Historia del apóstol Santo Tomás

Viajero del espacio y del tiempo

Antonio Rubial García

El mito criollo fue reelaborado en 1750 por Mariano Fernández de Echeverría y Veytia, conocedor de los papeles de Duarte, y de las menciones de Sigüenza y de Boturini. Este autor, en su Historia antigua de México, recopiló muchas “pruebas materiales” de la presencia del apóstol en América: las cruces “prehispánicas”, como la milagrosa de Huatulco, demostraban la existencia de una predicación primitiva; las huellas de los pies apostólicos, que estaban grabadas en rocas en varias partes, solo podían atribuirse a ese santo; las tradiciones indígenas que hablaban de un sacerdote virtuoso, blanco y barbado y las similitudes entre los nombres de Santo Tomás (llamado también dydimus, el mellizo) y el sabio y piadoso Quetzalcóatl (también conocido como el coate o gemelo divino); la presencia de códices antiguos y tradiciones que supuestamente contenían enseñanzas de clara raigambre cristiana, como la adoración de un Dios creador, la Trinidad, la caridad con los pobres, la monogamia, la veneración de la cruz, el bautismo, la comunión, la confesión y el celibato sacerdotal.

 

En el siglo III de la era común, un texto anónimo, los Hechos de Santo Tomás, mencionaban las hazañas de este apóstol a quien los evangelios atribuían una cierta incredulidad hacia la resurrección del Salvador y le adjudicaban haber tocado la herida del costado de Cristo. Él era el único de los discípulos de quien San Lucas no mencionaba su martirio en Los hechos de los apóstoles, lo que hacía suponer que fue enviado por Cristo a evangelizar el Oriente.

En el siglo V había en Edesa, en las fronteras con Armenia, una importante iglesia dedicada a su culto y se atribuía a Tomás haber enviado a uno de sus discípulos, un tal Tadeo, a predicar a los súbditos de su rey Agbar, poseedor del Mandylion, un paño donde según la tradición Cristo había plasmado su rostro. Un siglo antes, el obispo Eusebio de Cesárea, consejero de Constantino, y el monje poeta Efrén el Sirio, lo consideraban el evangelizador de los partos y el padre de las comunidades cristianas de Persia.

En el siglo X se señalaba que el apóstol “perdido” Santo Tomás había fundado siete iglesias en India, muy posiblemente confundiéndolo con un obispo nestoriano llamado también Tomás, quien visitó dichas regiones en el siglo VII. Incluso comenzó a atribuírsele el bautizo de los Reyes Magos, considerados los antepasados del Preste Juan, un monarca sacerdote cristiano del que se esperaba una alianza en el siglo XII para recuperar Jerusalén de manos de los musulmanes.

La leyenda de Santo Tomás como evangelizador de India quedó sacralizada por fray Jacobo de la Vorágine, quien narra su portentosa historia con el rey Gondóforo y su martirio, atravesado con una lanza. Los viajeros franciscanos que visitaron la corte del gran Khan en el siglo XIII hablaron de su presencia en India en sus crónicas; Marco Polo mencionó haber visitado su tumba en Chennai y el viajero veneciano Niccolo Conti aseguraba que los cristianos malabares veneraban sus reliquias en Maliapur.

Otra tradición situaba su cuerpo enterrado en la isla de Quíos en Grecia, adonde llegó supuestamente desde Edesa; y una más aseguraba que su tumba se encontraba en la villa italiana de Ortona. Había autores, finalmente, que señalaban la ciudad de Alves, la capital del Preste Juan, como el lugar donde se guardaba el brazo incorrupto del santo con el cual había tocado el costado de Cristo.

Todas esas tradiciones que avalaban su muerte en Asia o en Europa debieron llegar a América con los españoles. ¿Cómo pudieron adaptarse noticias tan diversas a las historias escritas por los cronistas de Indias Antonio de Herrera y Francisco López de Gómara? En ellas aparecían menciones a cruces encontradas por los conquistadores en varios lugares del nuevo mundo, con lo cual se demostraba la llegada a estas tierras de evangelizadores cristianos en los tiempos apostólicos, entre los cuales Santo Tomás era el candidato más idóneo.

A las alusiones a cruces “prehispánicas” se agregaron los relatos de fray Antonio de Remesal (1619) sobre algunos ritos indígenas que recordaban el bautismo y la confesión, así como la referenciade fray Diego Durán a un sacerdote llamado Topiltzin Quetzalcóatl cuyas virtudes hacían pensar en un predicador apostólico. Sin embargo, la hipótesis de la evangelización primitiva no se oponía a la de la parodia demoniaca, pues Satán había pervertido el espíritu original cristiano.

Estas noticias fueron recogidas por el también dominico fray Gregorio García en su libro Predicaciones del evangelio en el Nuevo Mundo (Baeza, 1625) y por el agustino peruano fray Antonio de Calancha (Crónica moralizada de la orden de San Agustín en el Perú, 1639) quien identificaba a Santo Tomás con el héroe cultural incaico Viracocha.

Ambos autores argumentaron de manera contundente que la primera predicación apostólica en América había sido obra de ese santo, cuya vida misionera en India aparecía relatada en las crónicas de viajes de los franciscanos al Asia, aunque con ello desatendieran las noticias de sus supuestas tumbas y reliquias.

A fines del siglo XVII el jesuita novohispano Manuel Duarte, quien había recopilado una gran cantidad de información sobre el tema, al partir a Filipinas cedió sus materiales a Carlos de Sigüenza y Góngora. Este autor criollo, en su obra tempranamente desaparecida Fénix de Occidente, expresó la hipótesis (ampliamente difundida por eruditos del siglo XVIII como Lorenzo Boturini) sobre la asimilación del apóstol Santo Tomás con el sacerdote prehispánico Ce Acatl Topiltzin Quetzalcóatl. Este mito se volvió una prueba fehaciente de los favores divinos hacia esta tierra, cuya evangelización estuvo contemplada por Cristo cuando envió a sus apóstoles a predicar a todas las naciones.

La conquista y la misión del siglo XVI eran consideradas, por tanto, una mera continuación de un proceso que se había iniciado de manera paralela al de la cristianización del Viejo Continente. El pasado prehispánico perdía la carga demoniaca que le habían dado los misioneros del siglo XVI y sus civilizaciones eran equiparadas a las de Europa.

 

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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).

 

Title Printed: 

El apóstol Santo Tomás