Ignacio Zaragoza, ¿cómo fueron los funerales de tan distinguido hombre?

Más allá del momento cumbre en su carrera, ¿cuál fue el protocolo a seguir tras su muerte?

Gerardo Díaz

Tanto el nombre de la ciudad de Puebla como el de algunas de sus calles fueron cambiados para honrar a Zaragoza, el joven general que triunfó en la batalla del 5 de mayo de 1862, pero que murió unos meses después.

 

Del general Ignacio Zaragoza hemos destacado, sobre todo, su brillante liderazgo en la defensa de Puebla el 5 de mayo de 1862, durante la invasión francesa a México, y su lamentable muerte el 8 de septiembre de ese año, en medio de una inminente reorganización de los enemigos que atacarían la misma plaza en marzo de 1863. Pero más allá del momento cumbre en su carrera, ¿cuál fue el protocolo a seguir tras su muerte? ¿Cómo fueron los funerales de tan distinguido hombre?

Por tratarse de una figura icónica para la República, el presidente Benito Juárez informó por escrito de la muerte del general y dio instrucciones a los gobernadores para que la noticia “no degenere en abatimiento de ánimo […] Los hombres mueren; pero un pueblo es inmortal si le sostienen incesantemente las virtudes de sus hijos”. También se decretaron honras fúnebres en todo el país, dignas de un capitán general de ejército muerto en campaña; que todo funcionario guardara luto por nueve días; el izamiento del pabellón nacional a media asta por tres días consecutivos, con cañonazos cada cuarto de hora, desde el alba hasta la puesta del sol.

Luego se ordenó el traslado de su cuerpo a Ciudad de México. Asimismo, se le declaró Benemérito de la Patria en grado heroico y se agregó su apellido al nombre de la ciudad de Puebla. A sus familiares cercanos se les dio una pensión, destacando la dote de la hija con cien mil pesos en bienes nacionalizados o seis mil pesos anuales.

En el salón de sesiones del Congreso fue objeto de homenajes del presidente y sus ministros hasta el 13 de septiembre, fecha en que recibió sepultura en el panteón de San Fernando de la capital. Ahí acudieron personajes prominentes de la ciudad, como José María Iglesias, a la postre presidente interino de México, quien destacó en su magnífico discurso: “El día que puedan agregarse nuestros laureles a los siempre frescos de esa tumba que va a cerrarse a nuestra vista; el día en que se firme una paz honrosa, salvándose la dignidad nacional […] habremos levantado, creedme, el monumento más honorífico a Zaragoza, el más adecuado a la alta nobleza de sus sentimientos”.

En su momento no lo sabían, pero tendrían que pasar casi cinco años para poder ofrecerle la esperada victoria definitiva a ese héroe mediante el fusilamiento de Maximiliano de Habsburgo. De tal forma, Zaragoza dejó, apenas a sus 33 años, un legado pesadísimo sobre aquella generación a la que también pertenecieron Benito Juárez y Porfirio Díaz.

 

La breve "Ignacio Zaragoza" del autor Gerardo Díaz se publicó en Relatos e Historias en México número 116