En plena lucha por la independencia, tras la batalla del cerro del Calvario, el ejército realista ejecutó a más de sesenta personas, muchas de ellas civiles, en un hecho que marcó para siempre a los pobladores de Toluca; sin embargo, hoy está casi en el olvido.
La madrugada del 2 de enero de 1812 Félix María Calleja del Rey, capitán general del Ejército Realista, rodeó con sus hombres la Villa de Zitácurao. En ella se encontraba la Suprema Junta Nacional Americana, fundada el 19 de agoto de 1811 a convocatoria de Ignacio López Rayón.
Desde el levantamiento armado del 16 de septiembre de 1810 transcurrieron escasos cuatro meses en los que alrededor de la figura de Hidalgo se unieron una cantidad de hombres que superaron todas las estadísticas antes vistas en la Nueva España. Las tomas de Guanajuato, Valladolid y Guadalajara no pudieron ser evitadas por el ejército realista e incluso la Ciudad de México pudo caer, de no ser por la controvertida decisión del cura de no avanzar sobre la capital.
Los abusos de los realistas durante la Guerra de Independencia
Los virreyes concedieron atribuciones casi ilimitadas a los comandantes realistas para que, del modo que consideraran más conveniente, pusieran fin a la revolución.
Según el relato de Lucas Alamán, Agustín de Iturbide era un hombre “de aventajada presencia, modales cultos y agradables, hablar grato e insinuante”, y si bien hizo “con tanto encarnizamiento la guerra a los insurgentes, no por esto era menos inclinado a la independencia”.
Leona era partidaria de la autonomía de la Nueva España, y sus numerosas lecturas la llevaron a buscar otros compañeros que compartieran sus ilustradas inquietudes.
La batalla por el control de Valladolid que perdió en diciembre de 1813
Nombrado generalísimo por el Congreso de Anáhuac, Morelos se obsesionó con la idea de posesionarse de su natal Valladolid, la cual intentó conquistar durante su quinta campaña en la Guerra de Independencia en Nueva España. A pesar de contar con sus dos militares de mayor confianza, Matamoros y Galeana, las fuerzas del ejército virreinal, al mando de Ciriaco de Llano, acompañado de su segundo, Agustín de Iturbide, vedaron la tentativa, derrotaron al insurgente en las afueras de la ciudad, en Lomas de Santa María, y le infringieron un daño casi irreparable del que jamás pudo recuperarse.