Ganador del Premio Nobel de Literatura en 1994, el japonés rememoró su estancia en México en parte de su aclamada obra Cartas a los años de nostalgia.
Corre la primavera de 1976. Es de noche en Ciudad de México. Un hombre enjuto, de lentes de pasta, saco de dril y ojos rasgados se encuentra apostado en una mesa de noventa por noventa dentro de un rasposo bar cercano a Zona Rosa y avenida Insurgentes. Bebe solo. De pronto, un desconocido caballero se sienta a su mesa. Comienzan a hablar sobre escritores mexicanos. En francés, una lengua común a ambos. En cierto punto, el hombre enjuto alaba al autor de Pedro Páramo. “Esa obra debería estar en el centro mismo de la literatura latinoamericana”, subraya. El desconocido caballero guarda silencio y, al cabo de un rato, dice: “Yo soy quien escribió esa novela”. Así relata su feliz y místico encuentro con Juan Rulfo el escritor japonés Kenzaburo Oé ganador del Premio Nobel de Literatura en 1994.
Un profesor visitante
Oé arribó a México en febrero de 1976, “en medio de mi crisis de escritor, con cuarenta de edad” y algunos cometidos a cuestas: primero, se encontraba ávido de conocer la tierra y la lengua de Juan Rulfo, “el mejor narrador que he leído jamás”, y pretendía encontrarse de cerca, en Ciudad de México, con algunos otros exponentes de la literatura latinoamericana, como Gabriel García Márquez, Mario Vargas Llosa y Octavio Paz, a quienes ponderaba y había leído “con especial placer” hacía unos años en sus traducciones al francés; segundo, también deseaba descubrir algunas de las imágenes y referencias poéticas e infernales que Malcolm Lowry había construido sobre nuestro país; y, finalmente, porque había sido invitado por El Colegio de México a incorporarse como profesor visitante para impartir la cátedra “Pensamiento y cultura japonesa” en el Centro de Estudios de Asia y África.
Durante cuatro meses, de marzo a junio de 1976, Kenzaburo Oé vivió en la residencia de profesores de El Colegio de México, entonces ubicada en el 125 de la calle Guanajuato, en la colonia Roma. Así lo recordaría el propio escritor varios años después: “Vivía en un departamento cerca de Insurgentes y en vez de salir a la calle, leía durante tres semanas y solo salía a comer tacos de la esquina. Los estudiosos japoneses siempre me criticaron que no conviviera ni con ellos ni con los mexicanos, pero mi interés era estudiar para entender a México. Tomaré algunas palabras de Carlos Fuentes para decir que a través de la literatura yo experimenté mi Tiempo mexicano”.
Oé también había logrado ampliar esa experimentación o ensoñación de su tiempo mexicano a través de los constantes recorridos por cantinas, loncherías, coliseos de lucha libre y zonas arqueológicas (particularmente Teotihuacan y Malinalco, sobre las que había leído en las obras de Lowry), que emprendió de la mano y guía de dos de sus mejores amigos mexicanos y “descubridores”: los investigadores y docentes Flora Botton y Óscar Montes.
Este último, en aquel momento director del Centro de Estudios de Asia y África de El Colegio de México, fue un erudito de estudios orientales y el primer traductor de la obra de Kenzaburo Oé al español. Muchos años antes de que el escritor obtuviera el galardón internacional otorgado por la Academia Sueca, Montes tradujo su primera novela: La captura (Shiiku). Por su parte, Flora Botton viajó en 1975 a Tokio para conocer a Õe y explorar posibilidades para que en un futurocercano pudiera venir a México como profesor invitado.
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La ensoñación de Kenzaburo Oé