Dadas las tres de la tarde, hora en que Jesús murió en la cruz, el pelotón realista tomó las armas y le avisaron al prisionero que había llegado la hora de marchar. Xavier Mina, joven de 28 años de edad, “de cinco pies, ocho pulgadas de alto, poseedor de una figura hermosa con un buen continente”, en palabras de un compañero de armas, y “de gallarda presencia, de simpática fisonomía, de agradable trato, de finos modales y conversación amena”, según otro, emprendió su camino hacia la muerte. Tomó un Santo Cristo en una mano, y del brazo de su confesor, el capellán del Regimiento de Zaragoza, se despidió de la tropa y les solicitó que apuntaran bien. Cayó sin vida aquella tarde del 11 de noviembre de 1817.
Horas antes había escrito a su padre desde la cumbre del cerro del Bellaco, frente al fuerte de los Remedios (hoy en Pénjamo, Gto.):
Venerable padre mío:
Dentro de tres horas estaré en el mundo de la verdad. Este es el tiempo que se me da para disponerme a morir cristianamente en manos de los soldados subordinados de Fernando [VII], después de haber trabajado, lo que toda la nación sabe, para rescatar la corona que en Bayona dejó a disposición de Napoleón Bonaparte. Padre mío, no se olvide V. de mí y de que ésta será la última pesadumbre que le dará su hijo que lo ama.
¿En qué habían acabado los optimistas proyectos e ilusiones libertarias de la expedición preparada en Londres desde el año de 1815? ¿Qué sucedió con “los 300 de Mina” que animadamente habían zarpado en el barco Caledonia aquel 15 de mayo de 1816 desde Liverpool, ciudad en el estuario del río Mersey?
Al dejar las costas inglesas, Mina y sus compañeros basaban sus planes para auxiliar la insurgencia en la Nueva España, o México como ellos preferían llamarle, en la siguiente información que creían sólida:
- México era la joya más importante de la Corona española. Fernando VII, quien había regresado a España en 1814, derogado la Constitución de Cádiz y perseguido a los liberales, sacaba de la Nueva España los recursos para sostenerse en el poder. Liberar a México facilitaba la independencia del resto de Hispanoamérica. Así lo creían los liberales españoles exiliados en Inglaterra y los patriotas americanos que buscaban el apoyo inglés para su lucha emancipadora.
- La insurgencia mexicana requería de jefes y oficiales con experiencia en las guerras europeas que entrenaran a los soldados independentistas.
- Existía un Congreso (el de Chilpancingo) y un gobierno insurgente que podrían avalar los préstamos necesarios para obtener armas, barcos y pagar a los oficiales que se unieran a la expedición.
- La insurgencia contaba con una Constitución (la de Apatzingán), hecho conocido por el exterior, y con dos puertos en Veracruz (Nautla y Boquilla de Piedras), donde podían arribar armas, pertrechos militares y voluntarios.
- Mina y sus compañeros hablaban de una “República Mexicana” como si esta existiera. También, así nombraban a la Nueva España los estadounidenses y agentes como José Álvarez de Toledo, quien había recomendado al Congreso insurgente de Puruarán en 1815 que se dieran ese nombre o el de “Estados Unidos de México”, para conseguir más fácilmente el apoyo de la nación vecina del norte. El Congreso le hizo caso, a pesar de que José María Morelos no estaba de acuerdo.
Ninguno de estos presupuestos resultaron correctos y Mina tuvo que enfrentarse a una situación inesperada: era cierta la noticia de la ejecución de Morelos, ocurrida en diciembre de 1815; el Congreso insurgente había sido disuelto por Manuel Mier y Terán en ese mismo mes; los insurgentes no controlaban puerto alguno en el golfo de México; los realistas se habían apoderado de Nautla y Boquilla de Piedras, y la población de Nueva España, por lo general, no conocía la Constitución de Apatzingán, ni la de Cádiz, y no luchaba por restituir el sistema constitucional. En resumen, la insurgencia estaba en decadencia, a la defensiva.
Inicia la expedición libertadora
Dificultades continuas, deserción de expedicionarios, críticas y traiciones de supuestos simpatizadores no desanimaron a Mina y secretamente tomó un barco que lo llevó a Veracruz, donde se entrevistó con algunos personajes.
Relata don Francisco de Paula de Arrangoiz que Mina llegó a Veracruz a informarse del estado del país y que se alojó en casa de un vascongado y se reunió con varios españoles, conocidos por liberales. Les manifestó que su objetivo era restablecer la Constitución de Cádiz, a la que estos veracruzanos eran muy adictos y ellos “le animaron a que llevase a cabo su empresa”. Señala Arrangoiz que este hecho se lo refirió, después de la independencia de México, uno de los españoles que Mina visitó en ese puerto.
Finalmente, el 17 de abril de 1817 desembarcaba la expedición en la barra del río Santander y para el 22 de abril se encontraba en Soto la Marina (hoy en Tamaulipas), donde Mina imprimió un texto en su imprenta portátil: “Manifiesto contra la tiranía de Fernando VII”. Días antes en el río Bravo había proclamado: “Vosotros sabéis que al pisar el suelo mexicano no vamos a conquistar, sino a auxiliar a los ilustres defensores de los más sagrados derechos del hombre en sociedad… Os recomiendo el respeto a la religión, a las personas y a las propiedades”.
Al desembarcar, los oficiales y tripulantes entonaban una canción patriótica compuesta por Joaquín Infante, auditor de la ahora llamada División Auxiliar de la República Mexicana, que entre otras estrofas decía:
Mina está a la cabeza
de un cuerpo auxiliador
él guiará vuestra empresa
al colmo del honor.
De abril a noviembre de 1817 Xavier y sus compañeros de armas realizaron una campaña relámpago a favor de la independencia de lo que ellos llamaban República Mexicana, nombre que asombraría a los habitantes de las provincias de San Luis Potosí, Guanajuato y Michoacán. La fuerza de la División, según James A. Brush, quien vino con Mina desde Liverpool, era de trescientos hombres, “todos a caballo”, que marcharon unas doscientas leguas, es decir unos 965 kilómetros, a través de territorios hostiles, pasando sed, hambre, calor sofocante, picaduras de animales, incomodidades, sufrimientos de toda índole, para desafiar a “la fuerza entera de los realistas del Reino de México”.
Parte de la División, Mina la destinó a que defendiera un fuerte que edificó en Soto la Marina para proteger sus pertrechos y recibir a expediciones posteriores, propósito que no se logró debido a que el fuerte fue sitiado y tomado por los realistas sin que los defensores pudieran evitarlo.
Una sucesión de encuentros pacíficos tuvo lugar en sitios como la hacienda de las Palmas y en Horcasitas, donde los campesinos miraban asombrados a la División, ya que “no sabían que había una revolución en el país”, a decir de Brush. Es interesante anotar lo que expresa este oficial sobre el origen de la insurrección de 1810, que hoy las investigaciones recientes confirman: “Si se puede creer a mis informantes, la revolución actual tuvo su origen en el pueblo de San Miguel el Grande [hoy de Allende, Gto.], cerca del Bajío”.
Uno de los primeros combates tuvo lugar en Valle del Maíz, provincia de San Luis Potosí. En este, los realistas perdieron unos treinta o cuarenta hombres mientras que la División no tuvo ni muertos ni heridos. El 15 de junio llegaron a la hacienda de Peotillos y allí también derrotaron al enemigo que los superaba diez a uno. Sin embargo, Mina perdió la mitad de su guardia de honor, entre ellos a Lázaro Goñi, su amigo de la infancia. Parece que cerca del actual casco de dicha hacienda potosina se encuentra la tumba de Goñi.
Penosa fue la marcha de la División hacia el centro de la Nueva España en busca de algún grupo insurgente, al grado que, a decir de Brush, “a los animales les fue peor que a los hombres, de los más de dos mil caballos y mulas traídos de Soto la Marina y capturados durante la marcha, apenas 400 llegaron al [fuerte del] Sombrero. El resto, consumidos por el hambre y el cansancio, fueron abandonados”.
El sitio del fuerte del Sombrero
En el fuerte del Sombrero (situado en la sierra de Comanja, cerca de León, Gto.), se reunió la División con las partidas insurgentes de don Pedro Moreno. Otros triunfos se sucedieron, aunque entristecidos por la muerte de valientes oficiales como el mayor Juan Maylefer, originario de Suiza, en la hacienda de San Juan de los Llanos (hoy en San Felipe, Gto.).
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Xavier Mina y sus 300 combatientes internacionales. Versión impresa.
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