La inmensa ondulante, blanca, perfumada, luminosa playa del Paraíso era un vasto cofre de arenas cuajadas con la maravillosa pedrería de las perlas: negras como azabache, leonadas, muy amarillas y resplandecientes como oro; cuajadas y espesas, casi azules, azogadas, otras tirando sobre color verde, otras declinando hacia diversos tonos de palidez, otras aumentando hacia incendiados matices, inmensas perlas de unión, margaritas menores, menudos aljófares; los brillos de todos los espejos del mundo. (Carlos Fuentes, Terra Nostra)