Se abre el telón de la tragedia del presidente Carranza
Tras el Plan de Agua Prieta de abril de 1920, las defecciones en el bando de Venustiano Carranza provocaron un efecto dominó. Se acumulaban las adversidades: focos de insurrección encendidos en varias partes del país, fracaso del candidato que impulsaba, traiciones de amigos y colaboradores, un inocultable debilitamiento de su gabinete y los soldados de Pablo González cerrando el cerco sobre la capital. Para el 5 de mayo don Venustiano estaba perdido.
Hombre justo y honrado, el general Ángeles ha llamado la atención de los historiadores por su invariable lealtad a los principios democráticos y por su comportamiento ético poco usual en el conflicto revolucionario. Conducido al patíbulo por Carranza, el humanista aceptó con entereza su destino esperanzado en la fraternidad entre los mexicanos.
Venustiano Carranza deja Aljibes el 14 de mayo de 1920 –de acuerdo con Luis Cabrera– y se interna en la Sierra Norte de Puebla. Aunque sabe que su situación es crítica, pues viene perseguido por sus enemigos políticos, no demuestra contrariedad, ni desesperanza, ni enojo; viejo lobo de mar en las lides políticas, sabe que los que ayer fueron sus aliados hoy son sus enemigos, pero cree firmemente que puede recuperar el control del país y terminar su mandato constitucional. Sin embargo, caerá muerto.
Después del asesinato de Madero en 1913, Felipe Ángeles fue desterrado por el general Victoriano Huerta. Tras un largo periplo se reincorporó a las fuerzas constitucionalistas en el norte y luego fue comisionado para reforzar a Pancho Villa. Muy pronto encontró su lugar en el Estado Mayor de la División del Norte, y en Villa al amigo y jefe a quien apostó el rumbo de la Revolución.
Ángeles fue capturado por las fuerzas carrancistas y conducido a Chihuahua, donde sería sometido a un juicio sumario, que en realidad era una farsa del gobierno para revestir de legalidad la ejecución de una sentencia que estaba dictada desde años antes, cuando el general artillero cuestionó la autoridad de Carranza y apoyó la elección de Villa como general en jefe de la División del Norte.
Cuando Abraham González C. consideró necesario acercar a Francisco Villa a las fuerzas insurgentes, consiguió que Pedro Hermosillo, amigo de ambos, le concertara una cita.
El general Ángeles era delgado y de buena estatura, más que moreno con la palidez que distingue al mejor tipo de mexicano, de rasgos delicados y con los ojos más nobles que haya visto en un hombre. Otros grandes atractivos se encontraban en el encanto de su voz y sus modales. Desde que me lo presentaron percibí en él un par de cualidades, las de la compasión y la voluntad de entender. Me agradó que no toleraba crueldad ni injusticia alguna de sus soldados. (Recuerdos de Rosa King (1912), dueña del hotel Bella Vista en Cuernavaca, en su obra Tempestad sobre México).
Uno de los tantos edificios construidos bajo la sombra de la modernidad porfiriana fue la Aduana de Ciudad Juárez. Planificada como uno de los vínculos más importantes con Estados Unidos, el presidente Porfirio Díaz procuró que estuviera a la altura de edificaciones como las aduanas de Veracruz o Tampico.
Partícipe de la Constitución de 1917, el diputado Enrique Colunga argumentó la necesidad de revitalizar a la República y no solo la capital. “Estamos convencidos de que ella tiene vitalidad, fuerza intelectual y espléndida salud moral. Esta convicción es la base de nuestro anhelo federalista”.
¿Por qué México fue excluido de la Sociedad de Naciones en 1919?
Además de las dificultades con Estados Unidos, la incorporación de México a la Sociedad de Naciones enfrentó un obstáculo notable: el mal estado de las relaciones con dos de las potencias vencedoras: Gran Bretaña y Francia. Por un lado, ambas consideraban que Carranza tenía inclinaciones progermanas, y que por tanto no guardó una estricta neutralidad durante la Gran Guerra.
Torreón se convirtió en el Porfiriato en una de las ciudades más prósperas del país, en buena parte gracias a la llegada del ferrocarril. Los chinos tenían varios negocios en el norte de México y el sur de Estados Unidos, desde bancos hasta lavanderías. Su presencia era notable e incluso incomodaba a algunos locales que consideraban que eran un obstáculo para su progreso.