En los primeros años del México independiente se ordenó que las pulquerías se trasladasen a las afueras de la ciudad, con lo que se perdió aún más el control sobre ellas.
A principios del siglo XIX, estos establecimientos se habían convertido en espacios increíblemente grandes, pues, a pesar de que la norma decía que el “jacal” no debía exceder un espacio de 16 por 12 metros, en la mayoría podían estar de 500 a 600 personas; y aunque no tenían permiso para tener asientos para la gente, muchos expendios habían añadido extensas áreas para sentarse a lo largo de las paredes y amplias mesas para el gran número de personas que pasaban buena parte del día en ellos.
Aquellos a quienes se les permitía la distribución de octli estaban familiarizados con la obtención del aguamiel, pues poseían las tierras para el cultivo de los magueyes de donde se extraía.
Lo que en primera instancia le interesaba a los hispanos era controlar y tasar el consumo indígena mediante el pago de derechos por la venta del licor. De modo que las leyes sobre expendios de pulque en la Nueva España no existieron oficialmente en Ciudad de México sino hasta el gobierno del segundo virrey, Luis de Velasco (1550-1564), quien al conocer que era una bebida menos embriagante que los destilados, permitió el establecimiento de expendios, pero regidos por una “india vieja” por cada cien indígenas y ubicados en distintos sitios de la capital, a condición de que fuera pulque puro.
Hasta antes de 1521, en la capital imperial mexica existía un barrio de nombre Tlamatzinco, dedicado a la distribución de pulque. En él se rendía culto a Tezcatlipoca, Tlamatzíncatl e Izquitécatl, asociados al fuego y a la embriaguez. La elaboración y consumo del iztac octli (pulque blanco) solo era permitida a las personas de muchos años que sufrían de enfriamiento corporal, pues, según creían los nahuas, este servía para calentar la sangre y los órganos internos del cuerpo por su carácter de bebida caliente o solar. Y el aguamiel, savia de magueyes cultivados, era su opuesto, una bebida fría y refrescante.
Un día, en los últimos años del siglo XIII, unos mercaderes de Gante llegaron a comerciar a Lucca, una ciudad marítima italiana a orillas del mar Tirreno. Recién llegados, y como era costumbre, los comerciantes locales llevaron a los fuereños al templo del Santo Rostro, donde se veneraba una imagen bizantina de Cristo en la cruz. La escultura portaba en la cabeza una corona dorada y llevaba el cuerpo cubierto por un gran faldón.
Ya entrado el siglo XVII, los descendientes de Pedro e Isabel Moctezuma, hijos de Xocoyotzin fueron, además, agraciados con títulos nobiliarios que aún son reconocidos por la monarquía española. A los de Isabel se les concedió el título de condes de Miravalle; y a los de Pedro, el de condes de Moctezuma. Evidentemente el linaje era mucho más extenso y no pocos de sus integrantes consiguieron canonjías. Una rama de la familia se extendió y echó raíces en Chilapa.
La vainilla es una de las especias más cotizadas y populares del mundo por su aroma y sabor, además de que actualmente es el segundo condimento más caro, después del azafrán. Sin embargo, su origen e historia son aún desconocidos por muchos mexicanos.
Una de las barricadas de los defensores de París, en abril de 1871, se levantó en la rue Puebla, así llamada durante el gobierno de Napoléon III por el triunfo del general Forey frente al ejército de González Ortega en 1863. Pocos años después, esta calle, una de las más largas de la Ciudad de la Luz, cambió su nombre por el de rue des Pyrénées.
El pintor Gustave Courbet (comisionado de Arte en la Comuna, junto a Corot, Manet y otros) fue hecho prisionero y acusado de la demolición del monumento a Napoleón. Fue condenado a pagar los gastos de la reconstrucción --10, 000 francos cada año, durante 33 años--, pero murió en Suiza, en 1877, una semana antes de cumplirse el pago de la primera cuota.
En 1792, durante la Revolución francesa, los parisinos derribaron la estatua de Luis XIV. Años después, en la misma plaza, Napoleón Bonaparte erigió la famosa columna dedicada a la grandeza de Francia (es decir, a él mismo). Pero durante la guerra civil de 1871, la Vendôme fue demolida por decisión del pueblo de París –que se había constituido en gobierno–, por ser un monumento a la fuerza bruta, la falsa gloria y el militarismo.