Las haciendas pulqueras de los Llanos de Apan redujeron seriamente su producción durante la revolución de Independencia, pero el consumo de pulque también fue afectado por las disposiciones virreinales que vieron en las pulquerías un punto de reunión de los subversivos. Para atenuar los efectos de la guerra, los hacendados llegaron a pactos con los rebeldes en su afán por mantener las ganancias. Avisado, Calleja tomó serias medidas al respecto.
Durante todo el siglo XVIII, y hasta 1810, la industria pulquera fue una de las actividades que mejores rentas reportó al virreinato novohispano. Ni siquiera la aplicación de la Real Cédula de Consolidación de Vales Reales de 1804 a 1808 logró socavar de forma significativa la producción y comercio de pulque, vinculados al gran centro de consumo ubicado en las pulquerías de la Ciudad de México. Esta actividad, sin embargo, se vio gravemente amenazada cuando en 1810 el movimiento insurgente trastornó sus bien aceitados mecanismos de producción y circulación.
En efecto, casi a partir de las primeras acciones militares la industria pulquera comenzó a resentir los efectos del desorden social. De manera inmediata las pulquerías de la Ciudad de México fueron objeto de una vigilancia más estrecha por parte de las autoridades virreinales, pues se les consideraba focos de subversión. Hasta antes de los disturbios el consumo de bebidas en las pulquerías estaba regulado por unas ordenanzas que restringían la permanencia de los bebedores en su interior. Los pulqueros, no obstante, no respetaban la regulación, violación que las autoridades solían permitir mientras tal situación no rebasase los límites del orden social establecido. Con las fuerzas insurgentes al acecho la actitud de las autoridades hacia las pulquerías se endureció. En uno de los varios Bandos emitidos por el gobierno virreinal entre 1810 y 1816, tendientes a ejercer un control estricto sobre estos negocios, se establecía, entre otras cosas, que los clientes estaban impedidos de beber no sólo en el interior de los mismos, sino ni siquiera a cuarenta varas de distancia. Los juegos, bailes, venta de comida y otros atractivos comunes a tale negocios fueron tajantemente suprimidos.
Con todo, esto sólo era un aspecto y de alguna manera el principio de un proceso de alteraciones que se vio forzada a padecer la industria pulquera. A pesar de las limitaciones impuestas a las pulquerías de la ciudad por el Bando citado, no puede pensarse que por ello la actividad se alteró sustancialmente. Hasta ese momento, la producción y la comercialización de la bebida permanecían intactas. El verdadero golpe se presentó cuando las regiones de Apan, Otumba e Ixmiquilpan se vieron ocupadas por las fuerzas insurgentes.
Las tropas insurgentes, pues, tomaban de las haciendas lo que consideraban necesario o, en su defecto, se instalaban en ellas (…) En cierta forma, la actitud de los hacendados estaba justificada. La débil presencia de las tropas realistas en Apan, ocupadas en combatir otras regiones en manos insurgentes, dejaba indefensas las haciendas. Colaborar con los rebeldes era la única vía que les quedaba a los hacendados para no perderlo todo.
Esta publicación es un fragmento del artículo “La industria pulquera en medio de la insurrección” del autor Arturo Soberón Mora. Si desea leer el artículo completo, adquiera nuestra edición #15 impresa:
Felipe Ángeles. Humanismo revolucionario. Versión impresa.
Si desea leer más artículos sobre la Independencia de México, dé clic en nuestra sección Guerra de Independencia.