La historia de la máquina de escribir

Una historia plasmada en qwerty

Marco A. Villa

Hubo un tiempo en el que la máquina de escribir tuvo que dejar el despacho al que solía estar destinada para vivir palmo a palmo con su propietario la odisea del trabajo periodístico, literario, estudiantil y hasta burocrático. A veces, simplemente era recreación: llevarla consigo a cualquier vacación, para en algún momento escribir algunas letras a un ser querido. Este cambio supuso también que dejara de ser ese pesado armatoste que no todos podían cargar cada que tenían que mudarla.

 

Varios son los antecedentes de este artefacto, destacando el modelo del italiano Giuseppe Ravizza, quien en 1847 registró un prototipo basado en el funcionamiento del piano, del que solo fabricó dieciséis unidades en más de treinta años que intentó mejorarlo. Posteriormente, el estadounidense Christopher Sholes, quien innovó con el mítico teclado qwerty que hasta hoy predomina, produjo la Sholes and Glidden o Remington 1, la primera de gran éxito comercial. Luego vinieron los modelos de Camillo Olivetti, quien hacia finales del siglo XIX trataba de pulir este aparato que a todas luces se vislumbraba como una práctica que protagonizaría el futuro de la escritura.

Escribir a máquina era una tarea enfocada mayoritariamente al ámbito laboral, hasta que llegó la MP 1, la primera máquina de escribir portátil creada en 1932 por la ya para entonces famosa empresa Olivetti, fundada más de dos décadas antes. Con sus 28 x 32 x 12.5 centímetros, era realmente pequeña en comparación con las habituales, aunque no tan ligera, pues quienes la adquirieron tendrían que desplazar sus 5.2 kilogramos de peso dentro de un vistoso estuche de madera provisto de asa y compuesto por una base y una tapa extraíble.

La aceptación fue inmediata y apenas tres años más tarde la misma marca experimentaba con la Studio 42, de 5.7 kilogramos de peso. A diferencia de su antecesora, contaba con características intermedias entre profesionales y portátiles, además de que fue “propuesta para trabajos no intensivos en oficinas o para un sector emergente de clientes privados, autónomos y despachos profesionales”, de acuerdo con la descripción exhibida en el museo de la empresa. De alguna manera, su simplificación facilitó y multiplicó el trabajo de los escritores y periodistas mexicanos y de otras partes del mundo, así como el de las oficinas. Además, la competencia no se hizo esperar ni tampoco su fervorosa industrialización.

Lo que vino después marcó una coyuntura en el sector: la Lettera 22 de Olivetti, introducida en 1950. Pionera en su tipo, pesaba 3.7 kilos y presentaba “importantes innovaciones en diseño”, así como “nuevas cinemáticas” y “un rodillo completamente oculto”. En 1954 recibiría el Compasso d’Oro, el máximo galardón al diseño industrial italiano, además de que fue escogida como el mejor producto de diseño de los últimos cien años.

Más de medio siglo después, la esencia de estas máquinas de escribir permea tanto el desarrollo de la tecnología de los dispositivos móviles como el uso de ordenadores, computadoras portátiles y teléfonos “inteligentes”.

 

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