Durante el periodo virreinal, la vestimenta de los hombres en el Nuevo Reino de León era muy similar; sus variantes respondían generalmente al tipo de actividad económica que realizaban, siendo las principales la ganadería y la agricultura, seguidas, en menor medida, por la minería y el comercio.
Cuando a mediados del siglo XVIII surgió la pieza textil rectangular con una abertura al centro para meter la cabeza, dos palabras comenzaron a ser usadas en el septentrión virreinal para identificarla: sarape y jorongo. Aunque en esencia se refieren a la misma pieza textil, cada una tenía sus particularidades. El sarape o “zarape de obraje” era tejido por hombres (sin distinción étnica) en los obrajes de las haciendas. Usaban el telar de pie y empleaban generalmente tonos naturales, es decir, no eran teñidos. Estaba destinado para los indios de encomienda, jornaleros y mineros. Su producción era numerosa y eran cortos de tamaño; tenían que serlo por destinarse a la gente de a pie.
En tanto, el jorongo era tejido en telares de cintura por mujeres (sin distinción étnica) en sus hogares. También recibía el nombre de “jorongos hechizos, de molotes o de labor”; tenían los colores del arcoíris y sus dimensiones eran más largas porque estaban destinados principalmente para los vaqueros que solían realizar sus tareas montados a caballo.
Las prendas no eran iguales entre quienes roturaban el campo al paso de su arado o quienes la trillaban con su montura arreando el ganado; el costo tampoco era el mismo. A mediados del siglo XIX, en Nuevo León un sarape de obraje costaba entre dos y seis pesos, mientras que un jorongo tejido por una mujer rondaba entre los 30 y 50 pesos. Fue precisamente en esa centuria que los finos “jorongos de colores” nuevoleoneses que llegaban a la feria de Saltillo mudaron su nombre por el de sarapes “saltilleros”.
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