Adela Breton

Arqueóloga y acuarelista británica

Gisela von Wobeser

Otra mujer excepcional fue la británica Adela Breton, quien llegó a México hacia 1893. Nacida en 1849, había gozado de una esmerada educación que le permitió formarse como acuarelista y arqueóloga, actividades a las que se mantuvo aficionada durante el resto de su vida. Adela nunca contrajo matrimonio y a los 45 años, tras la muerte de sus padres y el casamiento de su hermano, decidió emprender un viaje a México y Centroamérica, con la intención de hacer estudios arqueológicos y documentar las antigüedades prehispánicas.

Sentía una gran atracción por los viajes, pasión que su padre, el comandante William Breton, le había inculcado desde pequeña, al compartir con ella los recuerdos de sus travesías por Oriente. Para llevar a cabo el viaje, Adela tuvo que superar los convencionalismos de la sociedad victoriana que impedían a una mujer viajar sola, a la vez que superar las innumerables dificultades que, en aquel tiempo, implicaba viajar por la República Mexicana.

Si bien el ferrocarril cubría algunas rutas, no llegaba a los sitios arqueológicos que quería visitar Breton y, por lo tanto, resolvió trasladarse a lomo de caballo. Se hizo acompañar de Pablo Solorio, su fiel caballerango y sirviente, quien la ayudó a sortear los problemas diarios, como obtener comida y sitios para pernoctar, al mismo tiempo que la protegía en contra de posibles asaltos y robos. Ella lo consideró como amigo y mantuvo contacto con él hasta su muerte.

La estancia de Adela Breton en América se prolongó a lo largo de quince años, durante los cuales realizó un fructífero trabajo, que posteriormente sería de gran utilidad para la arqueología nacional. Durante este tiempo supo enfrentar obstáculos de colegas envidiosos, como los que provinieron de Edward Herbert Thompson para trabajar en Chichén Itzá. Él tenía antipatía por ella, a la vez que consideraba al mencionado sitio arqueológico como un coto privado, pues había comprado la hacienda dentro de cuyos márgenes se encontraban las ruinas.

Siguiendo la tradición establecida por Humboldt, Adela se sintió atraída tanto por el paisaje mexicano como por los vestigios arqueológicos, mismos que, como artista plástica, trató de retener en la memoria. Como paisajista, se valió principalmente de la acuarela, que dominaba a la perfección y que la vinculó, al igual que a Emily Ward, con la tradición paisajística de la pintura inglesa. Especialmente, se interesó por representar las elevadas cimas de los volcanes, de las que carecía su patria.

El acierto y creatividad de las composiciones, el manejo de la luz y el fino colorido confieren una gran calidad artística a sus obras, a la vez que llama la atención la fidelidad con la que reprodujo los paisajes, por ejemplo, en cuanto al detalle de la vegetación. Son notables sus vistas de los volcanes Popocatépetl, Iztaccíhuatl, pico de Orizaba y Jorullo.

Su fina sensibilidad para captar al paisaje se manifiesta, por ejemplo, en Vista de Guanajuato desde la mina de la Valenciana, donde sitúa a la villa dentro del paisaje agreste de las serranías que la circundan, para convertirlo en un todo orgánico. Algo similar se puede observar respecto a la acuarela sobre Tlaxcala, en la que asimismo domina el paisaje. Las escenas netamente urbanas son pocas; entre ellas, La fachada de la catedral de Aguascalientes, notable por la precisión y fidelidad con que reprodujo el trabajo escultórico barroco. 

Para conocer más de esta historia, adquiere nuestra edición 185 de marzo de 2024, impresa o digital, disponible en nuestra tienda virtual, donde también puedes suscribirte.