El año en que nació se fueron dos grandes. Eran otros tiempos muy distintos y el gobierno y la sociedad mexicanos eran otros también muy diferentes. Por ello quizá para muchos no resultó extraño que ese 1896 surgiera el flamante, baratísimo y novedoso diario El Imparcial y se fueran los antiguos como desgastados y anquilosados El Siglo Diez y Nueve y El Monitor Republicano.
Eran otros tiempos, en efecto: un México que apuntaba a la modernidad de la mano de su caudillo, ya considerado necesario: el general Porfirio Díaz, cuyo gobierno se encontraba en la cúspide en cuanto a poder y legitimidad, y quien además había afianzado su continuidad en la silla presidencial con la reforma constitucional que permitía la reelección indefinida. Nada mal para un hombre que veinte años atrás, en 1876, había tomado el mando del país por medio de un alzamiento armado bajo la bandera de la no reelección.
Pero, insistimos, eran otros tiempos y ahora don Porfirio era la estrella de esa película llamada México (recordemos que el cinematógrafo también llegó a este territorio en 1896 y en sus inicios tuvo en el presidente a su principal protagonista). Fue así que el natalicio (para darle mayor solemnidad) de El Imparcial, el 12 de septiembre de aquel año, contribuyó a apuntalar aún más a la figura y el gobiernodel general Díaz, a la vez que marcaba un antes y un después en el periodismo mexicano.
Un nuevo periodismo
En un siglo XIX en el que había predominado el diarismo político, doctrinario y faccioso, la nueva tendencia en la que se imponía la noticia (los “hechos”) como el principal contenido de los periódicos resultó una bocanada de aire fresco para la industria editorial y los lectores.
Si bien era una nueva manera de hacer periodismo que ya se había desarrollado y consolidado en Europa y Estados Unidos, su surgimiento en México en la década de 1870 se da tras la afirmación de los liberales republicanos en el poder y a la par de la búsqueda de una anhelada estabilidad política, social y económica, en la que ya no predominaran la lucha irreconciliable de facciones, la guerra, los alzamientos armados o el caos y los cambios constantes en el gobierno.
El periodismo noticioso encontró en México un caldo de cultivo en este contexto, el cual le permitió desarrollarse, aunque de manera paulatina y no sin conflictos, pues las publicaciones de este tipo no pudieron alejarse, totalmente y de un día para otro, de las contiendas políticas, pese a que promulgaban que “la lucha de los principios” ha terminado y ahora el público exigía informarse “oportuna y detalladamente de todo lo que pasara a su alrededor”, o tenían títulos como El Noticioso, diario de la década de 1880 que afirmaba: “Nuestra única política es no hacerla”. A ello se sumaba la falta de recursos económicos para sostener este tipo de proyectos editoriales que para muchos aún era una novedad que no lograba arraigar entre los lectores.
Como lo ha mostrado la historiadora Irma Lombardo, de este mundo de tinta y papel también surgía la figura del reporter, aquel que acude al lugar de los hechos y es testigo privilegiado de los acontecimientos para luego compartir sus notas e impresiones con el público. A la par, los géneros periodísticos dejaban del lado los ensayos y artículos de opinión (propios de la “vieja escuela”) para diversificarse y dar paso a los reportazgos (una “necesidad del periodismo moderno” para un público “ávido de noticias”), la entrevista y la crónica moderna.
De la misma manera, de este contexto emergió El Imparcial, que si bien no fue el primero en impulsar dicha tendencia del periodismo informativo, sí representó la suma de aquellas experiencias, así como la consolidación y el auge de este estilo que llegó para quedarse en la industria editorial mexicana. Así lo constató el escritor Gerardo M. Silva en 1890: “Pasada la época de los pareceres más o menos dogmáticos, lo que todos quieren es proceder sobre datos positivos, conocer bien a la sociedad en la que viven, servicio que presta a maravilla el reporter”.
De esta forma, podemos decir que tanto el diarismo noticioso como su principal exponente, El Imparcial, son hijos del Porfiriato, pues se desarrollan y alcanzan su cima durante este periodo histórico que va de 1876 a 1911.
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