Lo que restaba de la otrora imponente División del Norte huía como podía de las victoriosas fuerzas carrancistas. En los poblados de Durango y Chihuahua, la gente y la misma tropa se preguntaban cómo habían perdido contra “el perfumado”, como solía llamar Francisco Villa a Álvaro Obregón. Dentro del grupo de generales supervivientes la intriga y la sospecha corrían de boca en boca. Era 1915…
Después del ataque de Pancho Villa y su gente a Columbus, Nuevo México, la prensa de Estados Unidos comentaba el inminente cruce de tropas sobre la frontera sur en busca del revolucionario. El periodista John Reed escribió estas palabras dirigiéndose a los políticos y a los lectores estadunidenses: “Para la infantería, acosada por las bandas guerrilleras, con insuficiente transporte ferroviario, poca agua y nada de comida, yo pensaría que encontrar a Villla sería un tarea imposible de cumplir”. La historia le dio la razón al periodista, las tropas de Pershing, que invadieron México en 1919, nunca encontraron a Pancho Villa.
Patrick O’Hea fue un inglés que vivió en varias localidades del norte de México durante los años más álgidos de nuestra revolución. Fue administrador de haciendas, gerente de una fábrica jabonera y vicecónsul británico en Torreón. Una de sus experiencias más vivaces pero agotadoras fue tratar con Francisco Villa, una persona muy volátil de acuerdo con su estado de ánimo, que bien podía ser un ángel o un demonio. Estas y otras vivencias las plasmó en sus memorias tituladas Reminiscencias de la Revolución Mexicana, publicadas en inglés en 1966 y de las que se toman los fragmentos presentados a continuación.
Mucho de lo que estaba ocurriendo en ese momento dentro del ejército maderista y de las corrientes que combatían en ese banco se desprende de esta fotografía, donde aparecen los principales personajes que jugarían un papel importante en la Batalla de Ciudad Juárez. La suerte estaba echada, muy pronto Madero daría a conocer su gabinete y su proyecto de gobierno, algunos de los protagonistas tomarían entonces su propio derrotero.
La inminente entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial (1914-1918) jugó en favor de la diplomacia mexicana, ya que obligó a los vecinos del norte a acelerar su salida del país y normalizar las relaciones con el gobierno de Carranza.
El 9 de marzo de 1916, Francisco Villa al mando de 500 hombres atacó Columbus, Nuevo México, y enfrentó al ejército estadunidense en una batalla que duró seis horas y que causó grandes destrozos al poblado. Estados Unidos respondió a este ataque rápidamente enviando a México una expedición punitiva formada por 4 800 soldados, más tarde aumentada hasta 10 000, que invadió el estado de Chihuahua con la intención de capturar a Villa, vivo o muerto, y destruir sus tropas.
En 1920 se rindió al gobierno federal para morir asesinado el 20 de julio de 1923. En los primeros días de febrero de 1926 una escalofriante noticia recorrió el país. La tumba de Villa había sido violada y al cadáver le fue cercenada la cabeza. Las malas lenguas señalaron como culpables a los norteamericanos.
Cuando Emiliano Zapata y Pancho Villa brindaron por su alianza en Xochimilco
Villa y Zapata eran sustancialmente diferentes; hasta contrastantes. De modo que los primeros minutos del encuentro resultaron un tanto incómodos. “Era divertido verlos tratando de hacer amistad. […] Como novios de pueblo”, escribiría Leon Canova, taquígrafo estadounidense que registró la reunión.
Francisco Villa no sería envenenado, pero sí asesinado en 1923 en Parral, Chihuahua, durante una emboscada en la que fue acribillado a tiros mientras viajaba en un automóvil.