Incluso Porfirio Díaz, para ganarse su apoyo tras iniciar la rebelión de la Noria de 1871, decretó la creación del estado de Nayarit y le dio el nombramiento como jefe militar de Nayarit, Sonora y Sinaloa.
La colección digital de la Universidad Autónoma de Nuevo León tiene los legajos originales del último proceso contra Jesús Arriaga. Su detención, testimonios y final sentencia. Un documento sumamente valioso para apartar el personaje de fantasía con los pormenores del ciudadano.
Las versiones y distorsiones sobre Murrieta continuaron durante todo el siglo XX, tanto en libros como en corridos, obras de teatro y, por supuesto, películas. Aparte, aquella obra primigenia de John Ridge hasta la fecha no ha sido traducida al español.
A inicios de la década de 1850, en los periódicos californianos se utilizaba el nombre Joaquín para referirse a unos bandidos mexicanos que operaban en la región… la banda de los Joaquines.
Este es el recuento de un teléfono descompuesto: un relato que se inicia en Sonora, va recto, después se quiebra, continúa en California, da la vuelta hasta Chile, regresa y el murmullo no para, al contrario, se extiende en imaginación y geografía. Es el recuento de un hombre que es más leyenda que verdad, más mito que historia.
Heraclio Bernal es otro caso cuya vida fue ahogada por el mito y los corridos, ampliamente difundidos en la trilogía de películas protagonizadas por Antonio Aguilar en los años cincuenta del siglo XX.
“Soldados de la Federación, váis a presenciar mi muerte que ha sido mandada por el Gobierno y que así lo habrá querido Dios; no me arrepiento de lo que he hecho; mi intención era procurar el bien de los pueblos. Adiós Distrito de Tepic. ¡Muero como hombre!”. Estas fueron las últimas palabras de Manuel Lozada, el temido Tigre de Álica, antes de caer fusilado el 19 de julio de 1873. Tenía 44 años.
Para Hobsbawm, el caso de Joaquín Murrieta de California es “un invento literario, pero lo bastante verosímil como para haber penetrado en el folklore e incluso en la historiografía californiana”.
“En llegando a Monterrey con el dinero de la venta del único terreno que me quedaba fui asaltado, y en ese peligro invoqué al Niño de Atocha y al momento se apareció el ánima de Agapito Treviño, alias Caballo Blanco, y el asaltante huyó. Por tan grande beneficio doy infinitas gracias”.
La primera versión de la leyenda del “bandido generoso” es de 1888, a tres años de su muerte en las mazmorras de San Juan de Ulúa, donde había sido recluido después de su juicio en Querétaro el año anterior.