Por qué decimos “¡salud! ” cuando estornudamos

Marco A. Villa

Para muchos una obligación, para otros una cortesía, y en ambos casos porque lleva implícito el deseo del bienestar ajeno, los mexicanos decimos “¡salud!” después de que alguien estornuda. Porque es presa de una alergia, está resfriado, agripado, etcétera, quien se encuentre sometido a este acto reflejo no sanará al recibir esta expresión, pero su buen augurio quizá incidirá en su estado anímico.

 

¿Cuál es el origen de esta costumbre que ejercemos prácticamente desde que tenemos uso de palabra? Como suele ocurrir en la tradición oral, varios son los rumores y también las certezas. Las versiones más reiteradas apuntan a que tiene sus raíces en la Europa de hace más de un milenio, aunque es importante recapitular, para entender su uso, algunas antiguas ideas sobre esta reacción fisiológica.

En la tradición hebrea, el estornudo era señal de mal agüero y presagio de muerte, porque se suponía que el alma, asentada en el cerebro, era expulsada de la cabeza y entonces la persona fallecía. En ese sentido, se refiere que el patriarca Jacob, cuando ya era anciano, estaba bendiciendo a su hijo cuando empezó a estornudar. Entonces pidió al Creador que le otorgara tiempo suficiente para bendecirlo y su ruego fue atendido. Por ello, algunos señalan que, entre los judíos, de ahí viene la costumbre de felicitar o desear salud a quien estornuda.

También en la cultura hebrea se cuenta que, antigüamente, cuando las madres oían estornudar a un hijo, se apresuraban a tirarle de la oreja y exclamaban “¡salud!”, con el fin de prevenir una catástrofe desconocida. Si él o la menor repetían la acción, jalaban de la otra oreja al tiempo que decían “crece y florece”.

Asimismo, se dice que, en la antigua Grecia, Aristóteles consideraba que el estornudo era de naturaleza sagrada, a diferencia del flato o el eructo, ya que solo el primero procedía del corazón, considerado el principal –hondo y divino– de los órganos del cuerpo: el que aloja al espíritu. Por su parte, el médico Hipócrates expuso que estornudar podía ser peligroso antes o después de las enfermedades respiratorias, pero útil en otras dolencias. En ambos casos, era tratado como un indicio de salud.

Otra creencia expone que el “¡salud!” tiene su origen en el siglo VI, cuando la peste bubónica mermó a las poblaciones europeas. Por entonces, los romanos dedicaban una bendición a quien estornudara, deseando con ello que no propagara el mal. La expresión comenzó a utilizarse durante el papado de Gregorio Magno (590-604), junto con los rezos y procesiones que este promovió para combatir la epidemia. Sin embargo, también existe una versión opuesta, la cual señala que, al decirle la frase a alguien, se le estaba denunciando, por lo que debía ser inmediatamente aislado.

Con todo, tal costumbre permanece hasta hoy. Así que cuando alguien estornude, seguiremos oyendo no solo un “¡salud!”, sino también un “¡Jesús!” o un “¡que Dios te bendiga!” (bless you!), como dicen en Estados Unidos. Cabe decir que el peso de lo religioso en esta práctica también se manifiesta, por ejemplo, en Egipto (“que Alá tenga misericordia”) o Malasia (“para Dios es toda alabanza”).

En México, tal costumbre llegó después de la conquista española. Y una vez arraigada, se le agregó la expresión “¡dinero!” cuando la misma persona estornuda por segunda vez, y “¡amor!” en la tercera.

 

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