Extranjeros perdidos en México: Los escritores de la Generación Beat

Ricardo Lugo Viñas

Burroughs, Kerouac, Ginsberg y Ferlinghetti...

 

Una bala perdida. Una bala que a la mitad de la borrachera quiso evocar aquella flecha lanzada a finales del siglo XIII por la infalible ballesta y el buen tino del legendario Guillermo Tell, quien para salvar la vida tuvo que apuntar, a cien metros de distancia, a una manzana que le habían colocado a su hijo sobre la cabeza. Tell acertó sin herir a su vástago. El juego comenzó de madrugada, en el edificio de la calle Monterrey esquina con Chihuahua, en la colonia Roma de Ciudad de México. En el papel de Guillermo Tell: William Burroughs; en el del hijo, Joan Vollmer, su esposa; en lugar de manzana un caballito tequilero y una vieja pistola sustituyó la ballesta. En aquel departamento todos se hallaban atiborrados de tequila, mariguana, pastillas de Benzedrina –las favoritas de Joan– y cocaína. Entonces comenzó el homenaje: William levantó el arma, apuntó y la bala perdida desprovista de puntería, estalló. El caballito de tequila se hizo añicos en el piso. Joan se desplomó. Un tibio hilo de sangre brotó de su sien, goteó por el sillón hacia el piso y corrió en forma de río escarlata por la habitación.

William Burroughs, el escritor que años más tarde será el mayor ícono del movimiento denominado Generación Beat; que aparecerá en la portada del disco SGT. Pepper’s Lonely Hearts Club Band de The Beatles, al lado de Marilyn Monroe y Edgar Allan Poe; que será fuente de inspiración para músicos como Tom Waits, Bob Dylan, Patti Smith o Kurt Cobain; que modificaría, junto con sus compañeros beats el rumbo de la literatura anglófona, será arrestado y conducido a la cárcel de Lecumberri acusado de asesinar a su esposa.

 

El primero en llegar

 

Paradójicamente, Burroughs había llegado a nuestro país en 1949 como un forajido, huyendo del brazo de la ley de su país, que lo había sentenciado a varios años de cárcel por posesión de drogas. Ahora, tres años más tarde, se encontraba preso en México. Había matado accidentalmente a su esposa, asunto que, como reconocerá años más tarde, fue nodal en su vida y en su carrera. Burroughs solo pasó diez días en Lecumberri gracias a los servicios del “abogánster” Bernabé Jurado, famoso por su corrupción, sobornos y uso de influencias.

Pero en el fondo William Seward Burroughs –homónimo de su abuelo, un hábil empresario inventor de la máquina de sumar– vino huyendo de algo más que la justicia. Huía del conservadurismo norteamericano –acrecentado por la política del macartismo–, la Guerra Fría, el violento rechazo a la homosexualidad en su país (él era homosexual) y el capitalismo que atentaba contra las libertades. Era –como muchos en la década de los cincuenta– un “ángel caído” del American Dream. Huía de su propia cultura y en México hallaría un espacio propicio para la libertad, la magia, las otras perspectivas y el consumo recreativo de drogas, el sexo libre y la “fiesta mexicana”; además, todo a muy bajo costo.

Burroughs –que estudió literatura inglesa en la Universidad de Harvard– habitó por casi tres años un departamento en el tercer piso de un edificio ubicado en la calle Orizaba número 10, también en la colonia Roma, donde escribió sus celebradas novelas Yonqui y Queer. Nunca convivió con escritores mexicanos, no hablaba español y tenía –como casi todos sus compañeros beats– una idea romántica y estereotipada, cuando no peyorativa, de nuestro país. El poeta mexicano David Huerta apunta: “Burroughs pasó por México como cualquier turista gringo. Sin ningún interés por la cultura mexicana”. Y para el cronista J. M. Servín los beatniks eran “hipsters que venían a México como una especie de protospringbreakers: al reventón pesado aprovechando la permisividad e indolencia de un país cuya historia está marcada por ser el paraíso de toda clase de bandoleros y buscavidas siempre y cuando traigan lana”.

 

El Poeta del Jazz

 

Jack Kerouac, autonombrado “el Poeta del Jazz”, fue el segundo en llegar (1950) a “una ciudad de un millón de habitantes, con aire cristalino y límpido y un cielo que tenía ese tono de azul que combinaba tan bien con los zopilotes que circunvolaban, sangre y arena, aquel azul mexicano crudo y despiadado”, como escribió Burroughs en su novela Queer.

Kerouac se hospedó en el departamento de los Burroughs y posteriormente alquiló un cuarto de azotea en el mismo edificio. Tres libros en particular dan cuenta de su paso por nuestro país: On the Road, Mexico City Blues y Tristessa. Recorrió las cantinas y se relacionó con prostitutas de la peor estofa. Su novela Tristessa narra su trágico idilio con una de ellas, una mexicana de nombre Esperanza Villanueva. On the Road surge en parte de su experiencia de viaje en coche por la carretera Panamericana desde Nuevo Laredo, pasando por Ciudad Victoria y Monterrey, mientras que México City Blues alude a los bajos fondos de la capital del país, la música, el suicidio y las drogas.

Tal como Burroughs, Kerouac tampoco se sumergió en la cultura mexicana. Fue un turista y también veía a México solo como algo exótico. Al respecto, uno de sus biógrafos, Jorge García Robles, polemiza: “Afortunadamente, Kerouac [y en general la Generación Beat] nunca oyó mentar siquiera a Alfonso Reyes, a Salvador Novo, a Octavio Paz o a Juan Rulfo. El primero le hubiera olido a orín de baño de biblioteca; el segundo a barniz de uñas; el tercero a esmoquin con naftalina en los bolsillos; el cuarto quizá le hubiera intrigado”.

 

Por la ruta maya

 

El poeta Allen Ginsberg fue el tercero en arribar. Como Kerouac, se instaló en casa del mentor de ambos: Burroughs. Ginsberg trató de ir un poco más allá de la visión colonialista que tenían sus colegas beats sobre México y se esforzó por mirarlo desde un punto de vista más antropológico. Desde su llegada –vía Cuba– se interesó por la cultura maya, recorrió Chiapas y la península de Yucatán y por ende varios sitios arqueológicos. Sobresale un poema suyo dedicado a Palenque, contenido en su poemario Reality Sandwiches: “Sobre el abandonado/ laberinto de Palenque/ midiendo mi destino,/ vagando solitario en la espesura/ –guiñando obsesionado/ ante una oscura idea–/ hasta que, exhausto de/ su acción y contemplación,/ mi alma puede hacerse pedazos/ ante la sensación primigenia/ del momento, del vasto movimiento/ de la divinidad”. También se internó en los estados de Guanajuato, Veracruz (particularmente en el lago de Catemaco) y escribió varios versos a la ciudad de Mexicali.

 

Mexican Night

 

Años más tarde, Lawrence Ferlinguetti, un conspicuo heredero de aquel grupo, arribó a nuestro país por la península de California. Destacan sus libros inspirados en ese viaje: The Mexican Night y Travel Journal. Ferlinguetti, a diferencia de sus antepasados, sumó a las drogas, la libertad sexual y la irreverencia un halo político y anarquista . El movimiento estudiantil de 1968 y la matanza del 2 de octubre de ese año desveló a Ferlinguetti de esa exótica, colonial y romántica creencia de que México era simple, alegre y sin problemas. En su obra The Mexican Night narra –quizá no muy lúcidamente– lo acaecido en aquella terrible matanza, seguido de un poema que aludía al espíritu del Che Guevara. Ferlinguetti se instalará en San Miguel de Allende, Guanajuato, desde donde trabajará otras obras inspiradas en nuestro país.

 

La influencia de los beats

 

Beat quiere decir derrotado, marginado. Los miembros de la generación probablemente lo escucharon en las calles Time Square y Village, en Nueva York, a la comunidad afroestadounidense que utilizaba la frase “beat down” para referirse a un estado de abatimiento o cansancio no solo físico sino también espiritual. “Beat es estar apaleado, pero también predispuesto a la gracia, pero también abatido”, sostiene Burroughs. Para ellos, lo beat tiene que ver básicamente con “experimentar la vida” sin importar cómo ni dónde transcurra; pondera la amoralidad, el individualismo, la irreverencia, la bohemia y la insensatez; la literatura como “virus”; con una búsqueda de la espiritualidad –y aquí el redescubrimiento del budismo tuvo mucho que ver–; el consumo recreativo de drogas y la libertad y exploración sexual.

En este sentido, la Generación Beat es un fenómeno social y no solo literario, incluso se podría decir que su literatura, “más que un texto es un enjambre de energías”, como afirma García Robles. Este “enjambre de energías” también es precursor de algunos fenómenos sociales, como el movimiento hippie. Los beats pretenden, más que escribir, “vivencializar” su experiencia y transmitírsela a un lector. Por ello, años más tarde, muchos jóvenes querrán leer a Burroughs, Kerouac y a Ginsberg en estados alterados, para así experimentar de manera vicaria lo que estos autores plasmaron en sus obras.

Paradójicamente, Burroughs terminó desdeñando de nuestro país todo aquello de lo que tanto él como sus colegas se beneficiaron y explotaron en sus obras: la corrupción, la permisividad, el caos, lo sombrío. En los últimos años declaró peyorativamente sobre nuestro país: “México es un país oriental que refleja dos mil años de enfermedad, y pobreza y degradación y estupidez y esclavitud y brutalidad y terrorismo psíquico y físico”.

Sin embargo, los beats –único grupo que trabajó “reunido” en nuestro país y que ha sido históricamente incómodo para la élite cultural y la academia– no habrían sido lo que fueron sin su paso por México, sin lo que aquí vivieron, bebieron, ingirieron y escribieron; sin lo que escucharon y experimentaron, sin los bajos fondos, las vetustas cantinas y las fiestas en Garibaldi.

Finalmente, podría decirse que el movimiento beat desató o coadyuvó al surgimiento de algunas vanguardias literarias en nuestro país que también ponderaban lo urbano, la decadencia, la salida de la literatura de la academia, la experiencia de las drogas y la contracultura. Destaca el infrarrealismo, representado por Mario Santiago Papasquiaro o José Vicente Anaya y bautizados así por el chileno Roberto Bolaño, o la llamada Literatura de la Onda, de entre cuyos integrantes sobresalen José Agustín, Gustavo Sainz o Parménides García Saldaña.

 

La Generación Beat y sus obras emblemáticas

 

Burroughs:

Yonqui, El almuerzo desnudo, Queer

 

Kerouac:

Mexico City Blues, On the Road, Tristessa

 

Ginsberg:

Aullido, Reality Sandwiches

 

Ferlinguetti:

Mexican Night

 

Otros beatniks:

Lucien Carr, Neal Cassady, Herbert Huncke, Gregory Corso, Philip Lamantia, Gary Snyder, Joyce Johnson, Diane Di Prima y Anne Waldman