacienda, pues también incursionó en otros ramos de la agricultura y la ganadería.
La vinícola de San Lorenzo llegó al siglo XVIII con más de 45 kilómetros de vides plantadas, apogeo que era un reflejo de lo que ocurría en todo el valle de Parras (el cual es considerado la cuna del vino americano), ya que para 1761 el obispo Pedro Tamarón calculaba que allí había tres millones de cepas que, además, estaban integradas en un solo sistema de riego. Asimismo, el ingeniero Nicolás de Lafora señalaba, pocos años después, que en la zona elaboraban “un vino razonable aunque en lo general es dulce, y muy buen aguardiente”.
Desde el siglo XVI, la hacienda de San Lorenzo se había mantenido independiente del enorme latifundio que la circundaba –cuyo primer dueño fue Urdiñola–, y que incluía la hacienda del Rosario. Sin embargo, eso cambiaría en 1893 y por primera vez ambas propiedades quedarían en manos de una sola persona: don Evaristo. Tales dominios fueron estratégicos para impulsar los negocios del patriarca de los Madero (no por nada José Vasconcelos lo calificó como uno de los “más grandes latifundistas del país”), que incluían empresas financieras, mineras, textileras y agropecuarias.
La hacienda de San Lorenzo había tenido numerosos dueños desde su fundación. Los últimos, antes de la compra de Madero, fueron unos franceses cuyo proyecto de negocio al final no prosperó. Con la llegada de don Evaristo a la empresa, su producción vinatera recobró impulso, en especial luego de que en 1894 introdujeran, de manera exitosa, las variedades de uva pinot noir, colombard y folle blanche, según ha indicado González-Maíz. Además, se contrató a enólogos europeos para impulsar la calidad de sus vinos y aguardientes.
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