A Turing se le reconoce también por su aportación criptoanalítica durante la Segunda Guerra Mundial, al liderar al equipo de expertos que descifró la programación de los códigos nazis elaborados con la máquina Enigma, o por su trabajo en la batalla del Día D de 1944, decisiva de cara al final del conflicto.
Alan Turing no tuvo la fortuna de desarrollarse en un ambiente de empatía y tolerancia, pese a su legado a la humanidad. Entre sus muchísimos aportes, es cada vez más vigente en el contexto del desarrollo de la inteligencia artificial la llamada prueba de Turing, la cual trabaja con la idea de si una máquina piensa o solo imita extraordinariamente.
Para medir ese nivel de adaptabilidad, el londinense propuso que unas personas conversaran con un aparato a través de mensajes escritos y después indicaran si su interlocutor era humano o máquina. En la actualidad, la prueba ha fortalecido la programación de las máquinas, pero nunca ha logrado superar a los más lógicos y exigentes cuestionadores.
A Turing se le reconoce también por su aportación criptoanalítica durante la Segunda Guerra Mundial, al liderar al equipo de expertos que descifró la programación de los códigos nazis elaborados con la máquina Enigma, o por su trabajo en la batalla del Día D de 1944, decisiva de cara al final del conflicto. En tiempos de paz trabajó en los primeros softwares computacionales y en las bases de la programación moderna en la Universidad de Mánchester.
Visionario, asesor con méritos en la guerra, lógico y matemático de primer nivel… ¿Qué pasó después con Turing? El ataque furibundo de aquellos que ven en lo diferente algo maligno, más la incapacidad del Estado para defender a un leal servidor. Todo comenzó cuando, en 1952, Mister Brain (Señor Cerebro, como lo llamaban sus compañeros de escuela en la infancia) fue robado. Al señalar al culpable delataría también la relación que tuvo con él. Su homosexualidad fue castigada al ser acusado de ultraje a la moral pública. Luego se le dio a elegir entre ser castrado químicamente o ir a la cárcel. Aceptó lo primero.
En junio de 1954 Turing falleció por consumir cianuro, el cual había sido rociado a una manzana. Se desconoce si fue accidente, suicidio o asesinato. Uno de sus escritos redactados hacia el final de su vida emanaba toda lógica y preocupación sobre su legado: “Turing cree que las máquinas piensan,/ Turing yace con hombres,/ ergo las máquinas no piensan”.
Fue hasta 2013 cuando la casa real británica se reivindicó con Turing al declararlo indultado. Además, recientemente se estipuló que los billetes ingleses de cincuenta libras llevaran su retrato a partir de este 2021. Una broma para unos, un tardío homenaje para otros; al final, un reconocimiento del respeto a los derechos humanos para todos.
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