¿Quién fue el primer fotógrafo de guerra?

En 1847, en Saltillo, se selló una historia que marcó al mundo
Javier Villarreal Lozano

Durante muchos años, los investigadores intentaron identificar al autor de los famosos daguerrotipos de la invasión estadounidense a México iniciada en 1846, considerados las primeras fotografías de guerra del mundo. Hoy, gracias a la publicación de la correspondencia del soldado William Philip Schwartz, el misterio ha sido revelado.

 

Fueron dos hallazgos de película. En 1927, en Bethany, Connecticut, se encontró una serie de daguerrotipos que conserva la Universidad de Yale, en los que se ven soldados estadounidenses, varias tumbas y aspectos de una ciudad posteriormente identificada como Saltillo. Años después, en 1981, en el granero de una granja del mismo estado de la Unión Americana, apareció otra colección de daguerrotipos sobre el mismo asunto, hoy resguardados por el Amon Carter Museum de Fort Worth, Texas. Por los uniformes de los soldados, se concluyó que se trataba de escenas de la invasión estadounidense a nuestro país (1846-1848).

 

Aunque en los daguerrotipos no se incluyen batallas ni soldados en combate, los expertos coincidieron en que se trata de las primeras imágenes de guerra captadas por una máquina capaz de reproducir por medios mecánicos y químicos la realidad. ¡Las primeras fotografías de guerra del mundo!

 

El misterio revelado

 

Sí, se trata de las primeras fotografías de guerra, pero hasta ahora había sido un misterio la identidad del autor. Hace años, durante una investigación realizada en Saltillo, los historiadores estadounidenses Thomas R. Kailbourn y Paul Smith hablaron de la posibilidad de que el misterioso daguerrotipista fuera un soldado llamado William Philip Schwartz, pero sin poder afirmarlo.

 

Al darse a conocer recientemente el epistolario de este personaje (The Letters of William Philip Schwartz. 1842-1855), hay pistas que conducen a pensar, casi con certeza, que fue él quien impresionó los daguerrotipos. Una de las primeras pistas es la carta que escribió a su hermana desde Saltillo, el 27 de septiembre de 1847, anunciándole la intención de “abrir un nuevo negocio” a su regreso a casa, sin dar más especificaciones. Esto lo aclaró en la siguiente carta, fechada el 7 de diciembre de ese año, en la cual señaló que sería un estudio de daguerrotipista (Daguerrian Saloon).

 

Además, poco antes de partir a Monterrey, todavía desde el cuartel general de Zachary Taylor (comandante del ejército estadounidense que invadió México) en Buenavista, al sur de Saltillo, el 17 de octubre de 1847 envió a su hermano una carta por demás reveladora. En ella asegura tener un buen número de vistas de México que “yo he tomado, y se ven espléndidas en daguerrotipos, y que quizás puedan venderse allá” (en Pensilvania). Más adelante, habla de otros en los que al parecer estaba trabajando:

 

“Uno del mayor Dix, de los Voluntarios de Indiana, tomado el 23 de febrero último, ondeando la bandera que perdieron y él recobró […] otro de un ataque a un tren de nuestros vagones a cargo del capitán Box por una partida de lanceros que fueron muertos y totalmente derrotados.”

 

Hasta donde se sabe, estos daguerrotipos ya no existen o no han sido localizados. Schwartz asegura que el general John E. Wool, de quien era ayudante en la oficina, los calificó de “muy buenos”, insistiendo en que deberían publicarse. Los demás, explica William a su hermano, eran de iglesias y otras construcciones “de apariencia muy antigua”. Y termina: “También tengo tomas de Parras, Monclova y Saltillo e intentaré seguir captando escenas de Monterrey”.

 

Por su parte, el historiador Michael Dobson, autor del apartado “The First War Photographer?”, incluido en el libro de la correspondencia, deduce:

 

“Es indudable que [Schwartz] fue fotógrafo. También es cierto que estaba en Saltillo en el momento en que se captaron los daguerrotipos. Por lo que conocemos, no hay otro candidato. Mientras no existan pruebas que conduzcan a una duda razonable, lo anterior, creemos, constituye un sólido argumento en favor de Schwartz para ser considerado el primer fotógrafo de guerra.”

 

Una vida de novela

 

William Philip Schwartz nació en Carlisle, Pensilvania, el 5 de junio de 1812, en el seno de una familia modesta. Contrajo matrimonio con Isabella Patterson, con quien tuvo tres hijos. Trabajó como boticario, pero la falta de dinero y su gusto por las bebidas alcohólicas provocaron la separación de la pareja. En busca de un mejor porvenir, se enroló en el ejército.

 

Sirvió en el fuerte Gibson, en el territorio asignado a la Nación Cherokee. El Acto de Reacomodo de 1830, que dio lugar a la Ruta de las Lágrimas, forzó a la relocalización de las tribus cherokee, muscogee, seminola, chickasaw y choktaw en reservaciones ubicadas en el sudeste de Estados Unidos. Estos desplazamientos costaron la vida a cerca de diez mil indígenas. Los cherokees se vieron forzados a abandonar sus tierras ancestrales en Georgia al despertarse la Fiebre del Oro en ese territorio. El fuerte Gibson era uno de los cuarteles de la reservación para mantenerlos vigilados.

 

William permaneció allí de septiembre de 1842 a marzo de 1845, cuando se separó del ejército con el grado de sargento. Al siguiente año se enroló de nuevo en la división comandada por el general John E. Wool, ya durante la invasión estadounidense a México. Estuvo en ese cuerpo hasta marzo de 1848, cuando se vio envuelto en un escándalo que le valió un consejo de guerra celebrado en Monterrey. Las acusaciones fueron: estar bebido cuando se encontraba en servicio, abandono sin justificación de su cargo e insubordinación por agredir físicamente a un superior. De hecho, sus problemas con el alcohol lo habían impulsado a formar poco antes, en Saltillo y sin mucho éxito, una suerte de club de abstemios. En principio, dice, se inscribieron 237, pero pronto abandonaron sesenta o setenta la naciente sociedad.

 

La Corte Marcial lo condenó a un año de trabajos forzados, llevando en el tobillo una cadena y una esfera de metal. No resistió el castigo y optó por desertar. Después de abandonar el ejército en Monterrey, estuvo en California durante la Fiebre del Oro. Quizá no se enriqueció, como eran sus planes, así que se cambió el nombre y, utilizando el de Sam M. Ramsey, en agosto de 1853 se dio de alta en la Marina de los Estados Unidos.

 

Sirvió en un barco histórico, el USS Constellation, que actualmente es pieza de museo en el muelle de Norfolk, Virginia. A bordo del Constellation, Schwartz recorrió medio mundo: Panamá, la isla de Malta, Menorca y Cádiz (España), el puerto de La Spezia (Italia), Smyrna (Turquía), y Tierra Santa, en Medio Oriente. Participó en la Guerra de Secesión (1861-1865) en la Marina estadounidense, a la que perteneció hasta morir de pulmonía en el Hospital Naval de Brooklyn, Nueva York, el 7 de abril de 1866.

 

Las conquistas del soldado

 

Schwartz debió ser un tipo vanidoso. En sus cartas casi no hay descripciones de los lugares que visitó, pero sí dedica largos párrafos a sus reales o supuestas conquistas sentimentales. Una de ellas, asegura, ocurrió en el campo de La Angostura. Fue al sitio en compañía de una dama llamada María Leonor Ynocencio. Según nuestro personaje, la muchacha era muy bella y muy rica. Al preguntarle si lo acompañaría de regreso a Estados Unidos, María Leonor le respondió: “De toto mi corozon” (sic). Pero William advierte a su familia: “No crean que es una mujer fácil, pues así suelen actuar las mexicanas con los soldados invasores” (Buenavista, 8 de enero de 1847).

 

Otra de sus supuestas aventuras ocurrió durante una misión en Real de Catorce, San Luis Potosí, donde el alcalde, “hombre muy inteligente”, recibió al grupo de militares norteamericanos haciendo gala de amabilidad… “Y si yo no estuviera casado”, agrega, “una de sus hijas me hubiera atrapado en sus redes” (Buenavista, 27 de enero de 1847).

 

Una guerra, no solo una batalla

 

Por razones fáciles de comprender, numerosos investigadores que se ocupan de la invasión estadounidense en Coahuila han centrado su interés en la más importante batalla ocurrida en este territorio, la de La Angostura, de febrero de 1847.

 

Este hecho de armas suma el alto costo en vidas humanas a su inutilidad, pues las tropas del general Zachary Taylor no tenían órdenes de internarse al sur del país, por lo que el de Antonio López de Santa Anna fue un esfuerzo vano para detener la invasión, la cual no iba a ocurrir desde el norte. Los planes cambiaron y el avance sobre Ciudad de México se hizo desde Veracruz con el ejército de Winfield Scott. Debido a ello, la batalla de La Angostura tuvo escasa difusión en los periódicos estadounidenses, pues los corresponsales encargados de cubrir la invasión se encontraban ya en el nuevo teatro de la guerra.

 

La fascinación ejercida por la batalla de La Angostura ha dejado a un lado pormenores importantes de la presencia de los invasores en Coahuila. Uno de ellos es el costo en vidas humanas que tuvo para el ejército norteamericano, ya no en el campo de batalla, sino a causa de enfermedades, así como las deserciones que sufrió. En la correspondencia de Schwartz abunda este tipo de información. Escribe desde Saltillo el 17 de octubre de 1847: “Nuestro ejército se ha visto muy disminuido por muertes, deserciones y soldados que cumplieron su tiempo de enganche y han regresado a sus casas. Este mes [habla de apenas dos semanas] se reportaron 14 deserciones y 22 fallecimientos”.

 

Taylor reconoció haber perdido 276 hombres en La Angostura, lo cual significa que, en Saltillo, por diversas enfermedades, en solo quince días murió el equivalente a un nueve por ciento de las bajas sufridas en la batalla. El 27 de julio de ese mismo año Schwartz había hecho un macabro recuento: “En nuestro campamento siguen las enfermedades. El 16 [de julio] sufrimos dos fallecimientos, el 18, 2; el 19, 4; el 21, 11; el 22, 2; el 23, 2; el 25, 3, y hoy, 4. Un total de 30 desde el 16 al día de hoy”. Once días: un promedio de 2.72 decesos diarios.

 

Los números finales de la invasión resultan sorprendentes: se calcula que entre 11 000 y 12 000 oficiales y soldados estadounidenses murieron a causa de enfermedades y accidentes, mientras que el número de bajas en combate fue de 1 550. La “venganza de Moctezuma” resultó mucho más mortífera que las balas mexicanas.

 

También habla nuestro daguerrotipista de las incursiones realizadas por los norteamericanos contra las “guerrillas”:

 

“El capitán Taylor de los Rangers [de Texas] regresó después de haber capturado 119 reses, 41 mulas, 19 caballos y haber destruido 260 o 270 armas de los guerrilleros, matando a siete y haciendo seis prisioneros, tras destruir totalmente el cuartel [de los guerrilleros] en San Fernando [hoy Zaragoza, Coahuila]. (Saltillo, 17 de octubre).”

 

Patriotas anónimos caían en combate luchando contra el invasor, mientras terratenientes e industriales aprovechaban la estancia del ejército extranjero para hacer negocios. A ojos de los estadounidenses, todos los mexicanos eran enemigos potenciales y no perdían tiempo a la hora de eliminarlos:

 

“Si un grupo de mexicanos atrapa a un soldado, o a cualquier norteamericano lejos del campamento, siempre lo asesinan. El otro día, un hombre fue encontrado muerto, horriblemente masacrado, a corta distancia de nuestro campamento. Otro hombre perteneciente a su compañía mató a dos mexicanos por ello, y estaba decidido a matar más […] Cualquier hombre de este Ejército tiene permiso para disparar contra todo macho mexicano [Buck Mexican], que se le atraviese en el camino; las hembras están seguras, pero Dios sabe de lo que son capaces de hacer […] pero los machos son seres pérfidos, y todos ellos cuelgan una cruz en el pecho. (Campo de La Encantada, al sur de Saltillo, 2 de enero de 1847).”

 

Schwartz insiste en llamar bucks a los hombres mexicanos, utilizando la palabra en inglés para designar a los machos de los animales, como buck deer, “venado macho”. Una forma de bestializar al enemigo y, por lo tanto, asesinarlo sin remordimientos ni conflictos morales.

 

Los daguerrotipos que hicieron historia

 

De cuando en cuando, quizá un poco para combatir el tedio de una larga estancia en la ciudad o hacer demostraciones de fuerza, los jefes organizaban desfiles, como el celebrado en Saltillo el domingo 17 de octubre de 1847:

 

“Esta tarde hubo una revista general de nuestras tropas. Se veían espléndidas. Los diferentes regimientos estuvieron con sus nuevos uniformes recibidos hace unos días, e hicieron su primera aparición pública con ellos. Tenían una hermosa apariencia. Los cañones brillaban como oro; mosquetes, rifles, sables y pistolas, como plata; cinturones como si fueran de nieve, y las fornituras limpias esmeradamente.”

 

Es probable que los daguerrotipos donde aparecen soldados en línea y otros marchando como en un desfile, hayan sido tomados ese 17 de octubre. Incluso el identificado como pelotón de caballería en perfecta formación, datado tradicionalmente después de la batalla de La Angostura, aunque soldados y militares luzcan uniformes impecables, lo cual es difícil de creer después de dos días de lucha en campo abierto.

 

De este modo, gracias a un soldado aventurero aficionado a la daguerrotipia han llegado a nosotros las primeras escenas de guerra captadas en el mundo, las cuales, desafortunadamente, remiten a uno de los momentos más oscuros de nuestra historia.