Tras un largo conflicto con Francia por el choque entre sus pretensiones comerciales y la defensa de la soberanía de México, llegaron a Veracruz doce navíos de guerra en 1838.
El bloqueo al puerto durante casi un año y el bombardeo que costó muchas vidas mexicanas fueron aprovechados políticamente por el presidente Anastasio Bustamante y por el general Santa Anna. El primero, frente a una crisis de legitimación, llamó a la unidad nacional para acallar las críticas a su gobierno; el segundo, considerado un traidor por la pérdida de Texas en 1836, fue alzado como héroe nacional, a pesar de su ridículo ataque a caballo a la flota invasora, en el que perdió una pierna y un dedo.
Años después, un irrelevante asalto a una pastelería, magnificado por la prensa, fue considerado la causa de la invasión francesa y, con el paso del tiempo, otros cronistas le dieron cuerpo al mito hasta volverlo “historia”. Así, el sentido absurdo de lo que en realidad fue un serio conflicto diplomático se fijó en el imaginario popular como la Guerra de los Pasteles.