Desde la Independencia, una constante ha sido el fracaso para establecer una política fiscal, progresiva y eficiente. Como consecuencia, el gobierno ha transitado de una gran debilidad federalista a un fuerte centralismo político, pero sin atacar la histórica fragilidad fiscal, que se expresa como insuficiencia presupuestal y gastos crecientes. La apuesta siempre ha sido por la fortaleza política del Estado, no de sus finanzas, y por lo tanto de sus servicios.