Por medio del sermón dominical que se enunciaba en la iglesia, se informaba a la sociedad novohispana de las noticias que llegaban de Europa, así como de lo que ocurría en el territorio. En los templos, había oradores que hacían brotar el llanto y los suspiros, mientras que otros eran tan aburridos y tediosos que provocaban bostezos.
Durante el Virreinato novohispano, todos los domingos del año y los días en que se celebraban las fiestas religiosas más importantes, las iglesias se llenaban de gente que se acomodaba a lo largo de las naves de acuerdo con su posición social. Las damas encumbradas llegaban con un pequeño séquito formado por sus sirvientas, esclavas y pajes que cargaban bancos y cojines, pues en la nave no había bancas para sentarse; el resto de los asistentes permanecía de pie durante toda la ceremonia que incluía un enjundioso sermón.
Para su emisión, todos los templos contaban con un púlpito situado en alto y a menudo profusamente decorado; desde ahí los oradores sagrados celebraban las virtudes, fustigaban los vicios, amenazaban con las penas infernales, exigían el arrepentimiento y mezclaban en giros poéticos y rebuscadas metáforas a los dioses griegos con los santos cristianos.
Por medio del sermón se difundían también las noticias que llegaban de Europa en las flotas, se informaba sobre las rebeliones indígenas en el lejano Norte o sobre los ataques piratas en las costas del sureste. Los oradores usaban igualmente ese foro para crear opinión pública y para cuestionar o alabar el comportamiento de las autoridades.
Había oradores que arrebataban los ánimos con su elocuencia y hacían brotar el llanto y los suspiros; otros en cambio eran tan aburridos y tediosos que solo provocaban bostezos. Algunos resultaban mesurados en sus actitudes y lenguaje, otros en cambio gesticulaban exageradamente, modulaban la voz, gemían y lloraban e incluso subían al púlpito con calaveras, látigos, sogas y cruces para impresionar a sus oyentes.
Dichos sermones eran especialmente sentidos durante las ceremonias fúnebres y los asistentes y deudos esperaban que los bien remunerados oradores sagrados exaltaran las virtudes del difunto y su dadivosidad. Pero a veces también la muerte de un poderoso podía despertar en el orador contratado pruritos morales.
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Antonio Rubial. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011), El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010), Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005), La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999), y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
Sermones escandalosos en la época virreinal