Cuando el expresidente Plutarco Elías Calles gozaba de un enorme poder político, el general Abelardo Rodríguez fue designado presidente de la República (1932); para entonces, ya poseía una considerable riqueza. En la década anterior, como jefe militar y político en la frontera de Baja California, administró los jugosos ingresos provenientes de la venta de alcohol, de los casinos, cantinas, carreras de caballos y juegos de azar en plena ley seca de Estados Unidos. Leal al triunfante grupo de los sonorenses, Rodríguez también supo mantenerse a flote cuando el llamado Jefe Máximo fue defenestrado, y le ofreció su lealtad a los sucesivos presidentes.
De revolucionario a empresario
Abelardo L. Rodríguez tenía 24 años cuando era jefe de la policía del pequeño pueblo de Nogales, Sonora, en la frontera con Arizona. Perteneciente a una familia muy modesta, de diez hijos, desde muy joven realizó distintos trabajos eventuales, hasta que en 1913 se incorporó a la revolución en su región natal.
En ese tiempo, Nogales no era un pueblo aislado en el desierto, sino una estación de esa columna vertebral económica sonorense que era el ferrocarril, el cual desde Empalme atravesaba el estado para pasar por Hermosillo, Nogales, Cananea y Agua Prieta; que conectaba el desarrollo minero en ambos lados de la frontera desde el Porfiriato, y que fue una ruta también utilizada con fines revolucionarios. Resulta muy interesante la trayectoria de Abelardo Rodríguez, cuyo grado de general no lo obtuvo al frente de ejércitos en la etapa armada de la Revolución, sino por designación de Plutarco Elías Calles, quien en 1920 fue uno de los jefes del alzamiento contra el presidente Venustiano Carranza. Precisamente el 21 de mayo de ese año, día del asesinato de don Venustiano, fue ascendido a general, y con ese grado fue designado jefe de operaciones militares en Mexicali.
Convertido en jefe político y de armas del Distrito Norte de la Baja California, logró amasar una enorme fortuna con la cual supo destacar como un exitoso empresario con inversiones en compañías de pesca, minería, servicios turísticos, de crédito, aeronáutica, conservas, vinos y cinematografía, entre otras. Cobró enorme presencia en el noroeste hasta los años cincuenta, pues fue uno de los más solventes y activos promotores de la industrialización de la región.
En 1929, al concluir su gobierno en el Territorio Federal de Baja California, el general Rodríguez contaba con un capital estimado en doce millones de dólares. Al asumir el cargo como presidente sustituto de la República, en 1932, poseía una riqueza que despertaba admiración, pero también múltiples cuestionamientos sobre su origen.
Para desatar los nudos de este recorrido, de hombre sencillo y revolucionario a gran empresario, hemos enfocado las relaciones que entabló a lo largo de su vida con la élite política, las cuales constituyeron la base sobre la que fincó su enriquecimiento a partir de los años veinte e hicieron posible su tránsito por la política nacional en la primera mitad de dicho siglo. Con notable habilidad, Rodríguez sorteó cada coyuntura sexenal y sobrevivió a los ajustes de cuentas entre las facciones que, aliadas o rivales, buscaron intervenir en la sucesión del presidente en turno.
Cabe enfatizar que exponemos esta historia basados principalmente en la exhaustiva investigación, que, durante un cuarto de siglo, realizó el historiador José Alfredo Gómez Estrada sobre este personaje y su camarilla. Aunque Abelardo L. Rodríguez estuvo lejos de tener un rol protagónico en la formación del Estado posrevolucionario, sí logró ocupar un espacio político nacional como tercer presidente del Maximato (1932-1934); pocas veces ha traspasado la historiografía del noroeste, pero gracias a la investigación de Gómez Estrada ha despertado el interés del público en general.
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