Aquel 10 de noviembre, horas antes de cometer el atentado, Primitivo Ron también visitó la oficina postal de Guadalajara. Allí depositó la carta dirigida a El Siglo Diez y Nueve. El escrito llegó al diario el 12 de noviembre, un día después de la muerte de Corona.
En las primeras horas de la mañana, poco antes de cerrar la edición de aquel día, el equipo de El Siglo vio llegar a su mesa de trabajo, junto con la correspondencia de los estados, un paquete no muy voluminoso que contenía varios pliegos de un papel muy fino, con una escritura en caracteres menudos y bastante claros. Instintivamente, buscaron la firma del texto. Cuál sería su sorpresa al encontrarla: era el nombre del asesino del gobernador. La carta, dirigida a los redactores del periódico, decía:
Mis muy queridos maestros:
A ustedes, que han sembrado en mí sus doctrinas filosóficas, me dirijo por primera y última vez.
En los umbrales de la tumba os suplico me defendáis, pues mi cadáver y mi memoria van a ser insultados por los egoístas y ambiciosos enemigos de la Dignidad y de la Justicia. Mis humildes producciones ya las conoceréis.
Brillante es vuestro párrafo titulado: “De la educación moral”, que en el número 389 de vuestro órgano, de 3 de mayo de 1863, vio la luz pública […], según el ilustre periódico El Anticlerical. Por eso lo acepto en casi todas sus partes.
La moral de mi cerebro es el sistema del gran Francisco José Gall, y la moral de mi corazón es el amor universal. Y en la terrible lucha del cerebro y del corazón, cuando mis fuerzas me ayudan, hago que salga victorioso el segundo.
Si en la Tumba o en la Inmortalidad veo a vuestro ilustre compañero Ignacio Ramírez, le daré en vuestro nombre y en el mío un estrechísimo abrazo.
¡Viva la Naturaleza, viva el hombre, su producción más sublime, viva el amor universal, viva la Tumba o la Inmortalidad!
¡Hasta muy pronto, hermanos filósofos!
Primitivo Ron
Por otra parte, después del magnicidio la policía halló en un bolsillo de Ron un manifiesto en el que explicó su “decisión suicida” y la razón por la que asesinó al general Corona. Firmada también el 6 de noviembre, primero equipara su determinación con la del poeta Manuel Acuña y luego lamenta que “desde que nací he sufrido intensamente”, debido a que las mujeres lo han despreciado, instituciones gubernamentales y eclesiásticas se han burlado de él, además de que no puede hacer nada por la humanidad doliente y tampoco es capaz de disfrutar de goces de ningún tipo. Después afirma:
Yo quiero hacer justicia, porque en los tribunales no existe, como creo que no habita casi en el mundo.
Haré que baje al sepulcro conmigo el que es causa de mi suicidio. Sí, que muera el General D. Ramón Corona. Que muera para que escarmienten todos los gobernadores de los estados de la República y todos los gobernantes del mundo. ¡Que sea esto para escarmiento y felicidad de muchos gobernadores presentes y futuros!
Y vosotros, ¡futuros críticos!, no soy asesino […]. Si no lo desafié a muerte fue porque no habría aceptado mi desafío.
[…] Mansión de Empédocles, Critias, Gitree, Ramírez, Acuña, Danton, Jesús y Voltaire, recibidme en vuestro seno; la inmortalidad feliz o la tumba.
Ricardo Cruz García. Egresado de la maestría en Historia por la UNAM, es profesor de la FES Acatlán de la misma institución. Se ha especializado en el estudio de la prensa mexicana y dedicado a la divulgación de la historia. Editor y colaborador en diversas publicaciones impresas y electrónicas, es autor de Nueva Era y la prensa en el maderismo (UNAM-IIH, 2013).
Cruz García, Ricardo, “¿Quién mató a Ramón Corona?”, Relatos e Historias en México, núm. 141, pp. 40-58
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