En el Libro XIV de su monumental crónica conocida como la Monarquía indiana, fray Juan de Torquemada suelta el revelador comentario de que la caída de Tenochtitlan no fue el 13 de agosto de 1521 sino el día anterior. Explica que, por conmemorarse ese día a Santa Clara de Asís, que “no estaba en el calendario en la tabla general del rezado”, lo pasaron al siguiente, en el que se veneraban “los benditos santos Hipólito y Casiano”.
La extraña noticia nos hace pensar que detrás de dicha solución hubo otros motivos que los meramente litúrgicos. Una monja mística italiana difícilmente podía representar esa celebración relacionada con hazañas militares; tampoco era funcional para el caso San Casiano, un santo pedagogo martirizado por sus discípulos. En cambio, San Hipólito había sido un soldado romano; su martirio y su nombre estaban vinculados con los caballos y con la guerra, y su carácter militar respondía muy bien a los intereses de los conquistadores.
Desde fechas muy tempranas (1528) aparecen en las actas del cabildo de Ciudad de México regulaciones para los festejos de ese santo mártir romano que, con el nombre de Paseo del Pendón, se hacían en la capital novohispana el 13 de agosto para celebrar a los mártires españoles de la conquista.
A lo largo de los siglos, este santo quedó indisolublemente asociado con la identidad de Ciudad de México. En la celebración del centenario de la caída de Tenochtitlan en 1621, el presbítero extremeño Arias de Villalobos mencionó que San Hipólito, patrono jurado de México, había sido convertido por el presbítero San Lorenzo, uno de los patronos titulares de España, para recordar que Nueva España había recibido el cristianismo de la península ibérica.
¿Cuál era la historia oculta detrás de este insólito santo cuya vida registraban las hagiografías más tempranas que hablaban de la muerte de San Lorenzo? Hippolytos, cuyas raíces griegas significan “el arrastrado por caballos”, era un héroe mitológico griego, hijo de Teseo y de una amazona, que murió víctima de la maldición de una diosa despechada. Como su profético nombre lo indicaba, los caballos que tiraban de su carro de guerra lo arrastraron hasta matarlo cuando, al perder el equilibrio, cayó y su pie quedó atorado en su cuadriga.
Al imponerse el cristianismo en el mundo Mediterráneo, algunos de esos héroes fueron suplantados por santos, en cuyas leyendas se insertaron elementos de su avatar anterior. Así apareció el mártir romano Hippolytus, quien según los martirologios de los siglos IV y V, murió torturado, atado a la cola de un caballo indómito (o descuartizado por cuatro caballos según otras versiones), después de confesar su fe y haber sepultado a su maestro San Lorenzo.
Sus reliquias se veneraban en Roma confundidas a menudo con las de otro San Hipólito que había sido teólogo y escritor. En el siglo VIII el papa Paulo I regaló sus restos mortales a un monasterio en Alsacia y de ahí pasaron a la abadía de Saint-Denis en París, ciudad donde se construyó un templo en su honor en el siglo XVI.
En esa misma centuria, en Ciudad de México se dedicaba en 1522 una ermita a San Hipólito construida a la salida de la calzada de Tlacopan para conmemorar la caída de Tenochtitlan acaecida un año antes. A mediados del siglo, Bernardino Álvarez erigió a un costado de dicho templo un hospital para enfermos mentales atendido por una congregación, al que se le dio el nombre del santo. En 1572 los jesuitas regalaron a dicha capilla una reliquia suya traída de Roma.
Considerado como el patrono principal de Ciudad de México, San Hipólito fue representado montado sobre el águila y el nopal y, junto con Santiago y San Miguel, se le consideró vencedor de la idolatría, a la cual puso término la conquista de Tenochtitlan encabezada por Hernando Cortés.
De hecho, a partir de entonces, todas las batallas y la violencia asociadas con la expansión conquistadora y evangelizadora de los españoles y de sus aliados indígenas fue elaborada simbólicamente en los términos de una lucha del bien contra el mal. San Hipólito, guerrero y mártir, sería venerado durante todo el periodo virreinal como el patrono de esa conquista; su presencia fue tan importante que su iglesia se reconstruyó en el siglo XVIII con una hermosa torre y su interior se decoró con ricos retablos y pinturas; pero después de la Independencia su culto comenzó a decrecer.
En la actualidad su templo aún se conserva en Ciudad de México al final de la Alameda Central y a un lado de Paseo de la Reforma, pero ya nadie se acuerda de San Hipólito, desplazado hoy por San Judas Tadeo, abogado de las causas imposibles, quien se ha convertido en uno de los santos más populares de esta ciudad tan vapuleada por las catástrofes, por la miseria y por un tipo de violencia algo distinto al que sufrieron sus habitantes mexicas durante la conquista de Tenochtitlan en agosto de 1521.
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Antonio Rubial García. Doctor en Historia de México por la UNAM y en Filosofía y Letras por la Universidad de Sevilla (España). Se ha especializado en historia social y cultural de la Nueva España (siglos XVI y XVII), así como en cultura en la Edad Media. Entre sus publicaciones destacan: La Justicia de Dios. La violencia física y simbólica de los santos en la historia del cristianismo (Ediciones de Educación y Cultura/Trama Editorial, 2011); El paraíso de los elegidos. Una lectura de la historia cultural de Nueva España (1521-1804) (FCE/UNAM, 2010); Monjas, cortesanos y plebeyos. La vida cotidiana en la época de sor Juana (Taurus, 2005); La santidad controvertida (FCE/UNAM, 1999); y La plaza, el palacio y el convento. La Ciudad de México en el siglo XVII (Conaculta, 1998).
San Hipólito y la conquista de Tenochtitlan