Tiempo antes del inicio de la revolución de 1910, un joven treintañero llamado Francisco I. Madero ya conocía la influencia de los periódicos sobre la opinión pública y su eficacia para promover movimientos políticos.
Son las once de la mañana del 18 de junio de 1815. Napoleón Bonaparte cabalga en su famoso Marengo –un esbelto, gallardo y vivaz caballo blanco de estirpe árabe– frente a sus tropas antes del inicio de la batalla.
El sexenio cardenista fomentó investigaciones sobre botánica, meteorología y algunos temas forestales como ordenamiento, dasometría, silvicultura y reforestación.
El obispo Dionisius inició la evangelización de los galos y, después de fundar muchas iglesias y bautizar a miles de paganos, fue apresado por el gobernador romano de Lutecia, la actual París, y sentenciado a muerte, al igual que sus compañeros Rusticus y Eleuterius.
Para 1910, pese a las manifestaciones de apoyo hacia Díaz, en noviembre estallaría la revolución, cuyos líderes tuvieron en José Yves Limantour a un intermediario con mucha influencia en el grupo en el poder.
En el rechazo de Limantour a la candidatura presidencial influyó el no tener el favor del ejército, donde no era bien visto debido a que había promovido la disminución de sueldos de miembros de las fuerzas armadas.
La política interventora de Limantour en los ferrocarriles, aun cuando no era el ámbito de su competencia, fue mucho más decidida con la entrada del siglo XX porque consideraba que, tras una serie de fusiones de compañías estadounidenses en México, existía un riesgo inminente de la formación de un trust norteamericano que formaría un poder económico alterno que influiría en las decisiones políticas del país, por lo que había que actuar con rapidez en defensa de la soberanía nacional.
En 1897 se creó la primera Ley Bancaria nacional, negociada con los principales bancos establecidos en el país. Estos tuvieron que aceptar las directrices federales para poder continuar con sus operaciones.